La actual pandemia provocada por el coronavirus COVID-19 aportará numerosas enseñanzas para la humanidad, tal vez la más importante de ellas será la relacionada con el manejo de las situaciones críticas. Justo en el umbral de una gran crisis climática, sobran razones para tomarlas en cuenta.
Sin duda, existen distintas maneras de analizar la actual crisis y cada una puede arrojar resultados distintos, pero, a mí parecer, es necesario considerar las formas en que se respondió a las alertas lanzadas desde que el virus fue presentándose en distintas zonas geográficas y los resultados que esto generó.
Hay tres grandes actores que deben considerarse para analizar la presente crisis: los gobiernos (como representantes del Estado), las empresas (el mercado) y los individuos en general (la sociedad); siendo los último quienes tuvieron -en mayor o menor medida- oportunidad de decidir qué hacer, de acuerdo con las prioridades que gobiernos o empresas marcaran.
(Foto: Santiago Sito)
Gobiernos y empresas: rivalidad y connivencia
La relación de los gobiernos y las empresas no necesariamente debe ser conflictiva, pero generalmente un gobierno fuerte pone restricciones a las libertades de las empresas, por lo que éstas suelen preferir gobiernos, si no débiles, por lo menos proclives a permitirles tanta libertad como sea posible.
A nivel global los gobiernos -incluso los más estables- han ido perdiendo fuerza frente al poderío económico que han forjado las grandes empresas o corporaciones, algunas de éstas producen tanto dinero como algunas naciones enteras y pueden darse el lujo de no estar ubicadas geográficamente en ningún espacio o someterse a un Estado.
Esto representa un problema cuando se trata de gestionar la vida, pues para las empresas sólo hay una razón de ser: la producción de beneficios económicos; sin embargo, los problemas de la humanidad -la actual crisis de salud pública lo pone al descubierto- son mucho más complejos que la generación de recursos económicos.
Hasta el pasado 23 de abril se habían contabilizado 182 mil muertes por Covid-19 a nivel global; este número sería seguramente mucho más alto si no se hubieran tomados las medidas de aislamiento necesarias. Pero tales medidas están afectando la producción internacional y provocarán una crisis económica equiparable a las peores crisis del pasado. Para las empresas, en mucho mayor medida que para los gobiernos, esto es una preocupación central, desde luego las crisis económicas son malas para los gobiernos y para la popularidad de los gobernantes, pero tener decenas de miles de muertos es mucho peor. Finalmente, los temas que debe atender un gobierno van más allá de la economía (al menos la de corto plazo).
(Foto: Santiago Sito)
Los individuos: acciones y decisiones
En medio de esta pugna se encuentran los individuos promedio, quienes tienen distintas motivaciones para comportarse de una u otra manera y, además, están restringidos por reglas y normas para conseguir el cumplimiento de sus objetivos; para éstos la economía también es un tema central, en un nivel micro a diferencia de las empresas y gobiernos.
Aunque nos parezca que para los individuos la prioridad indiscutible es -al igual que para las empresas- la economía; las decisiones individuales se orientan a cumplir distintos objetivos. Tal vez el principal de ellos sea la integración social, ser parte de ese gran todo que es la sociedad, aún quienes rechazan a la sociedad, en ello cumplen una función integradora.,
El tema de la integración nos lleva de vuelta a la economía, pues vivimos en una sociedad que se define por el consumo. Así, las personas se integran y definen por lo que consumen. Hasta quienes pugnan por una ruptura con el sistema se definen en muchos casos por su consumo: vegetarianos, veganos, orgánicos o alternativos participan de tal lógica.
(Foto: Santiago Sito)
La crisis actual
En este contexto apareció la crisis del Covid-19. Las empresas buscan mantener sus actividades tanto como les sea posible o, de lo contrario, recibir beneficios directos del gobierno; pues consideran que en este caso es totalmente legítima la participación del Estado en la economía, criterio que modifican muy a conveniencia.
Los gobiernos intentan administrar las crisis, manteniendo tanto como sea posible las actividades económicas sin arriesgar demasiado, pues una elevada tasa de enfermos concentrada en un espacio muy corto de tiempo implicaría demasiados costos económicos y, sobre todo, políticos.
Los individuos quieren mantener sus niveles de consumo, sus actividades cotidianas, sobre todo aquellas que les generan mayor satisfacción y confían que mercados y gobiernos toman decisiones adecuadas para todos, la vigilancia de ello es un poco más estricta en el caso de los gobiernos, pues en los mercados y empresas son espacios ajenos a la participación colectiva.
Aunque la vida sea lo más valorado por los individuos, es común tomar decisiones que no respalden dicha aseveración, una prueba clara de ello es que, hasta que los gobiernos no implementaron sanciones más fuertes para obligar al uso del cinturón de seguridad, la mayoría de la gente se rehusaba a hacerlo, aún a riesgo de perder la vida.
Así, las motivaciones de los individuos y sus estrategias pueden no ser coherentes con sus objetivos, incluso con aquel que se refiere a mantenerse con vida, sobre todo si las consecuencias de dichas acciones son imperceptibles en el corto plazo. Si ya existía una miopía generalizada con respecto al futuro, el consumo ha agravado este problema.
El consumo ha acostumbrado a los individuos a recibir satisfacciones instantáneas y sobre todo efímeras, lo que -de acuerdo con Zygmunt Baumann- ha trasladado todas sus interacciones (modernidad líquida), por lo que también las motivaciones tienden a enfocarse sólo en las respuestas instantáneas y el largo plazo se vuelve aún más difuso.
Aunque el riesgo de muerte por contagio de coronavirus es latente y, al menos a través de los medios de comunicación de masas, hay pruebas suficientes de su existencia, mucha gente se ha comportado de manera muy relajada; al menos en México hay sobradas muestras de lo que es considerada una actitud irresponsable ante el problema.
(Ronnie Pitman)
La salud y el bien común
La actual crisis ha demostrado que la salud, al menos ante una pandemia, se convierte en un bien de acervo común, en los términos de Elinor Ostrom, dado que se requiere de la colectividad para mantenerla. Sobre todo porque es a partir de las decisiones y acciones de cada individuo que se puede atender a las recomendaciones y evitar la propagación del virus.
Aunque la autoridad genera fascinación en la mente de muchas personas, en realidad los gobiernos están muy limitados en su poder para obligar a los individuos a cumplir con determinadas reglas o leyes, es la socialización y la interiorización de éstas lo que garantiza que cada persona se comprometa a cumplirlas y vigilar que los demás hagan lo propio.
Tampoco es una cuestión de volverse policías o soplones los unos de los otros, sino que, en aras de evitar ser excluido socialmente, cada uno opta por obedecer las leyes, reglas, normas o acuerdos (instituciones en general). Así mismo porque están convencidos de los beneficios colectivos, pero sobre todo individuales, que dicha obediencia traerá.
Desde luego es muy complicado crear leyes, reglas o normas que realmente sean consideradas benéficas, y todavía más complicado que se socialicen y se internalicen en el corto plazo. Esa labor puede ponerse en marcha más fácil por una sociedad organizada con elevados niveles de confianza, tanto en las instituciones como en los demás individuos.
(Foto: duncan c)
Las soluciones esperadas
1) Libertad de mercado
Desafortunadamente, México como muchos otros países, transitó de un gobierno omnipresente a un mercado omnipotente, y se espera que los gobiernos o las empresas por medio de su oferta muestren un catálogo de soluciones para la mayoría de los problemas, a lo que sólo resta tomar decisiones netamente individuales.
Pero esa gestión individual de los problemas se queda muy corta al enfrentar problemas tan graves como el de una pandemia y eventualmente los derivados del mal manejo de los recursos naturales y la insostenibilidad del proceso de desarrollo que impera a nivel global.
La individualidad y el mercado han dado una respuesta muy mala a la crisis actual, pues los individuos se comportan como cada uno considera más conveniente; pero que puede no ser lo adecuado en términos colectivos. Las empresas mantienen su prioridad de generar beneficios, lo que no es un problema moral, es su lógica central, no hacerlo significa su desaparición.
Dejar sólo en manos del mercado el manejo y tratamiento del Covid-19 significaría esencialmente mantener en operación todas las actividades económicas y que sobrevivan los más aptos; quienes no puedan trabajar o no puedan pagar el tratamiento estarían condenados a muerte.
Entonces, hasta las empresas voltean a ver al gobierno y esperan obtener de éste las respuestas que por sí mismas no pueden generar. Las empresas quieren que subsane sus pérdidas, los individuos que supla su incapacidad de organizarse y actuar de manera responsable con el colectivo; lo que puede implicar tomar acciones de tipo autoritario.
2) Autoritarismo de Estado
El autoritarismo del gobierno puede ser cuestionado simplemente por el hecho de que es falsa la noción de que éste tiene pleno conocimiento o total racionalidad de los problemas de las sociedades que representan o sancionan. Y dado que están integrados por individuos con intereses personales que pueden nublar su acción, sus errores pueden ser altamente costosos.
Pero los gobiernos, como los Estados que representan, se han ido debilitando, por lo menos desde mediados de los años 70 del siglo pasado, así que su autoridad también se ha visto minada y es sumamente cuestionada. Muchos gobernantes tienden más a portarse como productos comerciales y evitan primordialmente caer de la gracia de los electores o -peor aún- de sus patrocinadores (empresarios).
China tiene un gobierno que se preocupa poco por su rating ante los ciudadanos (si es que merecen este apelativo), su corte autoritario le ha facilitado imponer las restricciones que han considerado necesarias. Pero no todo es autoritarismo, pues los ciudadanos chinos tienen garantizado su sustento y trabajo, cosa que no pasa en los países capitalistas.
En México la fascinación por el autoritarismo parte de la idea de que sirve para poner en cintura a “los otros”, a esas personas incivilizadas, incultas y medio salvajes que no acatan las reglas. Se tiende a fantasear pensando que serán esos otros los objetos de la tiranía, cuando la realidad del autoritarismo dista mucho de ser tan holgada en su selectividad.
No han faltado las voces que pidan que el Estado mexicano, a través del gobierno, imponga sanciones con mano dura y utilice todo su poder -muy magro en realidad- para imponerse frente a los individuos. Pero el Estado nos ha mostrado desde hace unos años su incapacidad de monitorear y sancionar el cumplimiento de las leyes, hasta la más básica: no matarás.
Por tales razones, la solución no puede estar en otra parte más que en la acción colectiva, en la decisión y acción de la sociedad organizada, pero ello exige romper con la lógica tan arraigada, que gobiernos o mercados den, y por tanto impongan las soluciones, aunque en el largo plazo sean insostenibles.
Aún si hoy el gobierno mexicano impone el confinamiento obligatorio, en algún momento esto despertará el malestar social, ya sea por hartazgo o hasta por hambre, que terminará generando una situación aún peor de la que podría presentarse sin esa imposición.
(Foto: Eneas de Troya)
¿Qué vendrá con una crisis climática?
Aún es imposible saber cuáles serán las consecuencias finales de la actual crisis y cómo impactará al mundo, pero ya se han dado indicios de lo que habrá que enfrentar en un futuro no muy lejano ante nuevas crisis, siendo la crisis ambiental la más latente.
La crisis ambiental no será algo que se desate en cuestión de semanas o meses, por ello mismo es más preocupante, pues se ha ido gestando por décadas, y así mismo sus consecuencias no se van a disipar en meses, ni siquiera en años, y ello pondrá en riesgo la vida de la humanidad y de una buena parte de otras especies que cohabitan este planeta.
Las empresas en su afán de mantener su existencia y generar beneficios económicos, han devastado una parte importante de los recursos naturales, muchos de ellos sin siquiera cubrir una necesidad primordial o necesidad alguna (el desperdicio es parte integral del sistema), por lo que difícilmente tienen una solución efectiva al problema.
Los gobiernos intentan – de nuevo- gestionar la crisis, tratando de reducir los impactos en el corto plazo, el largo plazo ya será tema de otra administración. Si acaso siguen recomendaciones que otros niveles de gobierno o una parte de la sociedad les han exigido desde hace décadas, pero a ritmos muy lentos.
(Juan Ares)
De vuelta al bien común
De nuevo el problema cae a la esfera de lo común, por una parte, debido a que todos como individuos deben hacer cambios radicales en sus hábitos; por otra, debido a que gobiernos y empresas hasta el momento han tenido poca disposición a generar los cambios necesarios y requieren de las exigencias de la sociedad organizada para hacerlo.
Sin embargo, hasta el momento lo que es posible percibir es poca disposición de los individuos a cambiar sus hábitos, aún cuando la amenaza de la muerte está frente a los ojos de muchos, con la crisis ambiental esto será todavía más difuso en tiempo y forma, que la actual crisis desatada por el Covid-19.
Así mismo la desconfianza generalizada que lleva a pensar que el problema es la desobediencia del otro, cuando la realidad es que todos son parte del problema, llevará de nuevo a pedir acciones autoritarias a los gobiernos, pero 1) difícilmente tendrán la capacidad de hacerlo, y 2) aún si las toman seguramente serán inefectivas, al menos al grado de lo que se requiere.
Esto no quiere decir que los gobiernos sean ineficientes por naturaleza, no es así, pero deben convertirse en eficientes a las necesidades del mundo actual, sobre todo como facilitadores de y coordinadores de la sociedad organizada, no como generadores de soluciones, a quienes se les delega lo que debería ser obligación de todos como sociedad.
Si algo ha demostrado el neoliberalismo (como doctrina de la supremacía del mercado) es que el Estado no debe ser un ente supremo, bajo cuya tutela y coerción deben estar todos los individuos. Esto ha abierto muchos espacios a la participación ciudadana, estos es lo que debería profundizarse y no el regreso del papel del Estado totalitario.
Pero ni empresas ni gobierno encuentran en la organización social algo que les motive, pues esto representaría un contrapoder que atenta contra su naturaleza, por ello es tiempo de acelerar los cambios de la base hacia la cúspide, o de otro modo la humanidad se enfrentará con una crisis de magnitudes efectivamente apocalípticas.
Por: Francisco Javier Lemus Yáñez. Economista por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y maestro en Estudios Políticos y Sociales por la UNAM. Profesor en la FCPyS de la UNAM y colaborador en Cambio de Michoacan.