En el ya lejano 1968 la primera película de Planet of the Apes marcó un hito en las cintas de ciencia ficción hollywoodense. Al atractivo de lo extraño, agregó una trama inteligente y una crítica plena de lecturas posibles.
El reboot se está ganando un lugar por derecho propio y Dawn of the Planet of the Apes es muestra palpable de ello. Esta secuela postapocalíptica hace crecer a la película anterior y aporta matices poderosos y brutales sobre el mundo en el que vivimos.
We finally really did it. YOU MANIACS! YOU BLEW IT UP! OH, DAMN YOU! GODDAMN YOU ALL TO HELL!
Dato curioso número 1: Matt Reeves, el director de la cinta, aseguró, antes del estreno, que en Dawn of the Planets of the Apes no había villanos. Dato curioso número 2: el nombre del simio violento que desata las hostilidades, Koba, era uno de los múltiples seudónimos de José Stalin. ¿Cómo podríamos leer la película si consideramos que estos dos hechos son verdaderos?
Los villanos son seres excepcionales. No sólo tienen la capacidad de transformar el mundo (ya saben, desequilibrar es más fácil que equilibrar, o pregúntenle al Joker), sino que además pueden absorber la culpa de toda una época y mantenerse enteros. Hay quien cree que la culpa de la Segunda Guerra Mundial es de Hitler y nada más, o que la terrible dictadura soviética fue únicamente culpa de Stalin. Ambos tienen el peso específico dentro de la consciencia del siglo XX como para ser capaces de absorber la culpa de toda una época mientras todos los demás nos lavamos las manos. Las acciones de los héroes los engrandecen, las de los villanos engrandecen a los demás. No hay Superman sin Lex Luthor, y Luke sólo es un héroe gracias a su padre.
Hitler o Stalin fueron tan carismáticos e influyentes que sus figuras pueden disimular el hecho de que nada hubieran hecho sin las hordas de seguidores que los miraban como semidioses. Esa “masa”, receptáculo favorito de la estupidez en el siglo pasado, en realidad estaba compuesta por personas, opiniones y puntos de vista que crecieron a lo largo de centenas de años en el mundo Occidental y derivaron en una violencia sin precedentes. Pero Hitler puede lavarlo todo, nadie más tiene la culpa, incuso su maldad es tan grande que puede disimular el racismo actual.
El simio Koba puede ser una referencia a Stalin, pero no es el mismo personaje. Koba no puede lavar la culpa de nadie; más aún, sus acciones muestran la culpa de Caesar y deforman a un personaje que al principio de la película parecía intachable. En su ingenuidad, en su creencia de que los simios eran mejores que los humanos, Caesar permitió la guerra. Koba actuó para defender a los suyos, cualquier humano pudo haber hecho lo mismo, lo sabemos cuando hacia el final de la cinta el venerado líder Dreyfus grita que los simios “no son más que animales”. Fue Caesar quien no supo leer la situación. Aquí el supuesto héroe condenó a simios y humanos a una guerra de destrucción total. El camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones.
Este personaje brillante que es Caesar sobresale porque es mucho más que un villano y algo menos que un héroe. Su liderazgo está lleno de inteligencia y buenas decisiones, pero un simio sobresaliente y su amigo humano son incapaces de constituir un estado ético. Reeves acertó al decir que no había villanos, fue la fe en los simios y en la humanidad lo que desató la guerra, pues detrás de la inteligencia de los personajes principales estaba la mediocridad de dos sociedades incapaces de reconciliarse con sus propios traumas y prejuicios.
I leave the 20th century with no regrets
En 1968 la fantasía postapocalíptica de Planet of the Apes ponía en perspectiva las creencias ciegas en las autoridades estatales y religiosas. La organización estatal de los simios dependía en gran medida de fe ciega en dogmas tradicionales, la población tenía que creer en lo que dijera el gobierno para que funcionara. Era, sin duda, una ficción sobre la Guerra Fría.
En 2014, en cambio, humanos y simios construyen estados con las mejores intenciones del siglo XX y fallan dramáticamente. En este mundo después del fin, que algunos entusiastas aún llaman “nuevo milenio”, la construcción del Estado ya no sólo está fisurada como en los sesenta, sino que se muestra definitivamente fallida. La fe que puso en marcha el mecanismo de la Guerra Fría es hoy obsoleta, el Estado (todos los estados) nos ha fallado; y, peor aún, la fe paranoica en la bomba nuclear ya ni siquiera es necesaria ante el espionaje masivo de EEUU.
Koba no requiere sino asomarse al arsenal de armas humanas, como si de “armas de destrucción masiva” se tratara, para justificar la guerra. Las mejores intenciones de Caesar y Malcolm son absorbidas por un sistema que no tolera el entendimiento entre diferentes. Dawn of the Planet of the Apes resulta una precuela brillante, porque lanza la misma pregunta que su predecesora acerca de la convivencia entre humanos y simios; pero de alguna manera el hecho de narrar el fin de la humanidad resulta más apropiado para nuestros tiempos.
Man has no understanding. He can be taught a few simple tricks. Nothing more
La película, aunque plagada de escenas interesantes y buen desarrollo de personajes, dista mucho de ser perfecta. La sociedad primitiva que se supone construyen los simios es bastante ilógica. En realidad se pudieron haber intensificado las críticas políticas si el guion hubiera seguido los más elementales signos de las sociedades primitivas. Quizá el error más acusado está en el lenguaje. En la primera parte de este reboot el momento cumbre ocurría cuando Caesar se erguía y hablaba por primera vez, aquí ese elemento está completamente desperdiciado.
En un paneo sobre la ciudad de los simios se ve a Maurice escribiendo la regla básica de la sociedad simiesca: “Ape don’t kill ape” (“Simio no mata simio”). La referencia es interesante, pero el recurso está equivocado, no puede haber escritura sin lenguaje articulado. Conforme avanza la cinta, más y más simios comienzan a emitir sonidos y Caesar y Koba incluso se muestran completamente capaces de conjugar verbos. Aparentemente, los simios podían hablar todo el tiempo, pero decidían no hacerlo. ¿Por qué si podían hablar no lo hacían, incluso en un nivel muy básico?, ¿por qué si aún se encontraban en un estado primitivo muchos simios terminaban por articular palabras y frases completas?
Somewhere in the Universe, there must be something better than man!
La ficción de Planet of the Apes en todas sus versiones, incluso en aquellas menos afortunadas, nunca ha sido esperanzadora. Los blockbusters del verano suelen traernos guiones conformistas con tramas cada día menos originales y efectos especiales espectaculares. No está mal disfrutar de efectos especiales de vez en cuando, pero no todas las películas son para eso.
Los carteles de Dawn of the Planets of the Apes prometen escenas de chimpancés sobre caballos y rifles alzados. Cumplen, sin duda, pero no es suficiente para el público palomero que va a ver esas escenas para después irse a dormir tranquilamente. Una sutil trama se teje desde el principio y sobrepasa por mucho a las escenas espectaculares. Los diálogos son particularmente espléndidos y, como buena película de simios, está llena de citas memorables. La parte en la que un Caesar agonizante dice “no me había dado cuenta de lo parecidos que éramos” promete volverse digna de recordar dentro de toda la saga.
Difícilmente encontramos concesiones en la cinta. Tanto los humanos como los simios están lejos de la idealizaciones y Caesar, personaje que compite con el viejo George Taylor interpretado por Charlton Heston, toca cimas realmente importantes al presentarse como un ser falible, una inteligencia ética que sin embargo es incapaz de leer el mundo que la rodea. A pesar de los nobles orígenes de su líder, el amanecer (dawn) del Planeta de los Simios sólo es posible bajo el signo de la violencia y la destrucción; el mundo humano desaparece, pero sus instituciones permanecen no en una sucesiva evolución, sino en una destrucción perpetua.