La historia del añejo reptil es digna de una película.
En el 2007 un equipo internacional de paleontólogos, entre los que se encontraba el investigador bonaerense Sebastián Apesteguía, descubrieron un conjunto de restos fósiles en Villa El Chocón, un pequeño pueblo ubicado al sudeste de la provincia del Neuquén, Argentina.
La joya de sus descubrimientos fue un esqueleto casi completo de un dinosaurio carnívoro nunca antes registrado. Mientras transportaban los restos, el vehículo que llevaba a los especialistas y al dinosaurio sin clasificar se volcó, afortunadamente sin heridos, pero dejando inutilizado el transporte.
La recolección de muestras tuvo que interrumpirse, y los investigadores tuvieron que volver a enterrar los huesos (dejando marcas de cal para reconocer donde localizarlo).
Lamentablemente, cuando regresaron por ellos, las autoridades locales les impidieron el paso, argumentando que los secretos científicos de la localidad no podían caer en manos de investigadores de Buenos Aires.
“No pudimos entrar por varios años. Nos enteramos que fueron recogidos por un equipo del Museo Patagónico de Ciencias Naturales al que sí le dieron permiso. Entonces, después de otro cambio de gobierno, reconocieron que el fósil había sido hallado por nuestro equipo y permitieron acceso al material”, declaró Apesteguía.
Cuando finalmente pudieron analizar los restos, comprobaron que era un dinosaurio carnívoro que vivió hace aproximadamente 95 millones de años, media 6 metros de largo y 1.70 metros de altura, lo más curioso es que contaba con manos chiquitas, cada una con dos dedos, muy parecidas a las del tiranosaurio rex.
Por su parecido con el tiranosaurio sospecharon que podía ser un pariente lejano, algo nunca antes registrado en la zona. Pero el análisis de los huesos reveló que no tenían cercanía. Esto demostró que la tendencia a la reducción de los brazos ocurrió en varías partes al mismo tiempo.
Por cierto, los problemas relacionados con la burocracia estatal ayudaron a elegir el nombre oficial del dinosaurio:Gualicho shinyae. Gualicho originalmente era una diosa del pueblo tehuelch, los habitantes originales de la región pampeana de América del Sur. Cuando los europeos conquistaron la zona transformaron a la divinidad en un demonio. Por eso, actualmente en Argentina un gualicho es sinónimo de maldición.