¿Se han preguntado por qué nos gusta comer chile? Sin albur…
Cuando vamos por unos tacos y los comemos con salsa, es natural que nos enchilemos. No importa si es chile de árbol, jalapeño, poblano o habanero: nuestra lengua reacciona al picante y comenzamos a sufrir, a veces, hasta el punto de moquear, llorar y sudar.
¿Qué pasa entonces con nuestra boca?
Los chiles contienen una sustancia que se llama capsaicina. Esta genera irritación en los mamíferos (las aves, por ejemplo, no tienen receptores para esta sustancia), y se puede convertir en ardor cuando entra en contacto con los receptores de vaniloide o TRPV1. Estos, con más precisión, se encuentran en todo el cuerpo y se dedican a regular la temperatura corporal, así como detectar –sentir– quemaduras y dolor.
Los TRPV1 reaccionan a la capsaicina, de modo que se envían señales de nuestra lengua al cerebro. Cuando esto ocurre, nuestro cerebro piensa que en verdad estamos ardiendo, por lo que se padece ese dolor. A diferencia de una verdadera quemadura, los picantes no provocan daños al tejido de la lengua. Además, una exposición prolongada a la capsaicina, en dosis como las del picante, hace que estos receptores se inhiban.

Los la capsaicinaes la culpable del picor de lops chiles. (Foto: Norbert Nagel)
La capsaicina puede llegar a ser benéfica en sus dosis adecuadas. La podemos encontrar en la comida, pero también está en la medicina. Se suele usar como analgésico para el alivio de dolores neuropáticos (dolores derivados de enfermedades o daños), además de que tiene propiedades antioxidantes y previene la formación de coágulos en la sangre. En el 2007, se publicó en un estudio que encontró que esta sustancia puede funcionar como parte de un tratamiento anticanceroso.
Pero la capsaicina también puede perjudicar la salud. Esta sustancia es la misma que se usa para producir el gas pimienta, el cual es considerado de las sustancias “más picantes” que existen. Y bueno, ¿cómo se define el nivel de “picor” de algo? Existe una escala que justamente lleva la cantidad de capsaicina como el parámetro para su ordenamiento: la escala de Scoville. Esta maneja las “unidades de calor Scoville” o SHU, las cuales indican la cantidad de capsaicina presente en alimentos y otras sustancias.

Escala Scoville.
Si son o conocen a alguien que disfrute mucho del picante, notarán que comen cada vez más y ya no se enchilan, ni lloran o moquean como alguien que no lo acostumbre. Se suele pensar que su lengua pierde sensibilidad, pero eso no es cierto. Lo que en realidad pasa es que su lengua se acostumbra y los receptores dejan de alarmarse como lo hacían antes. En realidad, se hace “más fuerte” la lengua, pero el dolor no disminuye nunca.
¿Por qué nos gusta torturarnos así?
Como verán, los picantes que solemos disfrutar tienen relativamente bajos o moderados niveles de picor, así que el gusto por esta sustancia se puede entender como se entiende el gusto por ciertos disgustos.
En la psicología se ha encontrado que hay personas que disfrutan de ciertos padecimientos, por ejemplo, el miedo en el cine de terror, aventarse con un paracaídas o, en este caso, enchilarse. Lo que ocurre con estas personas es que disfrutan de actividades “benignamente masoquistas”. Ahora, no es cualquier cosa que nos provoque algún padecimiento a lo que se refiere el término “benigno”. En un estudio publicado por la Society of Judgement and Decision Making, encontraron que los sujetos aceptan padecimientos justo por debajo del nivel “intolerante”, y entre más se acercan a ese nivel, más lo disfrutan.
En este tipo de actividades se suelen solapar las sensaciones de dolor y placer en nuestro cerebro. ¿Por qué se solapan? Pues en un estudio publicado en Plos One, se descubrió que la parte del cerebro que genera la sensación de placer (la corteza ventromedial prefrontal) es la misma que genera las sensaciones de dolor. Entonces, literalmente, cuando vean que alguien se dedica a enchilarse, no es que estén locos. Simplemente están divirtiéndose con ese delicioso sufrimiento…