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Dudas y desilusiones, o qué espero de la nueva Robocop

Hay ciertas películas que se te quedan en la memoria. Escenas que no te quitas, con las que sueñas de chamaco, que te mantienen con una extraña curiosidad despierta, al...

Hay ciertas películas que se te quedan en la memoria. Escenas que no te quitas, con las que sueñas de chamaco, que te mantienen con una extraña curiosidad despierta, al borde de cualquier asiento, mientras vuelves a ver una cinta que has vivido miles de veces. Una de esas películas que me marcó creciendo, y en esto creo que a muchos también, fue el Robocop (1987) de Paul Verhoeven.

Mucho antes de que llegara a admirar a este enorme director por su locura maniático-sexual y su ciencia ficción reveladora, me encontré –por suerte- con esta película en su versión completa; es decir, antes de que los salvajes de la MPAA (Motion Pictures Asociation of America) –responsables por la censura de las películas gringas- la destazaran para que pudiera pasar como acción familiar (¿?). Es una película enorme, intrigante, más profunda de lo que aparenta y más terroríficamente cruda que muchas otras grandes producciones de la década.

Hace ya algunos años empezó a correr el rumor de un remake y, como siempre, la anticipación dio paso a la duda y luego al pánico: ¿va a convertirse otro gran clásico de ciencia ficción en un bodrio sin consecuencia? En verdad no es que me afecte que hagan esos bodrios; digo, una película original seguirá siendo maravillosa –a menos de que sea de George Lucas y también le meta mano. Lo que es en verdad molesto, personalmente, es que no puedes perderte la película cuando se estrena y, mientras la ves, sufres como perro en carretera atrapado entre dos carriles: morbo y afición, molestia y desencanto.

La elección de Padilha

Después de mucho trajín se escogió como director a José Padilha y, en principio, esta elección pareció más que correcta. La película que lo llevó a la fama internacional fue la muy pirateada Elite Squad (2007), que cuenta la historia violenta de un capitán de unidad especial táctica que quiere retirarse de la guerra contra las favelas de Río de Janeiro. Digo que la elección es buena, en principio, porque esta película retrata la violencia cruda y la moral cuestionable de policías que se enfrentan a retos extraordinarios de violencia, armamento militar en pandillas de narcomenudistas y corrupción hasta los más altos niveles. Además, en esta película, la deshumanización del buen tipo universitario Matías es inversamente paralela a la humanización de Robocop: a través de la violencia uno pierde su humanidad para convertirse en un capitán de tropa de élite; a través de la violencia el otro gana su humanidad para convertirse en el policía robótico que las calles que Detroit necesita. Bueno, entonces, no es que parezca buena la elección, después de esa película, ¿quién no pensaría que es el hombre perfecto para dirigir el remake de Verhoeven?

José-Padilha

José Padilha en el rodaje de Robocop (2014)

El problema, en realidad, no es Padilha, ni su muy interesante película del 2007. El problema, de nuevo, es Hollywood. La elección del director tardó mucho tiempo en asentarse y, antes que nadie, estuvo sobre la mesa de producción el nombre de Darren Aronofsky (Pi, Requiem for a Dream, The Fountain). Quién sabe qué locura metafísica hubiera hecho este director con el proyecto. La cosa, en todo caso, es que con la casi quiebra de la MGM, los problemas de producción y con un ajetreo de más de cinco años para llegar a su estreno, la elección de Padilha más que buscada suena rápida y encontrada. Ojalá me equivoque pero, por lo general, los nuevos directores en Hollywood no tienen mucho margen de maniobra; y este joven director brasileño se encontró de repente con la responsabilidad enorme de una base de fans difícil, un estudio necesitado y un presupuesto que rebasa los 100 millones de dólares (más de diez veces el costo de la película original).

El tráiler, la desilución

La primera campaña viral disipaba algunas dudas. Esos comerciales de la corporación maligna fueron una excelente forma de arrancar la promoción de la película tomando la estafeta de una característica de Verhoeven: el uso de diferentes medios –particularmente la televisión dentro de sus películas- para crear un ambiente más vital en un futuro imaginado. Pero luego vino el primer tráiler. Ahí sí, y perdón si sueno extremadamente quejumbroso y repetitivo, me vino la completa desilusión. Eh aquí algunas de mis razones.

Primero porque, fuera de las escenas de Samuel L. Jackson –que en verdad pueden ser parte de la presentación privada que da el personaje al CEO de OmniCorp- no hay ningún elemento que nos señale la continuación de las geniales injerencias de la televisión en la película original. No me refiero nada más a las que muestran con carcajadas una sociedad viciada por un programa vulgar –“I pay a dollar for that!”-, sino a todos los reportes de prensa que dan pauta a la película –incluyendo uno de la guerra en Guerrero… ¿nos sabías algo gran Paul?- y que logran crear un futuro distópico sin tener que pasar por giros torpes de guión o introducciones explicativas. De entrada, si se pierde eso, se pierde algo esencial y que pudo ser utilizado de nuevas y originales maneras.

Segundo porque el tráiler apesta a melodrama y buena intención por el ser humano: los productores, al parecer, no aprenden calidad. En la película ochentera, Robocop recupera la memoria y sale de su programación de máquina porque renace en él un instinto fundamentalmente humano: el odio a través de su maquinal y sangrienta venganza. Esta brutalidad, este instinto básico, es lo que lo hace un policía excepcional, un justiciero inigualable en una sociedad completamente corrupta. O, al menos, ese es el mensaje tramposo que nos deja la cinta cuestionando nuestros propios preceptos de la ley y sus formas de aplicación. Lo genial de Verhoeven está justamente en eso, en que el cuento del vaquero mecánico cuestiona nuestra emoción final por una solución extrema que puede, peligrosamente, rozar un autoritarismo violento.

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Fotograma de Robocop (2014)

En cambio, frente a esta complicada y crítica trama, nos encontramos, en el tráiler de la nueva versión, que a Robocop lo que lo regresa a lo humano es el amor. Ni siquiera el erotismo –presente en la versión del 87 en la esposa, claro, pero, sobre todo en Lewis (Nancy Allen)-, sino el amor conyugal y el amor paterno. La esposa aparece convenciendo a la máquina de hablar con su hijo y vemos rápidamente la imagen de Robocop de rodillas y sin la máscara frente al escuincle que sorbe moco. De haber cambiado así la trama, la película pierde algo esencial en su mensaje extrañamente pesimista y nos da la siguiente conclusión: lo más humano que hay es la relación de pareja monogámica, el amor puro, platónico y filial. No más sexo y violencia porque los hombres estamos hechos de algodón de azúcar y fidelidad. Tal vez me exalto de más y, claro, el principio de la venganza en Robocop (1987) es la pérdida del amor matrimonial y filial. Sin embargo, el mensaje de esta película es crudo y valiente, pesimista y doloroso, mientras que lo que se anuncia en el tráiler reciente es choteado, previsible y sin ninguna profundidad.

Tercero porque la violencia excesiva de Verhoeven tenía un punto en la trama y parece que va a desaparecer. Desde que vemos el rating lo sabemos. Al primer corte de Robocop casi sólo podías asistir si eras veterano de guerra: clasificación X, la más alta, la más cercana a lo que la santiguada MPAA llamaría pornografía gore de drogadictos; claro, sin juzgar… Y esta versión es PG-13 por disparos, algo de implícitos sexuales y droga. Ahí de entrada vemos que le rebajaron la cuchara a las salpicaduras de sangre. Eso, en principio, podría ser perdonable.

Lo que sí parece difícil de aceptar es que a Murphy lo mate un explosivo oculto en su coche. Esa muerte que vemos en el tráiler es demasiado personal y demasiado cobarde. El genial Kurtwood Smith (o Red Forman para los seguidores de That 70’s show) fue un villano de esos que soñabas en pesadillas: violento, irreverente, consumidor de algún fármaco extraño, con voz chillona y despiadado sociópata de pies a cabeza. El asesinato de Murphy es un principio importante, justamente, para construir a este asesino de policías como el gran personaje que es: una muerte violenta, impersonal, fría y aleatoria en una fábrica abandonada cualquiera y no el césped bien cortado de su casa suburbana.

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Peter Weller y Kurtwood Smith en una escena de Robocop (1987)

No sólo ED-209 y la prostituta de tres senos

Estoy completamente consciente de mis exigencias como fanático de la película original: son tan estrictas que parece como si quisiera que el remake fuera idéntico. Pero eso no es cierto, respeto algunos remakes… pocos, pero sí algunos. Y, en todo caso, no soy intransigente: me encanta volver a ver una figura querida en la pantalla grande. La cosa es que se vuelve molesto que sólo hagan nuevas versiones por afán cínicamente comercial y que ya no haya ningún valiente que intente darles más contenido u homenajear, al menos, a las películas anteriores.

Como Spielberg y su calavera de cristal, como Lucas y sus retoques, este tipo de remakes aleatorios y rápidos insultan a una base de admiradores que crecimos viendo estas películas, marcados por ellas. En todo caso no basta que nos avienten un bolillo: el respeto a ED-209 está muy bien, pero, como para otro remake de una genialidad de Verhoeven, Total Recall (2012), los encariñados fanáticos no nos conformamos con el paneo de una prostituta con tres senos. El espectador no es sólo una cifra: en la calidad está el cariño.

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