En esta entrevista a Gabriel Mascaro, el director de la nueva película futurista, Divino Amor, nos habló sobre los peligros de la religión evangélica.
En los últimos años, hemos visto la importancia política creciente de las iglesias evangélicas. En México aparecieron predicadores de marcado acento portugués en la televisión de madrugada y muchos viejos edificios (en particular teatros y cines) se han convertido en santuarios de la fe. En Estados Unidos, el vicepresidente saliente, Mike Pence, tiene importantes relaciones con las iglesias evangélicas de su país. No por nada estaba en su agenda, por ejemplo, mudar la embajada norteamericana de Israel a Jerusalén.
Sin embargo, en ningún lugar del mundo, estas iglesias han adquirido más poder que en Brasil.En los últimos años, el gigante sudamericano ha pasado de ser un país regido por los socialistas, a un país sumido en escándalos políticos y que acaba de elegir a un presidente de extrema derecha que no esconde una importante deuda con los evangélicos. Su slogan de campaña, nacionalista y religioso, fue nada más y nada menos que: “Brasil sobre todo y Dios sobre todos”.
En los últimos años, han surgido más de 20 iglesias evangélicas distintas en Brasil. Futbolistas como Kaká han donado millones y han apoyado abiertamente las enseñanzas de estas religiones. Todo parece apuntar que su importancia social, cultural, política y económica no dejará de crecer. Y es, justamente, en ese sentido, que Gabriel Mascaro realizó esta fantasía futurista, sensual y de intrigante crítica religiosa.
Mascaro lleva ya cierto tiempo haciendo interesantes e incómodas reflexiones sobre la realidad social de Brasil. En KFZ-1348 (2008), exploró, a través de los registros de propiedad de un coche, las lógicas sociales de su país. En Um Lugar ao Sol (2009), Mascaro provocó a la audiencia entrevistando, de manera íntima, a los habitantes de los penthouse más lujosos de Sao Paolo, Rio y su natal Recife. En Doméstica (2012), finalmente, Mascaro empleó un mecanismo formal arriesgado cediendo la cámara a adolescentes privilegiados para que filmaran su relación con las trabajadoras domésticas empleadas en sus hogares.
Después de trabajar durante años con documentales, Mascaro comenzó a explorar, con la ficción, las mismas inquietudes sobre el funcionamiento íntimo de la sociedad brasileña. En 2015, estrenó Boi Neon, después de triunfar en Locarno con Ventos de Agosto (2014). En Boi Neon, una cinta que le dio reconocimiento internacional, Mascaro se adentra en las dinámicas de deseo y sexualidad en el medio ultra masculinizado de los rodeos brasileños. Una estética se empezó a forjar, un juego de complicidad con el fotógrafo Diego García, una exploración de la luz, de los cuerpos, de los espacios que, finalmente, continúa en Divino Amor.
La tercera cinta de ficción del joven director brasileño se sitúa en 2027. Brasil es ahora un país profundamente religioso que, a pesar de que mantiene una frágil separación entre iglesia y estado, se acerca peligrosamente a un régimen evangelista. La fiesta más importante de la nación carioca ya no es el carnaval, sino un rave religioso. Los servicios de iglesia son tan comunes que la gente puede pasar a confesarse con el coche como en un automac. El cuerpo femenino se expone constantemente, los valores de la familia se ensalzan, la agenda provida se adueña de todas las paranoias sociales.
Divino Amor es una de las más interesantes películas de ciencia ficción del año y, para celebrar que se proyectará en pantallas mexicanas covid-mediante, les traemos una entrevista con Gabriel Mascaro. Durante esta plática, Mascaro nos compartió su punto de vista sobre el mesianismo de la cinta, sobre el futuro de la religión en Brasil y sobre la necesidad de las contradicciones para confrontar nuestros anquilosados puntos de vista. Estas reflexiones importan, hoy más que nunca, en un mundo desesperado que todos los días se inclina más hacia derechas radicales.
Entrevista con Gabriel Mascaro, director de Divino Amor:
Desde que hacías documentales, jugabas mucho con la forma para mostrar realidades incómodas en Brasil; desde formas innovadoras de acercarse al talking head o incluso gestos como darle la cámara a algunos de tus protagonistas.
¿Qué te llevó entonces, en cuestiones formales, a explorar el futurismo para hablar del auge evangelista en tu país?
En mi película anterior, Boi Neon (2015), experimenté con mi cinematógrafo Diego García, cómo pensar el cuerpo dentro de un cambio geoespacial de transformación muy rápida. Sobre cómo pensarlo a través de la economía, el deseo, los nuevos comportamientos identitarios en el espacio muy masculinizado de los rodeos y tal.
Entonces, cuando empezamos a trabajar Divino Amor, quería hacer lo inverso: no mostrar más las transformaciones del paisaje, sino el confinamiento. En la experiencia de esta iglesia hay una diferencia muy muy fuerte con el cristianismo tradicional. Cuando pensamos en el cristianismo pensamos en las esculturas, en las imágenes sacras de la Virgen María, de Jesús; todo el arte sacro se nos viene inmediatamente a la cabeza. Pero, principalmente en Brasil y en otros lugares más, la iglesia evangélica propone una religión muy distinta, incluso revolucionaria. Lo que es el arte conceptual para la historia del arte es el evangelismo para la historia de la religión.
El evangelismo es una religión en la que no hay imágenes, no hay arquitectura, es solamente un cubo blanco y la palabra del pastor. Es una religión de la experiencia y del performance.
Entonces, pensé por un momento que sería interesante hacer un desplazamiento espacio-temporal corto para especular la fantasía de una religión ultraconservadora, pero que usa la estrategia progresista y liberal para avanzar aún más su ideal conservador y cristiano; para salvar a la familia cristiana y defender el ideal pro-vida. Quise jugar con la ambivalencia de la contemporaneidad para pensar el conservadurismo y las tesis liberales en un juego muy contradictorio.
Esta es una película muy arriesgada para nosotros porque estábamos jugando con elementos que a priori no utilizan imágenes. Al principio lo que teníamos era puro blanco, un cubo blanco. Fue un desafío estético muy grande. Lo que teníamos para trabajar era la luz, los colores, la iluminación, el humo de la experiencia espiritualista (como lo vemos en los automacs religiosos) y la música. Es una religión en donde la espiritualidad se manifiesta a través de la experiencia sensorial. Para nosotros fue una experiencia estética arriesgada, pero muy desafiante.
En este futuro que no es necesariamente utópico, ni distópico, sino que se establece como una necesidad, me parece interesante que la religión no nada más se impone en un movimiento jerárquico, de arriba hacia abajo, del estado hacia el pueblo, sino que se entromete, desde abajo, en las labores de la burocracia. Es decir que un pueblo profundamente creyente, expresa su fe a través de los mecanismos del estado.
¿Qué nos puedes decir de este aspecto del trabajo de la protagonista y cómo mezcla sus creencias con un aparato burocrático que debería ser laico?
Sí, el principio burocrático es laico y tiene una filosofía importante: la burocracia es lo único que puede garantizar la isonomía; es decir, la igualdad de las personas frente al estado. Entonces, la burocracia tiene una utopía casi religiosa de igualdad.
Por otro lado, la religión vende un poco lo mismo: la posteridad asegura la igualdad de todos los individuos frente a Dios. Las instituciones son las que cambian las utopías. Y ahí empiezan los juegos de poder, la jerarquía institucional y demás.
La película cuestiona la mezcla de la burocracia y la religión para jugar con las ambivalencias. Y, por eso, la estética de la película enmarca al notariado, a la burocracia, en locaciones modernistas. El modernismo es una tradición arquitectónica muy importante en el Brasil de Oscar Niemyer; la utopía del modernismo en el brutalismo brasileño es muy fuerte en la historia de la arquitectura. Y me interesó mirar este mismo espacio al servicio de una agenda conservadora de burocracia que controla los cuerpos cuando inicialmente estaba pensado para emancipar a los cuerpos.
Quería preguntarte sobre el final mesiánico de la película porque creo que plantea un problema interesante y que es una crítica inteligente. La idea aquí es que estas religiones están ya tan inmiscuidas en los asuntos terrenales que, si el mesías que tanto profetizan se apareciera en la tierra, no creerían en él.
¿Puedes hablarnos un poco de esta idea?
Sí, justamente es eso. En algún momento cuando empecé a hacer la investigación para la película, me di cuenta de que la filosofía que funda esta iglesia es, justamente, apostar por el futuro, por la posteridad del mesías. Pero cualquier revelación real de un mesías sería inmediatamente negada por ellos como una locura. Porque, si regresa el mesías, la religión se acaba. Y no se puede terminar. La serpiente se come su propia cola: hay una contradicción fundamental en esta filosofía de la religión.
El final de mi película también va en otro sentido. Ésta es una cinta sobre el control del cuerpo de las mujeres y aquí todo termina con un cuerpo descontrolado, sin nombre, sin registro, sin nada: un cuerpo libre de verdad, un cuerpo sin nombre.
La película fue una experiencia de investigación estética. Es una crítica, pero es una crítica sutil que está muy abierta para usar las estrategias bíblicas para hablar de la propia biblia. Es casi como hacer una película religiosa para hacer una crítica de la religión o una película que habla de fe, pero que tiene más fe que los evangelistas mismos. Es una película, finalmente, que juega con la fe a través de una mirada generosa, que no juzga al personaje de arriba hacia abajo.
¿Piensas que el pensamiento futurista, distópico, de ciencia ficción, puede servir de algo para cambiar al mundo?
No sé si el cine es capaz de cambiar el mundo. Pero lo que sí sé es que me gusta hacer películas que juegan con las expectativas. En Brasil, por ejemplo, en algún momento, con la izquierda más fuerte, pensaban que una película mía sobre evangelistas iba a ser una bomba en contra de la religión. Y, de repente, cuando salen del cine dicen: “¡Gabriel está loco! ¡Hizo una película evangelista!” Igual, si un evangelista va al cine, pensando que es una película evangelista, va a salir diciendo: “¡Gabriel está loco! ¡Hizo una película contra mi religión!”.
Entonces creo que esta película juega con las expectativas para no encajar en ningún lado. No es una película de venganza contra la religión. Es una cinta que juega con las expectativas y eso me importa. Me importa crear un desplazamiento en nuestro punto de vista. Incluso para mí es un ejercicio interesante: soy un ateo intentando mirar con mucha generosidad a un personaje que tiene una fe profunda.
El punto de partida es mi deseo de conocer al otro.