No me puedo considerar un experto en Warcraft. Ni de cerca. Jamás he jugado en línea y tengo un vago recuerdo de los primeros juegos. Eso sí, con todo el impacto mainstream de su momento cumbre, recuerdo pasar horas aferrado en el modo historia de Reign of Chaos (2002) que fue una maravilla. Además, claro, de que diariamente juego mi dosis ñoña del Magic edulcorado que es Hearthstone. Así, a pesar del recuerdo oxidado de este vasto mundo, a pesar de todas las críticas que había escuchado y a pesar de la sorna que mis acompañantes periodistas echaban a media película, no pude odiar el resultado. Hay algo en esta cinta que me cautivó y que aplaudo, en medio de todos sus visibles errores.
Porque Warcraft es para un público específico al que consciente y atiende. Es un logro, sin duda, balancear el impacto de las producciones millonarias y el cariño hacia un público específico (véase Guardians of the Galaxy), pero Warcraft no hizo concesiones: esto es masividad para un grupo restringido de cariñosos geeks. Y para hacer eso, incluso en nuestra era de amor a la ñoñés diluida, se necesita un inmenso valor. Crear algo tan específico en un modo tan enorme es exponerse al desprecio de todos aquellos que se sienten marginados por un universo que desconocen. Y aquí, el contexto no se les da a cucharadas cuidadosas sino con un enorme mazo en la cara. Es por eso que las críticas destrozaron la cinta, es por eso que los medios no especializados la desdeñaron y es por eso que, en el cine, verán a gente burlándose altaneramente. Y no, ésta no es la peor película del año, esta cinta no se compara con Fantastic Four (2015) y Duncan Jones, definitivamente, logró algo mucho mejor de lo que todos esperaban.
Aquí va, entonces, en forma de reseña SIN SPOILERS, un eco de cariño ñoño que intentará defender los logros de una cinta que merece continuar en franquicia. Porque aquí, contra todas las leyes del mercado, un amplio presupuesto se casó con una intimidad única para el corazón geekero de sólo algunos.
La maldición
Se habla mucho de la maldición de los videojuegos: parece imposible trasladarlos al cine sin crear una completa pifia. Digo, yo creo que Mortal Kombat (1995) y la terrible Street Fighter (1994) tienen su encanto: la primera por ser una completa locura alucinada (y por Christopher Lambert con rayos en los ojos); la segunda por tener el honor de ser una de las últimas apariciones de ese gran tipo mítico que fue Raúl Juliá. Antes tuvimos la terrible película de Super Mario Bros. (1993) –a pesar de Bob Hopkins, John Leguizamo y, claro, el gran Dennis Hopper como Koopa–, y luego vinieron los horrores imperdonables de la saga de Resident Evil (2002); babosadas sin sentido como Pixels (2015) –que, aunque no sea adaptación, se empantana en revivir viejos juegos ochenteros–; las locuras de Dead or Alive (2006); las espantosas Alone in the Dark (2005) y Farcry (2008) del pobre Uwe Boll –que quiso dirigir Warcraft pero que Blizzard, con justa razón, mandó a volar–; los horrores recientes sin alma de Angry Birds (2016) y Need for Speed (2014); las dos bazofias de Hitman (lo siento Mila Kunis); la pésima adaptación de Doom (2005) y un largo etcétera que sólo se salva, tal vez, con la visualmente impactante e innovadora Final Fantasy: The Spirits Within (2001).
En este marco poco halagador, Warcraft exigía, desde hace tiempo, una adaptación. Porque es un juego que ha cambiado al mundo con la red de gaming online más tremenda de los últimos tiempos, con una franquicia tan vasta como compleja y una historia inmensa con mitología propia y ramificaciones que van desde líneas temporales paralelas a descubrimientos de nuevos continentes y antiguas amenazas. Entre todo esto, no había muchas esperanzas puestas en la película. ¿Cómo adaptar un videojuego con una historia tan enorme? ¿Cómo lograr vencer la maldición de las adaptaciones con algo tan ambicioso? Nadie podía responder a estas preguntas… y nadie contaba con el as que Blizzard tenía bajo la manga. Para lograr la hazaña, la casa productora contrató a un fan declarado de Warcraft, un gran ñoño admitido y cariñoso, un talento incuestionable en la dirección que ya nos había demostrado su enorme capacidad con el clásico contemporáneo Moon y con su segunda cinta, menos afortunada pero también bastante sólida, Source Code. Duncan Jones puso todo su cariño geek en esta película que resulta un blockbuster de verano pero que se siente curiosamente íntima y personal.
Geek sin concesiones
La historia comienza en el marco de la Primera Guerra de la mitología de Warcraft, cuando los orcos, guiados por el perverso Gul’dan (Daniel Wu), cruzan por primera vez el Portal Oscuro con una ofensiva mayor, para invadir el pacífico reino de Azeroth. En el marco de la trama fílmica, el asunto se simplifica: ya existía una precaria alianza antes de la invasión de los Orcos y el rey Llane (Dominic Cooper) está a la cabeza del reino de Stormwind, en conjunto con los otros reinos de Azeroth. Se ve la estrecha relación con los enanos y los altos elfos, se ve la concordia de todos en este universo apenas explorado.
Pero, del otro lado, dentro de la Horda, hay tensiones reales. El líder del pequeño clan Frostwolf, Durotan (Toby Kebbel), comienza a dudar de las intenciones de su líder Gul’dan y, en particular, de su uso indiscriminado de la Fel Magic, una magia poderosa que consume vida y que termina pervirtiendo profundamente a todo aquél que la controla. Se ven, así, los primeros lazos con la Burning Legion sin que todavía se explique, en la trama de esta cinta, los potenciales conflictos que después vendrán. Durotan intenta entonces separarse de la horda prometiendo una alianza con los humanos para derrotar a Gul’dan antes de que destruya otro mundo como también destruyó Draenor, el mundo orco. Durotan, claro, vive un momento difícil: al atravesar el Portal Oscuro, lo siguió su esposa, embarazada de su primogénito que nace, apenas cruzado el umbral, en Azeroth. Gul’dan le insufló vida con la Fel Magic y Durotan no puede más que cuestionar cuáles serán las consecuencias de este acto nefasto en el desarrollo de su hijo.
Formando una peculiar alianza con el gran guerrero humano y mano derecha del rey, Sir Aduin Lothar (Travis Fimmel), Durotan se enfrentará a su propio clan con todas las consecuencias nefastas que esto puede tener. Mientras, en el lado de los hombres, el joven y talentoso mago Khadgar (Ben Shnetzer) comienza a descubrir las raíces de la Fel Magic después de la llegada de los orcos. Y sus indagaciones pueden tener, también, ramificaciones terribles. Todo parece indicar, en efecto, que alguien en Azeroth ayudó a los orcos a abrir el portal. La misteriosa raíz de este mal en el mundo de los hombres se observa en el combate interno del gran mago y guardián del reino, Midivh (Ben Foster), que, después de seis años de aislamiento, no parece ser tan poderoso como alguna vez lo fue… Y todos estos conflictos se entretejen en una compleja red de alianzas y traiciones que llevarán a un desenlace que promete mucho futuro. Porque esto es apenas la instalación de un universo: entre toda la red de tramas que se nos presentan, vemos, por ahí, junto con la consolidación del gran Lothar, el nacimiento de un guerrero que, tal vez portará, algún día, el nombre de Thrall.

Y todos estos conflictos se entretejen en una compleja red de alianzas y traiciones que llevarán a un desenlace que promete mucho futuro.
Como pueden darse fácilmente cuenta, aquellos que no estén familiarizados con el mundo de Warcraft se pueden perder fácilmente en la enorme cantidad de personajes y en sus profundas resonancias. Porque aquí no nada más tenemos a Lothar, Khadgar, Gul’dan, Durotan y Medivh, sino también a Orgrim Doomhammer (Robert Kazinsky), a Blackhand (Clancy Brown), a un muy joven Varian Wrynn, y a la presencia maléfica e innombrada de Sargeras. Es por eso que hay algo tan cariñoso aquí que resuena profundamente en el ñoño pecho de cualquiera que tenga propensión geek: esta adaptación no se va por la tangente explicativa y maniquea de Hollywood. No, aquí Jones no nos lleva al mundo de Warcraft con paciencia y cuidado: la introducción es, por el contrario, confusa, caótica y directa; este mundo se nos planta en pantalla con una explicación mínima de sus ramificaciones y, muy rápido, exige que entremos de lleno en la lógica de la fantasía pura y dura. Es por eso también que aquellos que sólo tienen como referencia de fantasía las películas de Lord of the Rings y la serie de Game of Thrones no van a ver con ojos cálidos este violento ingreso a otro universo que demanda una comprensión exigente.
Es cierto, el universo de Warcraft nació de un imaginario de fantasía bastante claro: hay orcos malos y humanos buenos; los enanos están en minas creando armas; los elfos son antiguas y poderosas creaturas; hay grifos, destellos medievales, poderosos conjuros de magia negra y blanca; dioses y demonios antiguos; portales entre mundos y paisajes majestuosos llenos de misterio. Éste es, claramente, el legado de C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien. Pero no nada más. Como estructura misma, el juego de Warcraft plantea un mundo en permanente guerra que no puede ser maniqueo: las fuerzas del bien y del mal son puntos de vista relativos y hay héroes en todos los bandos. Incluso, visto como una poderosa fuerza totalitaria, la antigua maldición de Sargeras tiene intenciones de bondad trascendente: destruir completamente el mundo para crearlo de nuevo sin sus principios de corrupción constitutiva. En este sentido, por el hecho mismo del gameplay en donde se puede cambiar de bando entre campañas (como también propuso el mítico juego de Blizzard, Starcraft), una adaptación fiel requería que no se planteara una versión moral simplificada de bondad contra maldad. De hecho, el primer guión a cargo de Sam Reimi, disgustó profundamente a Duncan Jones por ese mismo motivo: el joven director quería transmitir algo más que una burda pelea entre los humanos como bondad pura y paz y la Horda como facción guerrera fundamentalmente perversa.

Como estructura misma, el juego de Warcraft plantea un mundo en permanente guerra que no puede ser maniqueo: las fuerzas del bien y del mal son puntos de vista relativos y hay héroes en todos los bandos.
Así, esta película guarda algo profundamente cercano al sentido mismo del juego: los villanos están en todas partes y los héroes son de todos los bandos; las maldiciones antiguas trascienden a los guerreros y las víctimas siempre son los pequeños combatientes que se quedan atrapados en un conflicto masivo que los sobrepasa en tiempo y espacio. En ese sentido, esta adaptación fue hecha por un fanático para todos los fanáticos. Y se siente también en los detalles: vemos el juego visual con los magos creando círculos alrededor de ellos para los encantamientos; las perspectivas elevadas en dónde se pueden observar los establecimientos de la Horda consumiendo madera y recursos; la estética de armas masivas y de cuerpos masivos… Así, en general, disfrutamos aquí de un apabullante aspecto visual que refuerza profundamente el respeto al juego y los guiños a los que lo disfrutaron, o lo siguen disfrutando, en sus distintas formas.
Es por eso también que, a pesar de la enorme cantidad de CGI utilizado para crear este mundo imposible e improbable, encontramos en él el cuidado de un fanático y el detallismo de un perfeccionista. Porque Jones pulió hasta el más mínimo detalle en la encarnación de criaturas diversas, en el despliegue del mapa milenario de Azeroth desde el techo de la fortaleza de Stormwind hasta la torre de Karazhan y, claro, en la guerra con sus banderas, colmillos, armas y armaduras. Así, a pesar de no poder llegar a los extremos de Game of Thrones, las batallas están representadas de manera bastante cruda y brutal. Porque Jones pinta un universo que está destinado a un amplio público en su clasificación pero que sabe explotar bastante bien sus proezas visuales para mostrar lo cruento de las batallas, de las muertes, de la enorme violencia paciente de Gul’dan y de la desmesura de fuerza entre los orcos y los hombres.
Los males del propio peso
Pero, claro, no todo este gusto ñoño por la película no quiere decir, tampoco, que sea una cinta perfecta. Ni de cerca. Porque Warcraft es un proyecto demasiado ambicioso: Jones quiso contar su propia historia, traducir el comienzo de la mitología de Warcraft con el primer contacto de Azeroth y Draenor durante la Primera Guerra y establecer el principio de una franquicia en poco más de dos horas. Es una tarea titánica que todo el cariño voluntarioso del mundo no puede abarcar. Y sí, el detallismo visual, los guiños a los fanáticos, la panoplia de personajes y la trama general acorde a una mitología y a un gameplay, terminan por empantanar un guión que no siempre logra los efectos que busca.
Mientras que los personajes de los orcos tienen aristas interesantes y una cierta profundidad, sus oponentes humanos no siempre están muy bien logrados. Mientras que Anduin tiene un carisma indudable y logra proyectar su seguridad y fortaleza con porte, el rey Llane y su esposa Taria son personajes bastante esquemáticos, mal actuados y mal caracterizados que muestran, solamente, la premura con la que querían deshacerse de ellos los escritores y el director. También, si el sufrimiento interno de Medivh está muy bien representado por Ben Foster, si Khadagar, Garona y Anduin son personajes interesantes (sin llegar muy lejos en sus conflictos), las interacciones entre ellos acaban siendo algo acartonadas, los giros de humor en el guión no siempre funcionan y las emociones que despliegan no llegan a impactar profundamente. Así, el guión cae con frecuencia en frases ya hechas, en clichés esperados y en formulaciones que, lejos de funcionar íntegramente en la trama, resultan torpes.
Y también podemos observar en esta cinta un pecado común en los inicios de franquicia. Como pasó con Batman v Superman, se siente en Warcraft la necesidad de crear rápidamente un universo amplio para después desarrollar, con más detenimiento sus conflictos. Esta premura es la que causa, en muchas ocasiones, la impresión de que se abarcan demasiados temas sin llegar a profundizar íntegramente en ninguno de ellos. La película no tiene un inicio ni un final claro y, si la sensación de entrar a la trama in media res sirve para dialogar con los fanáticos, el final abierto deja demasiadas tramas sin resolver que exigen una continuación de la que aún no podemos prometer la realización. En ese sentido, si los grandes magnates no exigen una secuela a esta película o descartan a Jones para dirigir, rápidamente, una continuación, podríamos quedarnos con una cinta que prometió cosas grandes pero que se quedó, empantanada bajo su propio peso, en futuros incumplidos. Y eso sería una verdadera lástima.
Finalmente, Jones imprime un toque cariñosamente geekero a su mega blockbuster logrando un resultado endeble en muchos aspectos pero que resulta, al final, entrañable e intrigante.Warcraft encuentra sus logros y sus deficiencias en que no es una película para cualquiera. Aun así, tiene más encanto de lo que una crítica, poco acostumbrada a la fantasía y a esta mitología, le quiso dar. Porque esta película respeta el sentido del juego, visual y temáticamente, logra ser entrañable y poderosa y plantea, ciertamente, el inicio de una franquicia que podría dar increíbles resultados. Con todas sus torpezas, con el guión acartonado y la complejidad de sus ambiciones ñoñas, la cinta exige un alto compromiso del espectador. Así, es fácil sentir que se pierde el interés, en la extensión de la cinta, por todas las ramificaciones de la trama que no terminan por mostrar un camino claro en la historia. Aquellos que conocen el juego y la mitología, aquellos que disfrutan de todas las locuras de la fantasía con recuerdo a las excéntricas sagas de estética rebuscada de los años ochenta, podrán tener la paciencia suficiente para abandonarse al esplendor visual y disfrutar la película con todo y sus pecados derivativos. Aquellos que nunca han disfrutado este tipo de universos y no conocen nada del juego, van a rendirse mucho antes y podrían llegar a sufrir verdaderamente estas dos horas de locura estrafalaria. Al final, es verdaderamente ñoño lo que sólo es para el gusto de la sesuda ñoñés.
Lo bueno
- El profundo sentido geek de una adaptación sin concesiones para los no-iniciados.
- El sentido de amor por la fantasía más alocada.
- Que no se convirtió en un asunto maniqueo.
- Que respetó, en eso, el sentido único del juego.
- Los guiños para fanáticos.
- La recreación detallista del mundo.
- La violencia de la guerra y de la Fel Magic.
- La solidez de la visión de Jones.
- La promesa de continuaciones con el mismo director.
Lo malo
- El guión acartonado.
- La ambición desmedida que vuelve la cinta derivativa.
- Que los personajes humanos no siempre está bien logrados.
- Algunas actuaciones deplorables.
- Que la crítica no entendió el sentido particularizado de la cinta.
- Que pueden terminar aquí la franquicia volviendo esto un intento memorable sin consecuencias.
- Que ahora voy a regresar a la adicción de los viejos juegos. (Ahí la vemos vida).
Veredicto
Dividiendo opiniones por su clavadés rebuscada, esta película sólo tiene encanto para los que siempre van a disfrutar la fantasía alocada y las ramificaciones de una historia que va mucho más allá de lo que están viendo en pantalla. Para ellos, todo, para los demás nada. Y esto, en sí, me parece una apuesta valiente que, a pesar de sus enormes deficiencias, nos muestra cómo Duncan Jones es capaz de cambiar la escala de sus presupuestos apostando siempre por el público al que le tiene más cariño (aunque esto signifique, aquí, el completo desprecio de la crítica mundial). Esta película es mucho más de lo que aparenta y mucho menos de lo que pretende. Con todo, no es ninguna decepción y, de hecho, me parece una grata sorpresa que volvería a ver, encantado, por su ambición desproporcionada y sus torpezas entrañables. Tal vez sea el único que opina esto, dejándome llevar por mi ñoñez constitutiva. Tal vez. Lo que sí es que esta película me hizo sentir una fascinación por un mundo nuevo de fantasía en pantalla que hacía mucho tiempo no sentía. Y si eso no es loable en una perspectiva amplia, al menos, en mi vida, es tan significativo como la primera vez que vi, en la pequeña pantalla de mi computadora, el mundo fascinante de Warcraft desplegándose para mis ojos con toda la emoción de una curiosidad infantil que aún no se daba por vencida.

Título: Warcraft.
Duración: 123 min.
Director: Duncan Jones.
Elenco: Paula Patton, Travis Fimmel, Ben Foster, Dominic Cooper, Toby Kebbel, Robert Kazinsky, Daniel Wu, Ben Shnetzer.
País: Estados Unidos.
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