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El miedo a ser observado: la tecnología nos vigila

El primer círculo del infierno tecnológico es, de hecho, un miedo bastante elemental, casi primitivo: el temor a ser observado. La mirada es un agente poderoso, no sólo como fuente...
(Daniel Rubio)

El primer círculo del infierno tecnológico es, de hecho, un miedo bastante elemental, casi primitivo: el temor a ser observado. La mirada es un agente poderoso, no sólo como fuente selecta y privilegiada de información, sino como poder en sí misma; ojos de cristal, manitas de Fátima, ristras de ajos, listones rojos y piedra de ojo de venado son remedios habituales, desde los albores de la civilización, para protegernos del mal de ojo; al niño bonito hay que prenderle su listón rojo, la novia debe en su boda llevar un amuleto porque la mirada pesa, pesa mucho y puede causar daño, creemos. Digamos que no es verdad, ya lo dice el refrán “cuando el tecolote canta el indio muere, no será cierto, pero sucede”, para los que se resisten a creer en el poder de la mirada, deberán en cambio conceder que los seres humanos tenemos, inexplicablemente, la facultad de sentir la mirada de los demás, de saber cuándo somos observados,  intuimos cuando alguien nos llama con la mirada y acuñamos frases como “tener la mirada pesada”, alguien me dirá que eso es también una conseja de la abuela, que no existe, ése, no podrá negar que tiene miedo a que lo descubran, a que lo pillen, en fin, a que lo observen fuera de lo que por su soberana voluntad considera que es lo público. En cualquiera de los estados que nos encontremos cada uno – a mí me parece que situarse desde el primero previene muchas desgracias -, compartimos un miedo fundamental; cualquier cordado, por primitivo que nos parezca sabe que el primer paso para atacar es observar y, en concordancia, sabe que el cuando vamos a ser atacados, el primer instante es ser vistos.

Desde luego, todos los miedos son en gran parte irracionales, se basan en experiencias y en reflexiones pero tienen un fuerte elemento intuitivo y más allá de eso, se fundamentan en sentimientos metafísicos, es decir, más allá de la comprensión. En este círculo del infierno tecnológico no me refiero al control de nuestros datos, de eso ya hablaremos más tarde, sino del simple hecho de estar a la vista de otro o de otros, de ser exhibidos. En este sentido, todos los seres humanos dividimos nuestra existencia en tres grandes rubros de acuerdo con el acceso que le damos a los demás a nuestra propia vida: lo público, lo privado y lo íntimo. Parece una ecuación sencilla pero en realidad no lo es, por ejemplo, comer es un acto público, de hecho es un acto social, pero para Salvador Dalí, se trataba de un acto privado por cuanto satisfacía una necesidad fundamental como ir al baño; el sexo es un acto íntimo, acaso lo sea por antonomasia, pero eso también depende de las costumbres del que lo practica y del placer que encuentra en la compañía y la observación; de todo hay en la viña del Señor. Sin embargo, en común se encuentra que es el sujeto el que decide abrirse al mundo, ofrecerse como objeto de la mirada; no tenemos miedo a ser observados cuando queremos serlo, experimentamos terror cuando estamos bajo los ojos de quien no sabíamos que nos miraba o de quien no queremos que lo haga.

Smartphone celular blanco con un ojo en la pantalla cómo saber si alguien espía tu smartphone

El hecho es que la tecnología no sólo aumenta la calidad del observador, sino también su magnitud. No sé si sea cierto que algún software malicioso puede activar sin nuestra voluntad la vídeo cámara de nuestro teléfono, computadora, tableta o celular y grabarnos sin nuestro consentimiento, algunas películas y series de televisión ya han explotado ese recurso con éxito y con eso basta, porque el miedo es control y lo importante de él no es que se actualice sino que sea creíble; la potencialidad de quien nos observa hace palidecer al ancianito decrépito en el que se convirtió el Gran Hermano orwelliano, hasta nos hemos mofado de él con los “reality shows” que lejos de retratar la realidad la fabrican; el nuevo observador es más potente porque no está centralizado, no obedece a una voluntad suprema, sino que trabaja por y para sí mismo con millones de ojos atentos dispuestos a captar a los demás y a exhibirlos a cambio de nada, ni siquiera son agentes de una corporación diseñada para el dominio mundial, somos todos los que andamos por ahí con un teléfono con cámara fotográfica incluida, somos todos los que replicamos un meme y desde luego no vemos en él una persona encarnecida sino un personaje del que vale la pena burlarse; esta anarquía de la imagen favorece, ahora sí, a quienes a través del poder político o económico pueden ejercer dominio mediante la observación, tanto las policías y ejércitos del mundo como la delincuencia organizada en toda la gama y escala posible, todos nos volvimos sus colaboradores y todos también sus objetivos.

Para todas las distopias escritas hasta hace poco un elemento importante era la centralización del poder, nuestro trauma con los totalitarismos coptó nuestro imaginario, pero la realidad que siempre supera a toda fantasía nos demostró que el crecimiento de la tecnología no tenía por qué estar aparejada con orden y sometimiento, sino con expansión anárquica y atomización del poder y en ello, la imagen y la observación son las muestras más claras.

En el siguiente círculo de los temores nos enfrentaremos al control, una bestia del Apocalipsis creada por nuestros traumas más recientes.

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