The Dark Knight fue una revelación. De entrada, nadie daba un peso por ver a Heath Ledger, un actor de dramas segundones y comedias románticas, representando al máximo villano de la historia de los cómics. La elección de este actor guapo, carismático, de sonrisa dulce y rizos definidos parecía un tropiezo para los fans más exigentes.
Y, sin embargo, el Joker de Heath Ledger acabó siendo un pilar fundamental para la historia de Nolan y, tal vez, el mejor joker en pantalla de la historia. No son enchiladas, con esto quiero decir que superó la interpretación histriónica de Jack Nicholson, la locura divertida de César Romero y la retorcida versión de Mark Hamill.
Pero, fuera de los lugares comunes sobre la maravillosa interpretación de Ledger, hay algo en este Joker que va muchísimo más allá de lo que lograron las anteriores encarnaciones. Porque, en esta cinta, los roles se retuercen tanto, el caos se manifiesta a tal grado que el héroe no acaba siendo Batman sino el demente payaso que pone en jaque a Ciudad Gótica.
Así, siguiendo una maravillosa lectura del gran Aaron Swartz, los pasearemos por la teoría de un Joker que rebasó todos los parámetros del personaje, para convertirse en el héroe que Ciudad Gótica necesitaba… y que, finalmente, todos merecíamos.
El hombre racional
Aaron Swartz (Imagen: Noah Berger/Reuters)
En un ensayo publicado en 2012, Aaron Swartz trata de explicar al personaje de The Joker en The Dark Knight a través de la Teoría de Juegos. La Teoría de Juegos es un campo de conocimiento que se ha aplicado para el estudio de las relaciones sociales, la ciencia política, la economía y la computación, entre otras materias. Es, básicamente, “el estudio de modelos matemáticos de conflicto y cooperación entre seres racionales que toman decisiones”.
Pero ¿por qué utilizó Swartz una teoría económica y política para hablar de The Joker?
El punto que trataba resaltar Swartz, sobre todo, es que el Joker no es un ser absolutamente irracional. En la primera película de Tim Burton sobre Batman, Jack Nicholson representa a un Joker impulsado por la venganza, la sed de poder y el trauma de su rostro desfigurado (ahí están los engaños de Carl Grissom (Jack Palance) tras un escritorio suntuoso, la novia-trofeo infiel y un espejo roto como símbolos).
Este Joker quiere que todo el mundo quede desfigurado a su medida, quiere controlarlo todo y quiere reinar un mundo guiado por su megalomanía estética. Por eso la escena central de la cinta está en la reconstrucción de un museo que deja vivir, como símbolo de su revuelta la famosa Figure With Meat de Francis Bacon (y, a propósito, en The Dark Night hay una referencia muy certera a esta pintura en el primer video de The Joker, filmado en un refrigerador de carnes…).
El Joker de Heath Ledger, en cambio, tiene motivaciones muy distintas. De entrada, como señala Aaron Swartz, este Guasón tiene una obsesión con la idea del Homo Economicus. Este concepto es una abstracción teórica que plantea la idea de un hombre absolutamente racional que toma decisiones absolutamente racionales. En teoría económica, esta idea sirve par pensar cómo se resolvería un problema si este fuera sopesado, en la sociedad, por mentes lógicas. Como pueden comprender, es un parámetro teórico muy lejano de la realidad (cosa que la economía conductual se ha cansado de señalar).
Pero este parámetro tan lejano de la realidad, según Swartz, parece ser lo que guía las acciones del Joker. Uno podría dejarse engañar por ciertas frases que pronuncia el personaje de Ledger (“Soy como un perro que persigue una llanta…”; “¿Crees que tengo un plan? Yo no hago planes…”) y pensar que todo lo que hace es azaroso, caótico, irreflexivo y demente.
Sin embargo, a diferencia del Joker de Nicholson, este Guasón no se guía por compulsiones inmediatas: no lo inspira la venganza, la vergüenza o el poder. Nolan quiso, desde un principio, evitar las historias de origen del Joker. Es por eso, en parte, que este Joker usa maquillaje y que su rostro extravagante no es el producto de un azar químico. Este Joker no tiene los fundamentos psicológicos clásicos del personaje: está lejos de The Killing Joke, porque no explica los motivos profundos de su locura.
De hecho, el personaje se cansa de subrayar que no está loco. Cada vez que habla de su propia locura lo hace para convencer a alguien. Por eso, su locura corresponde, también, como bien señala Swartz a un juego racional (i.e: The Davies-Folk Theorem): su reputación de loco esconde lo que realmente es, para dejarlo maniobrar e impedir las respuestas apropiadas de sus contrincantes. Por eso logra tantas cosas de manera tan rápida: no es que nadie entienda al Joker porque está loco; nadie lo entiende porque nadie quiere admitir que todos los demás son irracionales y que él es el único Homo Economicus, el único ser absolutamente racional.
Piénsenlo: ¿Qué es más desconcertante? ¿Un loco vestido de payaso? ¿O que el único ser lógico esté vestido de payaso?
El nombre del juego
(Imagen: Warner)
Cada una de las tretas de The Joker en esta película están perfectamente calculadas bajo la apariencia de una locura espontánea. Y, bajo este disfraz jugetón, se esconde una lucha férrea por el alma de Ciudad Gótica. El Joker entiende perfectamente quién es su rival y cómo debe combatirlo: a él no le interesan los mafiosos, o los policías, o el poder ejecutivo en Gotham… le interesa Batman.
Como en distintos cómics contemporáneos del murciélago de Ciudad Gótica, Batman aparece como una luz que llama a los insectos: su propio carácter extraordinario, su lucha increíble, la esperanza que irradia, atrae a los villanos más insospechados. Un ser tan excepcional crea némesis excepcionales.
En esta cinta, la patología de Bruce Wayne es evidente: necesita a su alter ego compulsivamente, incluso al punto del autosacrificio (digo, terminará fingiendo su suicidio), para mantener una cierta cordura. Pero su alter ego es demasiado poderoso y tiene, también, que controlarlo con un regla principal, inviolable: no puede matar a nadie. Batman es, entonces, un ser de una extraordinaria fuerza, de una extraordinaria voluntad combativa que debe abrazar un mandamiento que condiciona su moralidad.
En el otro extremo está The Joker, un ser cuyas motivaciones psicológicas son absolutamente desconocidas: no tiene identificación, no tiene papeles, no tiene huellas digitales, no tiene antecedentes penales, no tiene nombre, no tiene rostro; es un criminal que no quiere dinero, que no busca matar por matar, que crea reglas alternas pero que no tiene planes.
Y aquí está la diferencia fundamental con lo que The Joker llama los “Schemers”, los “planeadores” como Dent o Gordon: los que planean son los que piensan que las reglas que mantienen a la sociedad son eternas y que, por ende, pueden planear una vida acorde a ellas. Lo que plantea The Joker es que estas reglas son tan arbitrarias como cualquier regla y que no puedes planear un futuro acorde a su estabilidad: el mínimo empujón sirve para mostrar que son insuficientes y verdaderamente inútiles.
Por eso, todo lo que hace The Joker en esta película es intentar demostrar la futilidad de las reglas sociales a través de pequeños juegos. Estos juegos están diseñados para mostrar que las reglas sociales no nos hacen buenos sino que, simplemente y de la manera más cruel, nos hacen creer que no somos tan malos. The Joker quiere sacar a relucir la naturaleza profundamente violenta, cruel e irracional del ser humano. Y, para hacerlo, emplea métodos inhumanos como la lógica a rajatabla.
Uno a uno, con todos los juegos que impone, The Joker quiere evidenciar la fragilidad de reglas sociales que los habitantes de Ciudad Gótica creían inamovibles. Primero, en el atraco del banco está el Juego del Pirata: un pirata mayor escoge cómo repartir el dinero entre los cinco piratas menores que lo ayudan a saquear 100 monedas de oro… pero, si los piratas no están de acuerdo con su repartición, pueden acabar matándolo y tendrá que ser el siguiente pirata en rango que elija la distribución; y así hasta que sólo quede un pirata.
Aquí, como cuando mata al mafioso ucraniano, The Joker quiere demostrar que no existe la lealtad cuando media el hambre, que las reglas reconfortan pero mienten, que los hombres rompen sus convicciones cuando se interpone la cupidez… o la supervivencia. Pero este juego sólo es uno de tantos que despliega en la cinta: The Joker pone también en acción el Juego de la Gallina (cuando reta a Batman a atropellarlo), el Dilema del Prisionero (con las bombas en los ferrys), el Dilema del Tranvía (cuando pide que maten al abogadete de Wayne a cambio de no explotar un hospital), etc.
Básicamente, esta disputa no es contra los habitantes de Ciudad Gótica sino con Batman por el “alma de la ciudad”; es decir por una creencia: Batman piensa que los hombres son fundamentalmente buenos, el Guasón piensa lo contrario. El que tenga razón y lo demuestre, gana. Este juego es un juego que trasciende lo físico porque The Joker sabe que, en una confrontación a puño limpio, nunca podrá vencer a Batman. Así que lleva el tablero a otro lado, al fundamento de Batman como detective: lo hace reconstruir balas, sacar ADN de cartas de baraja, leer entre líneas, incluso espiar a toda una ciudad por medio de un sonar modificado.
El juego aquí no es físico sino mental y, si se quiere, espiritual: el vencedor sabrá que su visión del mundo prevalece, el vencido se dará cuenta de que toda su locura fue para nada y que su pensamiento se sostiene sobre naipes. El juego del Joker tiene recompensas sencillas: el vencedor demostrará su cordura, el vencido caerá en la locura.
El héroe oculto
(Imagen: Warner)
Uno podría pensar, como seres esquemáticos y básicos que somos, que una historia de Batman en la que el Caballero de la Noche sale galopando de un túnel hacia la luz mientras el Joker, capturado, termina en Arkham, es una historia que acabó bien. Y, cuando digo “acabó bien” lo digo en dos sentidos: llegó a buen término, se concluyó la historia, y terminó como debía terminar, es decir, con el bien venciendo al mal.
¿Pero acaso es esto lo que ocurre en The Dark Knight?
En todas las grandes historias contemporáneas de Batman, los límites morales, los conceptos de bien y de mal, los maniqueismos habituales terminan por ser derrumbados. Lo vimos en The Killing Joke, lo vimos en The Dark Knight Returns y lo vimos, sobre todo, en la genialidad de Grant Morrison, Arkham Asylum: A Serious House on Serious Earth. En esta última novela gráfica, particularmente, encontramos que The Joker y Batman no son seres tan diferentes. De hecho, al final de la novela, The Joker le ofrece a Batman un lugar en Arkham: “Disfruta allá afuera… en el asilo. Nada más recuerda: si en algún momento las cosas se ponen muy difíciles, siempre hay lugar para ti aquí adentro.”
En The Dark Knight de Nolan, es evidente la influencia de todos estos cómics. Sobre todo en la cercanía entre Batman y The Joker. El personaje de Heath Ledger explota, incluso, a carcajadas, cuando Batman sugiere que lo quiere matar: “No te quiero matar. ¿Qué haría yo sin ti? ¿Regresar a estafar mafiosos?… no, no, no… Tú me completas.”
O, de nuevo, cuando, al final, Batman no lo deja morir:
The Joker: Esto es lo que sucede cuando una fuerza imparable se encuentra con un objeto inamovible. Eres verdaderamente incorruptible, ¿verdad? No me matas por un sentido desplazado de rectitud y yo no te puedo matar porque eres demasiado divertido. Creo que tú y yo estamos destinados a hacer esto para siempre.
Batman: Vas a pasar el resto de tus días en una celda acolchonada…
The Joker: Tal vez podríamos compartir una: deben estar encerrándolos de a dos con la velocidad con la que esta ciudad está perdiendo la cabeza…”
Es la misma propuesta que hace eco de A Serious House on Serious Earth porque el juego no terminó por resolverse. Se llegó a un extraño empate… O, más bien, Batman hizo trampa. The Joker gana el juego por el alma de Gotham desde que despierta la ira de Harvey Dent convirtiéndolo en Dos Caras. A partir de ahí, no importa que los ferrys no estallen, no importa que Batman gane o que él acabe encerrado en Arkham… lo único que importa es que la esperanza de un vengador perfectamente legal, del caballero blanco, se derrumba bajo el peso de la locura, la irracionalidad y la venganza.
El Joker gana porque demuestra que aún el más incorruptible, el más valiente, el más perfecto, el hombre mejor enmarcado por las reglas de la sociedad, aquél que sueña con justicia y matrimonio, puede caer en la locura. Y la única forma que encuentra Batman para evitar la victoria del Joker es interiorizarla. Así, acepta ser el villano de Ciudad Gótica para que Harvey no lo sea, para preservar el alma de la ciudadanía y la imagen de la justicia.
Pero algo sale muy mal en todo esto. Para pagar ese precio, Batman necesita convertirse en villano. Para la opinión pública, él no es más que otro psicópata como el Joker y, si lo agarran, hipotéticamente, podría acabar compartiendo sus celdas acolchonadas. El asunto es que, con el desarrollo de este juego, de una manera o la otra, el Joker ya ganó. Porque le demostró a Batman la corruptibilidad de la gente, la facilidad para manipularlos y, sobre todo, le mostró que, para ganar, Batman tiene que aceptar ser otra cara de la misma locura compartida. Batman termina siendo el villano en esta cinta y termina perdiendo en el juego contra The Joker.
Pero, ¿qué pasa con el personaje de Heath Ledger?
Aaron Swartz explica que, en esta trilogía, Batman Begins y The Dark Knight Rises son en verdad complementarias: una cinta muestra cómo el estado de beneficencia y empleo sesentero fracasa y crea más crimen; la otra cómo la mano dura contra los criminales y la política económica neoliberal empujan a una revolución de las clases menos privilegiadas. Una cinta muestra el fracaso de las políticas de izquierda y la otra el fracaso de las políticas de derecha.
(Imagen: Warner)
Mientras que las políticas implementadas en Gotham siguen fracasando, las ideas dementes de The Joker revelan sus verdaderos colores: el personaje de Heath Ledger no piensa que exista una solución y no le interesa darla, pero sí quiere analizar las arbitrariedades de una organización social cualquiera. En ese sentido, mientras que las políticas en la ciudad fracasan, el Joker -mediado por un caos terrible e incontables muertes- hace un diagnóstico. De paso, acaba con toda la mafia y su financiamiento, permite que Batman cumpla su verdadero propósito como héroe-villano en las sombras y revela que no se puede confiar en los hombres normales para cumplir la extraordinaria labor de lo incorruptible.
Así lo explica Aaron Swartz:
Al final de la película, el Joker está vivo, los gangsters y sus contadores están en su mayoría muertos, y su dinero fue redistribuido (aunque haya sido a través del método deflacionario de prenderlo en fuego). Y, como vemos al principio de la tercera película, esto crea un equilibrio más o menos estable: con los políticos libres del miedo a los mafiosos, se adoptan políticas anticrimen que impiden cualquier nuevo levantamiento. La cinta acaba concluyendo que Batman debe convertirse en el villano, pero, como siempre, no se para a notar que el Joker es el héroe.”
Batman se convierte en el héroe que Gotham merece pero que, en ese momento, no necesita. Así, en el reverso natural a la figura de Batman, en su espejo, podemos decir que The Joker es, a la vez, el héroe que Gotham merece y que necesita.
Gordon piensa que Batman es el héroe de las sombras porque sigue creyendo en la bondad de sus ciudadanos. Pero, en realidad, con la corrupción de Dent, el Guasón demostró un punto: esta ciudad merece al Joker como héroe porque, finalmente, cumplió todas sus expectativas de violencia e irracionalidad. Por otra parte, en el círculo de crimen que producen las políticas de izquierda y las de derecha en Gotham, la única solución que trae una relativa paz es la del Joker. No porque esté bien, sino porque era necesaria.
Aquí entraría toda una discusión entre necesidad y ética. Pero, sin meternos en otros jamones, podemos decir que The Joker es una figura mucho más compleja, mucho más rica, mucho más desconcertante no porque sea un monstruo, no porque sea un loco, no porque sea un sociópata, sino porque es el ser más racional de esa película y el verdadero héroe.
Perforando la realidad misma de la cinta podemos preguntarnos algunas cosas más… si The Joker es el héroe racional con el que soñamos pero que no podemos admitir, ¿qué comentario estamos haciendo sobre la salud mental de nuestras sociedades? ¿Qué esperanza tenemos para curarlas? ¿Cuáles otros monstruos racionales se ocultan bajo nuestras frágiles reglas?
Así, frente a esta vida de miseria y violencia se alza un espejo torcido que nos muestra riendo a carcajadas. The Joker es el reflejo del miedo profundo hacia la frialdad de lo racional acabando con nuestra humanidad compasiva. Al mismo tiempo, lo que nos dice es que esa humanidad compasiva no existe. Queda, entonces, la incertidumbre de soluciones imposibles y de dilemas espantosos; queda, entonces, la risa que regresa y que se queda flotando frente al absurdo de todos los que seguimos creyendo que los héroes existen…. y que algo puede venir a salvarnos.