Somos seres sociales. Desde nuestro más remoto pasado primate, nacemos, crecemos y vivimos para estar con “otros”. No obstante, en la época moderna esos primeros impulsos se han ido apagando. La soledad en nuestros días es más que una vocación o una rareza, es un riesgo potencial para nuestras vidas.
La soledad tiene el potencial de matarnos. Un estudio dirigido a personas mayores demostró que, estadísticamente hablando, las personas solitarias tienen el doble de posibilidades de morir prematuramente. El riesgo potencial de la soledad es casi equivalente al riesgo que corren las personas que fuman, y es el doble de peligrosa que la obesidad. Una soledad largamente padecida puede causar enfermedades como la artritis o diabetes tipo 2 y diversos problemas cardiacos.
Si hacemos caso a las encuestas, hoy en día el 40 por ciento de adultos se sienten solos, el doble de los que había en los años ochenta. A pesar de todo, casi no hablamos de la soledad como problema de salud pública. Tenemos muchísimos programas en contra de la obesidad o el tabaquismo, pero difícilmente un doctor nos recomendará relacionarnos con otros para mejorar nuestra salud.
La soledad se alimenta a sí misma y fácilmente se convierte en un círculo vicioso. En principio, no es sencillo admitir que estamos solos:
“Admitir que estás solo es como tener una enorme “L” [de loser, ‘perdedor’] en tu frente”
Opina John T. Cacioppo, investigador de la Universidad de Chicago, que se dedica a estudiar cómo la soledad afecta la salud de las personas.
Para mejorar nuestra interacción social debemos comprender que muchos conocidos no necesariamente equivalen a menos soledad. Cuando caminamos por las calles, todos hemos sentido que estamos solos en medio de una multitud. De manera que la cantidad no es la respuesta, sino la calidad. En efecto, requerimos de muy pocas relaciones, simplemente necesitamos de unas cuantas personas de las cuales depender y que estén dispuestas a depender de nosotros.
Las redes sociales pueden ayudar, pero no son una salida real. Varios estudios demuestran que las parejas que se conocen en línea, por ejemplo, suelen durar más, ser más felices y divorciarse menos. No obstante, la felicidad que sentimos día con día es inversamente proporcional a las horas que pasamos en redes sociales. En resumidas cuentas, internet puede ayudarnos a resolver los problemas de soledad, pero sólo si estamos dispuestos a dar un brinco del mundo virtual a la vida real.
La soledad también activa algunos de nuestros instintos más básicos. Como dijimos más arriba, desde tiempos inmemoriales somos creaturas sociales. La soledad no nos hace bien, y nos pone en un estado de alerta que nos impide relacionarnos. El asunto funciona así: Cacioppo descubrió que las personas solitarias suelen tener “micro-despertares” a lo largo de la noche. En otras palabras, se encuentran alerta porque no se sienten protegidas por una tribu, se trata de una sensación atávica. De tal forma que los solitarios son más propensos a sentir paranoia y a experimentar inseguridad en los ambientes llenos de gente.
La conclusión sería que para romper el ciclo de soledad es indispensable superar los sentimientos de inseguridad y de paranoia para acercarnos a los demás. Sin la disposición de comunicarnos con los otros, la soledad se convierte en una espiral que nos arrastra a la enfermedad y a la muerte.