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5 películas de ciencia ficción para reflexionar sobre las ondas gravitacionales

Una reflexión desde la ficción con cinco películas que ponen en juego la relatividad de Einstein.

Por primera vez desde la formulación de la Teoría General de la Relatividad de Albert Einstein en 1915, la ciencia logró confirmar la existencia de las ondas gravitacionales. Estas ondas son curvaturas en el espacio-tiempo que se desplazan a través del universo después de un cataclismo de enormes proporciones cósmicas. Esto quiere decir que, cuando explota una estrella en supernova, por ejemplo, se producen ondas que se desplazan libremente por el cosmos. La idea sugiere que las especulaciones de Einstein acerca de la conformación del espacio en cuatro dimensiones (tres espaciales más una temporal) y su relación con la gravedad eran acertadas.

Esto cambia considerablemente la forma en que podemos percibir eventos de nuestro Universo que, normalmente, por la masividad de su escala y la lejanía de sus ocurrencias, nunca podríamos observar. De ahí la enorme emoción científica por este descubrimiento. Y, sin embargo, la exploración cultural de estos fenómenos no tuvo que esperar las confirmaciones de LIGO para desatar su imaginación.

La Teoría General de la Relatividad de Einstein ha alimentado, durante décadas, la imaginación de los más atrevidos creadores de ficción especulativa. La literatura y el cine han practicado incontables escenarios en los que se pone a prueba la revolucionaria teoría de Einstein. Desde consideraciones sobre la compresión de los segundos y la imposibilidad de los viajes al pasado, hasta potenciales curvaturas extremas en la superficie del espacio-tiempo. Así que, para celebrar este descubrimiento sin precedentes, les dejamos una breve lista de películas que retoman, con la imaginación, lo que Einstein propuso al mundo desde su pequeña oficina de patentes en Berna. Cien años después celebramos con algunos delirios cósmicos, al genio carismático que cambió, radicalmente, la historia de nuestro mundo.

1. Planet of the Apes

La clásica cinta de 1969 protagonizada por un arisco Charlton Heston sigue siendo un hito de la ciencia ficción cinematográfica. Y, sin embargo, se olvida fácilmente, después de tanto verla, la importancia que tiene, en su trama, la relatividad general de Einstein. Porque todo el problema del regreso a una Tierra completamente cambiada parte del descubrimiento de una nave capaz de viajar a una velocidad cercana a la de la luz. Así, todo se mide en tiempo. Cuando llegan al hasta entonces desconocido planeta, el personaje de Heston aventura una hipótesis calculada a partir de las fechas de la nave espacial: si partieron en 1972 y llegaron el 25 de noviembre del 3978, quiere decir que viajaron aproximadamente a 320 años luz de la Tierra y que, por la dirección tomada, se encuentran en alguno de los planetas de la constelación de Orión.

La película, entonces, se debe a un error de cálculo: en vez de tener una nave de aceleración constante que mantiene una velocidad en aumento hasta la mitad del viaje y luego disminuye velocidad hasta llegar al planeta deseado, esta nave dio media vuelta a mitad del viaje y regresó exactamente al mismo punto de partida. Y, claro, la despiadada relatividad enseña que la velocidad de la luz comprime el tiempo y que, hipotéticamente, una nave que viaje a esas increíbles velocidades viviría un tiempo más lento comparado con el del punto fijo de partida. Es así como los astronautas pueden presenciar a los changos controlando el mismo planeta que el humano despreció. El monólogo inicial de Heston da el tono a la película y une, intrínsecamente, la enorme capacidad del humano por trascender sus propias limitaciones y, al mismo tiempo, encontrarse siempre en la esclavitud de sus impulsos más básicos. ¿No fue acaso la brillante correlación de masa y energía que formuló Einstein una maravillosa forma de superarnos y una excepcional puerta hacia nuestra propia extinción? Los changos nos enseñan, en este caso, y con lujo relativo, que la ciencia siempre se tambalea entre la construcción de un mundo mejor y formas cada vez más ingeniosas de destruirnos.

2. Contact

Contact es una bella realización de la novela homónima de Carl Sagan que aprovecha, con paciencia, las apasionantes reflexiones del libro. Porque, claro, toda esta historia es una excelsa narración de ciencia ficción en dónde aparece, por todas partes, la cordura de divulgador y la pasión científica del mítico narrador de Cosmos. Es por eso que Contact está llena de reflexiones en torno a la labor de la ciencia, los límites del conocimiento humano, la importancia de los afectos frente a la racionalidad fría, las relaciones innegables entre reflexión científica y religión, entre el inabarcable pensamiento humano y las voluntades terribles de algún designio superior, entre nuestra enorme capacidad de compasión, curiosidad y grandeza intelectual frente a los terribles fanatismos que nos seducen tan fácilmente. En esta obra está todo el espíritu cariñoso y optimista de Sagan, están sus reflexiones personales y su labor como el más grande divulgador de la astrofísica contemporánea.

Y claro, también están finamente entretejidas las teorías de Einstein en un pensamiento cósmico. Porque todo, en Contact, es una cuestión de tiempo y de distancia. ¿Cuánto tardarán en llegar a los confines de las galaxias las infinitas señales que mandamos al espacio? ¿Alguien acaso interceptará los peculiares mensajes encapsulados, en 1977, dentro de la sonda Voyager? ¿Acaso podríamos dar con la coincidencia absoluta de encontrar, en la inmensidad del Universo, a alguien que esté en el corto rango de tiempo y espacio que permiten nuestras ondas de radio y los optimistas trozos de metal que aventamos al vacío? Toda la reflexión de esta cinta se encamina hacia eso: la soledad que resentimos en la compañía de otros humanos. Estamos solos, finalmente, en el Universo y en nuestra pequeña existencia, sentimos conexiones con todos pero finalmente terminamos nuestro viaje aislados y sintiendo que siempre hubo algo más que descubrir. Éste es un gesto humilde, bello y optimista de Sagan. El gran científico nos ve como un cúmulo errado de potencialidades magnificas y reflexiona en torno a ellas mostrándonos, de paso, la escala de nuestros pataleos. Como Einstein visualizando, en la amplitud cósmica, la curvatura del espacio tiempo, Sagan reflexiona la enormidad frente al punto fijo de partida de nuestro pequeño pedazo de tierra con musgo. Y en todo esto están las distancias del Universo, la enormidad del todo y la posibilidad de alcanzar, en un doblés teórico del espacio-tiempo, las estrellas que sólo podemos observar, diferidos en el tiempo, en la oscuridad del cielo nocturno.

3. Event Horizon

Ésta es una cinta muchísimo menos sesuda que otros ejemplos en nuestra lista. Tomando prestados los delirios de Stanisław Lem en Solaris, la extrañísima película de culto noventero de Paul Anderson especula sobre los viajes interestelares y los peligros que encierran. Por supuesto, todo esto es una excusa para encontrar algunos buenos momentos de terror psicológico encarnados en una forma mucho más abstracta y maniqueamente más terrible que las formaciones de neutrinos de Solaris. Sin embargo, a pesar de todos sus préstamos legítimos y cuestionables, este clásico del terror espacial marcó profundamente las explicaciones divulgativas en torno a la posibilidad teórica de doblar el espacio-tiempo para recorrer enormes distancias en el tiempo de una vida humana.

Todo nace de la increíble mente del Dr. Weir que encuentra la forma de controlar, con campos magnéticos, una singularidad artificial. Es decir que, para fabricar un “hoyo de gusano” (también conocido popularmente como un “Puente Einstein-Rosen”), el personaje de Sam Neil construye una nave que puede generar un agujero negro, Así, se logra la, hasta entonces sólo teorizada, dobladura del espacio-tiempo que permite nuestros ansiados sueños de viajes interestelares. Sin embargo, como podría esperarse, algo sale terriblemente mal. Al igual que Solaris y Contact, la relación del humano con una inteligencia alienígena pasa aquí por la más absoluta incomprensión. Porque es imposible medir los designios de una inteligencia tan radicalmente distinta a la nuestra. Aquí, el paso de la nave por el agujero de gusano no culmina en algún otro punto del espacio sino en una dimensión paralela regida por el caos. Ésta es entonces una visión ligera de ciencia ficción que se queda, en sus especulaciones, a medio camino entre la curiosidad de los agujeros negros de Interstellar y los planteamientos religiosos de Contact: ¿Son acaso los agujeros negros portales dimensionales? ¿Pueden comunicarnos con otros seres en otros tiempos u otros universos? ¿Es acaso el infierno de nuestros sueños otra dimensión posible? ¿Podemos estar rodeados de pesadillas? ¿Nos protege acaso de los universos potenciales esta frágil realidad incomunicable?

4. Interstellar

Con su increíblemente ambiciosa cinta, Christopher Nolan le dio un giro espléndido a las películas de viajes espaciales. Porque hacía mucho tiempo que una cinta no intentaba un space porn a la altura del más grande monumento de la ciencia ficción cinematográfica, 2001: A Space Odissey. Por supuesto, no estoy diciendo que la cinta de Nolan esté a la altura de la locura abigarrada de Stanley Kubrick. En lo absoluto. Lo que digo es que ambas cintas plantean, en su momento específico de avances científicos, una increíble lucidez en cuanto a la representación fílmica del espacio. Nadie había retratado como Kubrick el constante movimiento circular para crear ambientes de gravedad artificial; nadie había explorado, con su paciencia, los movimientos de grandes naves acoplándose en el espacio; nadie había retratado como él el absoluto silencio del vacío espacial. De la misma manera, Nolan logró, con la enorme ayuda de Kip Thorne (que también, coincidentemente, es miembro de LIGO), una representación nunca antes vista de los hoyos de gusano, los efectos temporales de la gravedad, las potenciales representaciones gráficas del tiempo y, por supuesto, la belleza de ese fenómeno físico único que son los agujeros negros.

Con todo, el meollo dramático de esta película se encuentra muy acorde a la sensibilidad que nos legaron grandes figuras científicas como Albert Einstein, Stephen Hawking o Carl Sagan: estos hombres siempre fueron, fundamentalmente, humanistas. Se puede percibir en las constantes luchas sociales y políticas de Einstein, en su trato amable y cálido, en las consideraciones de Hawking sobre el sufrimiento personal y la trascendencia de la mente o en los esfuerzos amorosos de divulgación de Sagan. Y aquí, en la cinta de Nolan, vemos esta mezcla peculiar de ciencia dura y esperanza por nuestra terrible especie humana. Está la importancia de las relaciones interpersonales en el enorme cálculo de nuestro lugar en el Universo, la escala de nuestras emociones en los misterios últimos de la física, la importancia del amor como un medio que trasciende el tiempo y el espacio. Todo esto puede interpretarse como cursilería que utilizó una excusa de ciencia ficción dura para plantear problemas en la relación de un padre con su hija; se puede pensar que sólo es una historia sobre la mortalidad de nuestros seres queridos y el lugar que debemos ocupar en la era que nos corresponde dentro del azar infinito. Pero también se puede considerar como una aventura que especula sobre los límites de nuestra capacidad de teorizar al universo; sobre todo aquello que nos rebasa y que no podemos reducir a una ecuación, por más compleja que ésta sea; sobre el eterno misterio que nos rodea y el poco tiempo que tenemos para asombrarnos de su inmensidad.

Y, por supuesto, ésta es una historia sobre el tiempo. No ha habido nunca una película que retrate con tanta fuerza emocional la terrible escala de distancia y tiempo para la corta vida humana. Lo que nos dice Interstellar, mientras sueña con la salvación del hombre en una imposiblemente compleja tecnología futura, es que lo que nos impide trascender la barrera de nuestro sistema solar no es la capacidad de nuestros motores sino la ineludible barrera del tiempo. El hombre, en la escala cósmica, es un ser de muy limitadas capacidades exploratorias: incluso si descubriéramos una fuente de energía infinita que nos permitiera desplazarnos a la velocidad de la luz, incluso si lográramos motores de antimateria, el Universo se cierra a la escala de los breves años que nos toca vivir. Todos soñamos íntimamente con el fin del mundo porque no tendremos tiempo de verlo; de la misma manera, soñamos con los confines del espacio porque, siendo calculables, están absolutamente fuera de nuestro corto alcance.

5. Solaris

Aquí hay una pequeña trampa: para plantear las relaciones de Solaris con las teorías de Einstein en una escala cósmica, es necesario pasar por encima de las tres adaptaciones cinematográficas. Porque ni la adaptación más cercana de Boris Nirenburg, ni las locuras peculiarmente psicológicas de Tarkovski o eróticas de Soderbergh, pueden dar cuenta de la inmensidad especulativa de la novela de Lem. Como en todos los relatos ciencificcionosos del increíble autor polaco, Solaris tiene un buen número de intromisiones bizarras. Porque, entre cada pedazo minuciosamente tejido de narración, encontramos momentos de regresión a los anales científicos de la “solarística” (o el estudio desarrollado en torno al extrañísimo planeta de Solaris). Todos estos apartados apasionantemente eruditos de ficción convertida en ciencia nos hablan de un descubrimiento que tambaleó, por un momento, las teorías de Einstein. Los hombres descubren Solaris, un enorme planeta que tiene la increíblemente bizarra capacidad de sustraerse a la aplastante gravedad de los dos soles que orbita. Al observar la trayectoria orbital de este planeta, los científicos de la Tierra comenzaron a cuestionar las implicaciones gravitacionales a nivel cósmico en la teoría de Einstein: todo parecía indicar que esta extraña excepción a la regla destruiría toda la cordura teórica de la relatividad general.

Sin embargo, se descubrió algo muchísimo más inquietante: Solaris es un planeta que puede modificar su órbita para evitar su propia destrucción. Este planeta puede manipular la gravedad y, en ese sentido, mostrar un cierto nivel de consciencia. El estudio minucioso, durante más de 100 años, del extraño mar que recubre la superficie de Solaris plantea muchas más preguntas de las que responde. Y claro, todo esto nos muestra una reflexión sobre las limitaciones de la inteligencia humana, nuestra absoluta falta de capacidad para comprender lo radicalmente distinto y el potencial encuentro, nuevamente, con una inteligencia extraterrestre que rebasa nuestros parámetros naturales. Es interesante entonces notar aquí la importancia del pensamiento especulativo de Lem frente a la primera observación directa de las ondas gravitacionales: el momento en que celebramos una mayor comprensión del universo es el momento en que más debemos cuestionar los límites de esa comprensión y la inmensidad de los misterios que la física aún nos guarda. La enorme dificultad de comprobar lo que especulamos a nivel cósmico debe ser un aliciente suficiente para pensarnos en la humildad de nuestra pequeñez frente a la escala cósmica: como el Dr. Kelvin, somos pequeñas inteligencias a la deriva en un misterioso e interminable mar de preguntas.

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