Muy aparte de la expectación, las estadísticas, el glamour y las entrevistas, la Copa del Mundo se trata solamente de futbol. Once seres humanos bajo una intensa presión psicológica y física se enfrentan a otros once; lo único que los une es que nacieron dentro de las arbitrarias líneas que delimitan una nación. La capacidad de manejar la presión y el entendimiento que tengan del juego serán fundamentales, pero al final todo se trata de once cuerpos frente a once cuerpos dentro de un terreno de juego.
No es poca cosa. Once cuerpos humanos coordinados para jugar futbol dentro de un equipo representan una maravilla de la ingeniería natural. Se necesitaría una increíble capacidad de procesamiento para entender exactamente cómo funcionan esos cuerpos y como trabajan juntos para salir victoriosos a través de siete partidos y coronarse como campeones. Sin duda es un esfuerzo monumental, pero al fin y al cabo, repito, todo se resume a once cuerpos.
Naturalmente esos cuerpos están en conjunción con once mentes diferentes. En el terreno de juego sólo son cuerpos, pero si vamos a lo más íntimo del partido descubriremos que esos cuerpos están animados por la sorprendente coordinación de once mentes. No se trata, en suma de once personas corriendo por su cuenta, sino de un equipo que requiere el trabajo conjunto de al menos once cerebros (y algunos más). La diferencia entre un conjunto de individualidades y un equipo de futbol es la capacidad de coordinarse que puedan tener los once cuerpos en movimiento constante. Pero, ¿qué pasaría si esos once estuvieran coordinados por un solo cerebro? No me refiero a la mano dura de un técnico, sino literalmente un cerebro que controla once cuerpos, ¿sería posible? Sería mejor, en todo caso.
El cerebro humano es una pieza magnífica de la naturaleza. A partir de los años ochenta los científicos han notado su increíble plasticidad. Solía creerse que cuando una neurona moría no había manera de reemplazarla, pero ahora se sabe que nuestra células cerebrales son capaces de generar nuevas y mejores conexiones, incluso más allá de lo que somos capaces de concebir. En suma, el cerebro puede aprender a controlar partes del cuerpo que nunca hemos tenido o robots que acabamos de conocer.
Un cyborg en la Copa del Mundo
La –fugaz y casi imperceptible– patada inicial de este Mundial se llevó a cabo gracias al esfuerzo conjunto de 150 científicos dentro del proyecto Walk Again. Uno de los elementos clave de este grupo es el brasileño Miguel Nicolelis, un brillante neurocientífico que además consiguió el patrocinio del gobierno de Brasil. El exoesqueleto que envolvió que vimos hoy un trabajo neurológico de décadas. Todo comenzó con la estimulación eléctrica del cerebro de ciertos animales para hacerlos mover una pata, y derivó en la compleja lectura de las señales del cerebro.
Uno de los experimentos clave realizados por Nicolelis se llevó a cabo gracias a Idoya, una mona rhesus con un cerebro formidable. Idoya simplemente caminó sobre una banda de ejercicios mientras veía un monitor con un robot. Sus señales cerebrales no sólo le permitían mover sus propios pies, sino que animaban también a la máquina. Después de un tiempo, el cerebro de Idoya comprendió lo que estaba pasando y la mona se detuvo pero el robot no. Resulta que aprendió a enviar las señales exactas que el robot necesitaba sin que tuviera que mover sus propios pies. ¿Cómo es que su cerebro pudo hacer eso en tan poco tiempo?, ¿cómo es que pudo manejar un cuerpo ajeno?
El principio que animó al hombre que vimos hoy durante unos segundos en la televisión es básicamente el mismo, pero con un grado más alto de complejidad. No es suficiente con manejar un robot a distancia para hacer que camine por nosotros de una manera efectiva, el cerebro necesita una suerte de feedback para que el sistema funcione. Todos nosotros tenemos cierta sensibilidad en los pies que nos permite “sentir” mientras caminamos. De suerte que podemos hacerlo sin estar atentos al camino, porque nuestras extremidades envían al cerebro información suficiente aunque nuestros ojos miren a otra parte. Así que el exoesqueleto funciona con sensores en los pies que envían información al cerebro a través de las manos. Suena muy simple, pero ¿cómo es que el cerebro puede recibir información de un cuerpo externo, como el exoesqueleto, e interpretarla apropiadamente?
Detengámonos un poco en este punto. La respuesta a los dos planteamientos en tan simple como impactante: el cuerpo es la cárcel de nuestra mente. La plasticidad del cerebro le permite crear conexiones en donde antes no hubo nada. En otras palabras, es capaz de aprender a enviar señales eléctricas específicas para que una parte robótica o un robot entero se muevan a su voluntad. No sólo eso, también puede aprender a recibir información de un “sexto sentido” externo. En el caso del proyecto Walk Again, recibe señales en los brazos que aprende a interpretar como señales de sus pies robóticos, así de simple.
El primer paso

Miguel Nicolelis, líder del proyecto Walk Again
Lo que sucedió el día de hoy puede resultar histórico más allá de la patada inicial del Mundial 2014. Podría ser, con todas sus letras, el primer paso al mundo de los cyborgs. Como sabemos, este exoesqueleto no es el primer dispositivo que hace de las personas una especie de cyborgs, en cierta medida los marcapasos ya hacían eso y Neil Harbisson ya se registró como tal ante el gobierno británico. Pero el logro alcanzado el día de hoy por parte de un brasileño y una máquina va, literalmente, un paso más allá.
Sin duda, la aplicación de esta tecnología en personas parapléjicas o que han perdido alguna de sus extremidades es extraordinaria, pero no se detiene ahí. Piensen esto: si tuvieran la posibilidad de cambiar sus piernas humanas por un par de piernas robóticas con mejor funcionamiento, ¿lo harían? Es decir, ¿se cortarían las piernas para conectar su cerebro a extremidades robóticas? ¿Por qué no?, finalmente el cerebro es capaz de adaptarse para manejar estas máquinas y en esas condiciones hasta es posible que funcione mejor. ¿Entonces, por qué no?
Alan Rudolph, uno de los miembros del proyecto Walk Again también trabaja para DARPA (la Agencia de Proyectos e Investigación de Defensa Avanzada de los Estados Unidos), la agencia estadounidense encargada de generar proyectos tecnológicos con aplicaciones militares. Como muchos de ustedes recordarán, ellos desarrollaron al robot BigDog, un cuadrúpedo equipado para hacer exploraciones militares en terrenos hostiles a grandes velocidades. Pues bien, Rudolph ha señalado la posibilidad de que estos robots sean manejados por el cerebro de los soldados. Bajo esas directrices, tendrían mejor respuesta y serían más efectivos.
Para no perdernos en perversas fantasías militares, volvamos al futbol: once cuerpos en una cancha. Sin duda este deporte cambiaría para siempre si alguno de los jugadores decidiera cambiar sus extraordinariamente bien dotadas piernas por un par de máquinas más potentes, más rápidas y más resistentes. (¿Qué tal que Luis Montes, el jugador mexicano que acaba de sufrir una ruptura de tibia y peroné, pudiera jugar con una pierna robótica este Mundial? ¿Sería justo?, tampoco fue justo que se rompiera la pierna, ¿cierto?).
El futuro
A pesar de lo descabellada que suenan estas posibilidades, no se compara con lo que esta tecnología podría hacer. Si reducimos a los once cuerpos a once máquinas mejor equipadas que además estuvieran controladas por una sola mente, ¿entonces seguiríamos hablando de futbol? Podría ser que este deporte se transformara en una especie de ajedrez más vertiginoso y espectacular, jugado sólo con la mente de dos contrincantes y veintidós piezas robóticas.
Y si eso pasa en un campo de futbol, ¿qué pasaría en el resto del mundo? Me veo tentado a fantasear sobre cerebros hiperconectados que ya no necesiten cuerpos (¿recuerdan el final de Her?), o que más bien pueden usar indistintamente diversos cuerpos como si fueran trajes. Lo primero serían las prótesis innecesarias que nos darían un mejor rendimiento físico, después las prótesis estéticas (una nueva cara, por ejemplo, con gestos estudiadamente atractivos), luego la posibilidad de cambiar de cuerpo cada mañana y finalmente una corriente de pensamiento que concluya que tener un cuerpo es superfluo. El último paso de la perspectiva cyborg sería, en tal caso, eliminar toda parte robótica y humana excepto el cerebro.
Claro que estas no son sino fantasías de jueves por la tarde. Lo que sí podríamos decir, y lo hacemos con regocijo, es que el exoesqueleto fue todo un éxito: un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la sociedad futura, ¿no les parece?