Naruto cumple 21 años de su primer capítulo y 6 de haberse terminado por completo. Es clarísimo que este es el anime más relevante de este siglo y el que más influenciado a la industria japonesa tanto de animación como del manga, y cómo no, si arruinó todo el género de shonen y el futuro de esta industria.
No me malinterpretes. Yo también disfruté Naruto y durante más de una década le dediqué toda mi atención para saber qué era lo que seguía en la vida de ese güerito chistoso que de ser un don nadie con sueños rotos se convirtió en el más grande héroe de la sociedad Ninja, gracias a la misma maldición que lo hizo padecer tanto.
Sin embargo, esa misma devoción que le tuve a Naruto y que le tengo al anime en general, es la misma que me lleva a reconocer que, después de esos 15 años de estar en emisión, la obra de Masashi Kishimoto le hizo más daño que bien a una globalizada industria de animación japonesa.
Antes de Naruto tuvimos un sinfín de shonens populares en occidente que, más o menos, pusieron la mesa puesta para que llegara el día en que alguien aprovechara esas bases y explotara como nunca alrededor del mundo. Esa explosión la tuvo Naruto al igual que Dragon Ball Z muchos años antes, pero con la ventaja que da una sociedad llena de Internet, con la inmediatez que eso otorga, así como el impulso que le dio a la piratería digital.

(Pierrot)
El problema con Naruto
Al igual que sus predecesores en el género, este anime y manga, buscó llevar al centro a un joven desamparado, sin padres (un trauma que dejó una herida profunda en la sociedad japonesa tras la Segunda Guerra Mundial) y sin talentos aparentes, solo para darle poderes y dotarlo de la capacidad de sobrepasar sus barreras con constancia y el poder de la amistad, además de revelar, paso a paso, que en realidad nunca fue un don nadie, sino que el verdadero poder yacía en su interior pero nadie lo veía.
En suma es un shonen más… pero es uno que utilizó todos los clichés del género para llevarlo hasta el extremo y no solo eso, sino también arraigarlo en su propia naturaleza, no solo en el manga, sino también en su adaptación al anime que, con justa razón, terminó ganándose el mote de “Rellenuto” por la cantidad de relleno que se metió a lo largo de toda la historia solo para extender sus emisiones y, por supuesto, vender más figuritas, juguetes, ropa y toda la mercancía que cualquier que quisiera una licencia entregara.
Poco a poco, tanto el anime y el manga, dejaron el precedente: haz esto si quieres ser popular… y eso fue exactamente lo que pasó. Poco a poco el shonen se convirtió en eso, una suma de los clichés de Naruto y de lo que la hizo popular, tanto lo bueno como lo malo y, por supuesto, también, al ser el precedente directo, las comparaciones para cualquier otro producto, intentara o no hacerlo, llegaron irremediablemente.

(Imagen: Pierrot)
El camino ninja
¿Qué es exactamente lo que se tiene que buscar al hacer un producto cultural como Naruto? Históricamente y mercantilmente, un shonen no es otra cosa que un producto de anime o manga dedicado a los jóvenes varones (porque para las mujeres, por más arcaico y reduccionista que suene, existe su propio género, el shojo). ¿Qué es lo que les agrada a los adolescentes hombres? Fácil: Naruto.
A todas luces Naruto es el camino ninja a lo que aspira cualquier creador de anime o manga: crear una historia que modifique lo que se tiene predefinido en un género. Solo que en este caso, lo que sucedió es que ese cambio lo que hizo fue solamente sacar a relucir todos los lugares comunes de una industria que, aunque no lo parezca en la superficie, siempre está en el camino de la innovación narrativa, técnica y tecnológica.

(Foto: Pierrot)
Otros han intentado, sin éxito, lograr estos cambios en busca de eso mismo, como en el caso de Hideaki Anno en el anime, o Alan Moore en el cómic occidental. Para ellos el camino ninja fue buscar atentar contra su propio género.
Anno con Neon Genesis Evangelion buscó desintegrar las guías del shonen y los mechas, cambiando la forma en que se relacionan los personajes y el papel de su protagonista, al mismo tiempo que retó los diseños toscos de los robots históricos como en Macross, Mazinger Z o Gundam. Shinji es un personaje patético, lleno de contradicciones, sin una sensación de ser único que actúe a su favor, mientras que su entorno es hostil y lleno de obstáculos que, en vez de resolverse con el poder de la amistad, es la misma relación con otros seres humanos lo que hacía más difícil resolver los problemas que tanto se incrementaban dentro de Shinji, Asuka y Rei, como los que sucedían fuera en Tokio 3.
El resultado, nuevamente, fue un fracaso rotundo (al menos en la superficie) de lo que significa el shonen desde sus aspectos más triviales hasta los más esenciales y todo se puede resumir, fácilmente, en el meme último de NGE: ¿Qué significa su final?
La industria y el público consumieron las intenciones de Hideaki Anno para construir un shonen atípico, lleno de detalles narrativos que retaban a su audiencia más allá de las secuencias llenas de flashes, mensajes crípticos y las peleas entre robots que destruyen ciudades enteras. Al final, lo que importa es vender figuras coleccionables de Asuka y Misato en bikini en vez de reconocer sus historias
En el caso de Masashi Kishimoto, su intención nunca fue cambiar la historia de los shonen, pero la misma capacidad de atracción de un personaje tan prototípico como Naruto junto a la enorme capacidad de su autor para generar escenarios repetitivos e idénticos, llenos de salidas y soluciones mágicas, le dio una forma para estirar su historia durante 15 años sin cortes de presupuesto significativos ni retrasos.
La industria se lo comió y él lo aceptó, valoró y abrazó con todo el amor de alguien que sabe que tiene entre sus manos millones de yenes con solo escribir “dattebayo” y, sobre todo, que hay más autores dispuestos a hacer lo mismo por una probada de las migajas que dejó ese éxito.