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The Purge: Election Year – Lluvia de balas y política inocente

| 23 de agosto de 2016
La última entrega de The Purge es un intento loable pero fallido para ampliar el mundo que las dos películas anteriores pusieron en marcha.

James DeMonaco siempre quiso hacer algo más. Desde la primera película de The Purge se nota una frustración desesperada en su manera de dirigir. Al principio, no contaba con el presupuesto para desarrollar un mundo más allá de los confines de la casa Sandin. La primera purga que tuvimos en pantalla fue, entonces, la presentación tramposa de todo un mundo distópico, de unos Estados Unidos encerrados en su propia locura que sólo percibíamos bajo el lente de una película de invasión de hogar. La segunda purga, un año después, en el 2023, nos mostró una faceta mucho más amplia de este universo sin presentarnos, tampoco, todos los mecanismos que lo componen. The Purge: Anarchy apuntó a los problemas políticos de la purga, más allá de las primeras intuiciones económicas de la entrega anterior; nos mostró la otra cara de la moneda, las calles, los barrios bajos y sus habitantes. Esa película, con todo y sus momentos ridículos, nos llevó de los lugares más desprivilegiados a las mansiones más adineradas para dar un panorama mucho más amplio y complejo de lo que implica este universo: gente que se sacrifica por dinero, partidas de caza de los más ricos, revueltas populares lidereadas por un Malcom X del siglo XXI y la persecución gubernamental en los guetos.

Ahora, con esta tercera entrega, DeMonaco quiso meterse, de lleno, en los problemas políticos que ya presentaba su planteamiento inicial. Como con las dos películas anteriores, lo logra a medias. Éste director es, tal vez, más inteligente que sus propias películas (lo que representa el exacto opuesto de alguien, por ejemplo, como el tarado de Oliver Stone), pero eso es algo que le estorba mucho a la hora de hacer acción desparpajada y dejarse llevar por el gozo puro de la violencia. Desgarrado entre sus ganas de entretener y una reflexión liberal que nace de su más ronco pecho brooklynero, DeMonaco nos vuelve a dar una película entretenida que, sin embargo, se vuelve a quedar corta frente a sus pretensiones.

Un trasfondo peculiar

Lo que parecía más interesante en la primera cinta sobre la purga –y que muchos comentaristas y críticos fallaron en ver– era que el esquema de la invasión de hogar se revertía con la más pura inspiración de los Funny Games de Michael Haneke: ahí no se trataba del calor hogareño de una familia perfecta que se ve invadido por lo externo, lo sucio, lo depravado; no se trata de una familia adinerada que se enfrenta al horror cotidiano de las calles que nunca recorren; sino que es la historia de la riqueza y la seguridad devorándose a sí misma. El salvador, en esa película, es el personaje llamado, solamente “The Stranger” y protagonizado por el único actor que aparecerá en las tres cintas, Edwin Hodge. La idea entonces, es que lo familiar en la riqueza es lo más temible y desquiciado y que la bondad se encuentra en otro lado, en el instinto de supervivencia altamente moral de un hombre que se queda sin alternativas y que, aun así, se niega a matar por deporte.

Esta reversión de la lógica del home invasion nos deja ver que DeMonaco siempre quiso hacer películas de acción con tintes de horror sin nunca abandonar un trasfondo político. Ésta es la historia de una sociedad americana opulenta que participa de un sistema predatorio en el que el capitalismo llega a su punto más voraz: sólo el que tiene dinero puede sobrevivir. Y la idea está bien enmarcada porque nadie es inocente: la familia Sandin, que aparecen aquí como las víctimas, han hecho todo su dinero a través de la explotación de la paranoia de seguridad de las clases más adineradas. Son los primeros beneficiarios de la purga y sólo se justifican, ellos mismos, el horror de su posición acomodada y predatoria, siendo la familia hipócrita que no sale del refugio hogareño para matar. Por eso, la pregunta que hace el más joven de la familia a sus padres es certera. Es una pregunta formulada por un adolescente que ve el absurdo de la situación y deja entrar, en un conflicto moral evidente, al pobre extraño cazado: ¿Ustedes que apoyan indirectamente este sistema y se benefician de él, saldrían a matar como todos los otros, si les diera el impulso?

La enseñanza viene de parte del personaje invasor, de aquél que no pertenece a ese estrato social y que muestra la superioridad de quien, a pesar de las circunstancias, se niega a seguir el círculo de horror de un sistema. Aquí, como en la segunda película, hay una confianza en el poder de los individuos frente a un sistema represor que se permite instaurar medidas extremas y, francamente, horrorosas. Fuera del gozo espectacular que produce la idea de libertad absoluta, del regreso legal a la ley del más fuerte, DeMonaco quiere mostrar que los hombres, sin necesidad de restricciones jurídicas, pueden ser buenos y escoger no dar rienda suelta a sus instintos más básicos. Es lo que pasa, exactamente, con el personaje del Sargento Leo Barnes (Frank Grillo) cuando decide salvar gente en vez de encaminarse a su venganza y cuando, finalmente, ante la posibilidad de purgar, casi sacrifica su vida por una moral más alta que trasciende la permisividad demente de un estado corrupto.

Sin embargo, en esa segunda entrega, hay algo que también falla. Al final, cuando la revolución de Carmelo (Michael Kenneth Williams) llega para salvar al grupo del Sargento Barnes de una cacería horrorosa, el personaje de Kiele Sánchez, Liz, dice una frase inesperada frente a la muerte de su esposo Shane: le pide a los revolucionarios la oportunidad de purgar como venganza. Y ellos aceptan alegremente dándole un arma y encabezando la masacre de ricos pretenciosos. El problema con este asunto es que nos muestra hasta qué punto la acción revolucionaria acepta al sistema y exige los derechos que sus instituciones prometen. Es decir, si el personaje se hubiera adherido a la causa revolucionaria por creer en ella viendo, de primera mano, lo que causa la purga, esta película hubiera canalizado sus energías políticas hacia la bondad del hombre y la causa revolucionaria justa. Simplificando todo, es evidente que varias esperanzadas e inocentes luchas se han basado en esas dos premisas. Pero, al dejar que ella “purgue” la muerte de su marido, los revolucionarios invitaron al sistema dentro de sus filas. El punto no es que maten por venganza, por sed de sangre o por simple gusto de hacer algo que les fue negado, sino que muestren las fallas del sistema para derrocarlo de una vez por todas.

 La tercera es la confundida

En todo caso, se puede decir que es por esa misma razón que la lucha de Carmelo falla y que tenemos una tercera película en la cual la causa revolucionaria es secundaria frente a las posibilidades de un cambio democrático. Así, The Purge: Election Year empieza, algunos años después, con una situación completamente distinta que amplía, una vez más, el panorama del universo de DeMonaco. Esta vez, el Sargento Leo Barnes es el encargado de seguridad de la senadora Charlie Roan que está contendiendo seriamente para desplazar a los New Founding Fathers (NFFA) de la presidencia. Esta candidata apasionada vio morir, años atrás, a su familia en una purga. Roan fue la única sobreviviente a un ataque particularmente sádico por la abnegada decisión de su madre: el asesino le pide a la jefa de familia que decida quién debe permanecer en vida… y ella opta por su hija.

Roan quiere acabar, entonces, por el camino democrático, con la institución que cambió, traumáticamente, su vida. Y lo que la caracteriza no es, nada más, la pasión con la que ataca, políticamente, al candidato oficial del gobierno, sino cómo demuestra, ella misma, la abnegación de su madre. Porque Roan se despreocupa completamente por su seguridad personal negándose a abandonar su casa cuando la NFFA decide eliminar los privilegios que protegen a los políticos con la evidente intención de eliminarla. Así es como Roan muestra que está dispuesta a regresar el favor de su madre sacrificándose por el bien del país. Y es ahí en donde entra el superhombre abnegado que es Leo Barnes: como jefe de seguridad, convencido, él mismo, de los horrores del sistema, debe proteger a toda costa a la senadora para que sobreviva la purga de marzo y llegue, sana y salva a las elecciones. Así, después de un atentado fallido al principio de la noche de purga, Barnes y Roan tendrán que recorrer las calles tormentosas de la ciudad de Washington tratando de salvarse y evitando que la continuación de la revolución de Carmelo –ahora encabezada por el mismo Stranger de la primera cinta– arruine con violencia sus pretensiones democráticas de cambio.

De nuevo, DeMonaco logra establecer un marco interesante para hacer una película de acción (que toma mucho de Carpenter con su Escape de Nueva York) y para intentar crear un subtexto político. Pero, de nuevo, es ahí en donde la película se queda corta. Porque hay una regla no dicha de las cintas de acción: es muy difícil lograr una película que sea, a la vez inteligente, con un trasfondo reflexivo interesante y cuestionador y entregarse sabrosamente a la violencia desparpajada y a las largas secuencias de balazos y persecuciones. El tarado de Oliver Stone lo logró, casi a pesar de él, con Natural Born Killers; la segunda adaptación de Judge Dredd lo intentó de manera loable; Robocop, Starship Troopers y Total Recall de Verhoeven lo hacen maravillosamente con el ingrediente agregado de la ciencia ficción…. por dar algunos ejemplos. Por el otro lado, siempre han existido películas de acción desparpajada y gozo por la violencia gratuita que no le piden excusas a nadie y que simplemente apuntan a la diversión sencilla. Segal, Willis, Schwarzenegger, Stallone y Van Damme son algunas de las estrellas que nacieron en ese contexto.

De nuevo, DeMonaco logra establecer un marco interesante para hacer una película de acción y para intentar crear un subtexto político. Pero, de nuevo, es ahí en donde la película se queda corta.

Pero DeMonaco quiere tener el pastel y también comérselo. The Purge: Election Year trata de encaminarse, de manera mucho más evidente, hacia una reflexión política sobre el sistema que se instauró en las dos cintas anteriores. La idea principal es que las causas revolucionarias violentas crean mártires y son, finalmente, inútiles al perpetuar la violencia institucional del sistema. Así, la única solución para un cambio verdadero tiene que pasar por las elecciones democráticas.  Esta idea puede ser interesante si está enmarcada en cierto contexto y si se plantea de cierta forma. El problema es que, aquí, se topa con un muro y se vuelve francamente inocente.

Lo que DeMonaco trata de mostrar es que no es el sistema el que está viciado desde dentro sino que la perversidad de las instituciones viene de los hombres que elegimos para controlarlas. Y DeMonaco, en su más pura inocencia, no considera que el sistema sea corrupto en sí porque las intenciones políticas pueden sobreponerse, finalmente, a los intereses económicos. En un año de elecciones en el que los candidatos se han atacado con todo sobre las implicaciones de los intereses económicos en la política, DeMonaco quiere demostrar que, independientemente de los lazos entre economía y política, el candidato ideal puede sobreponerse a todas las trabas legislativas para establecer cambios sociales que se imponen a los intereses detrás de toda ley. La idea es, en el fondo, que el sistema americano sirve, que la democracia americana sirve y que lo que él considera la bondad política y el verdadero cambio es posible dentro de este mismo sistema que dio vida a la purga. Estados Unidos está en el camino correcto, parece decir DeMonaco, sólo necesita elegir a un líder pertinente.

El país de nunca acabar

Claro, todo esto destruye el precepto mismo de advertencia que eran las películas anteriores: si el capitalismo salvaje sigue aliando los intereses privados con los del estado, pueden advenir legislaciones absolutamente radicales como las que aquí se caricaturizan en la purga. Y esto es lo mismo que pasa con los preceptos de bondad humana que vimos en toda la saga. Si la idea principal de DeMonaco era mostrar cómo el hombre puede ser fundamentalmente bueno y elegir, por voluntad propia, el camino de una rectitud moral que no depende de las leyes para aplicarse, su regodeo con la violencia gratuita se convierte en algo un poco desproporcionado. Porque las dos cintas anteriores mostraban, justamente, el horror de la purga como un acto llevado a cabo por los más ricos, los más violentos y los más desbalanceados y que, en verdad, no tentaba al hombre común, bueno por naturaleza. Pero aquí, lo que se muestra con particular deleite (colegialas de escuelas católicas danzando con metralletas en entallados encajes bajo la luz de chispas que vuelan por la presión de una sierra sobre la puerta de metal que protege a las víctimas de un demente deseo de sangre), es la locura violenta ordinaria de todos y el placer morboso de pequeño horror cotidiano que significa mostrarla.

Finalmente, ya no todos parecen inocentes en esta sociedad que ha aceptado matar como una condición natural que vuelve medio loca a la juventud. Ya no se trata de pandillas que persiguen a gente para entregarlas por dinero, como en la película anterior; ya no se trata de actos de necesidad, sino del común denominador. Y, si esto me parece más realista que las anteriores concepciones, el problema viene después con el interesante pero mal encaminado asunto del turismo de la muerte. Se retrata aquí a viajeros de todo el mundo (pero, en particular, australianos, sudafricanos y alemanes) que vienen a gozar del derecho a purgar en Estados Unidos.

Las nacionalidades que aquí se juntan, entonces, para crear pandillas vestidas con símbolos americanos son bastante peculiares: el racismo de viejos afrikaners que pueden venir a cumplir sueños de apartheid, la locura de australianos que pueden escapar de su estricto control de armas y los alemanes que pueden entregarse a una barbarie que se vivió, en otras expresiones históricas, en su territorio. La idea entonces es que hay una mala interpretación de estos símbolos, de las libertades americanas, porque el sistema se desvió de sus principios elementales: los viejos founding fathers se vuelven símbolos de la locura asesina por el efecto de los nuevos founding fathers de la NFFA. Es la interpretación de estos símbolos lo que pervierte a las juventudes estadounidenses y muestra, al mundo, lo peor de un país que, en el fondo, es bueno.

El amasijo de ideas no dejan disfrutar libremente de la acción desparpajada y los clichés de vieja cinta de acción, mal amarrados a la trama política, no dejan observar con detenimiento las reflexiones que intentan proyectarse en pantalla.

Así, lo que DeMonaco muestra es ese deseo de mostrarle al mundo que el sistema americano no está corrompido sino que se percibe de esa manera por los hombres perversos que llegan a darle mal nombre. En el mundo se podría crear una imagen de Estados Unidos que no sea la de las masacres escolares, las de los policías disparando a todo ciudadano negro que cruza una calle, o la de un maniaco color zanahoria que habla de construir muros y aislarse en la bonanza económica de un país convertido mágicamente en isla de otro mundo. La idea, es entonces, que Estados Unidos puede cambiar, bajo el mismo sistema, si se elige a la persona indicada para el trabajo, que los principios de los founding fathers pueden vivir bajo la forma de otras libertades que no impliquen la violencia y la locura generalizada, que las presiones económicas pueden ser vencidas por la voluntad política. Y todo esto nos muestra un documento cultural muy interesante en dónde se mezcla la creencia en la bondad del hombre y el gusto de verlo masacrando al prójimo, la desconfianza en un sistema y la absoluta creencia en su necesidad de existir, el miedo a los extremismos y un conservadurismo no admitido, la repulsión por los intereses económicos privados y su alianza con el estado junto con la creencia profunda en el sistema electoral americano.

En esta chapuza de inconexas ideas políticas, de buenas intenciones liberales mezcladas con una mala conexión de ideas; en esta cinta con muchas propuestas encerradas detrás de unas ganas incontrolables de sólo hacer relajo, está la confusión de un director que no logró el balance adecuado para lograr una cinta de violento entretenimiento con profunda reflexión. Porque The Purge: Election Year es doblemente frustrante: el amasijo de ideas no dejan disfrutar libremente de la acción desparpajada y los clichés de vieja cinta de acción, mal amarrados a la trama política, no dejan observar con detenimiento las reflexiones que intentan proyectarse en pantalla. El resultado es extrañamente confuso y poco satisfactorio. No porque no sea una cinta aburrida. De hecho, uno se la pasa bien. Pero hay momentos en los que los one liners de acción, las viejas estructuras de los personajes secundarios como alivio cómico evidente y la repetitiva figura del superhéroe inmortal, chocan frontalmente con la solemnidad de las intenciones reflexivas mal encaminadas del director. El resultado, como dije, es un tremendo documento cultural e histórico sobre este extrañísimo momento de la política estadounidense, una cinta que se puede observar con la curiosidad de un momento y poco más de un intento fallido por pensar el presente con los horrores prospectivos de un futuro amenazante.

Lo bueno
  • Algunos momentos de acción satisfactoria y violencia gratuita.
  • La química de tensión sexual entre los protagonistas (que es muy real).
  • El intento fallido pero interesante de ampliar este universo.
  • El diseño totalmente estrafalario de los vestuarios asesinos.
Lo malo
  • La inocencia política.
  • El balance fallido entre acción y reflexión.
  • El guión absolutamente acartonado.
  • Los clichés de acción en un contexto solemne.
  • El regodeo demasiado evidente en la violencia.
  • La falta de unidad en la reflexión de la trilogía.
  • La esperanza en el hombre.
Veredicto

Uno entiende muy bien qué está observando cuando, al final de una cinta, llega el showdown esperado entre el villano más fuerte (que no necesariamente el más poderoso) y el superhéroe de acción. Las metralletas caen, las pistolas están vacías, salen los puños y los cuchillos: en esa batalla final se pelea la bondad contra la maldad, el todo por el todo, de hombre a hombre. Es Bruce Willis peleando en Nakatomi Plaza contra el güero enojado por la muerte de su hermano; es Steven Seagal clavándole un destapador de vino en el ojo a Tommy Lee Jones en un portaviones; es Schwarzenegger contra The Ripper encima de un edifico de Los Ángeles. Uno entiende, al ver el final de The Purge: Election Year que ésta es una cinta con el esquema de acción clásico hasta el cliché: los malos son muy poderosos, visten trajes y llegan al máximo fanatismo; los buenos son muy buenos, independientemente de las situaciones; el héroe principal es inmortal y, para sentir que las balas duelen, debe morir alguno de los entrañables personajes secundarios que lo ayudan; al final él se queda, de una manera u otra, con la chica y los malos son castigados acorde a sus crímenes; el orden se restablecerá y todos sabrán, secretamente, a quién agradecerle.

No es que esté mal caer, de nuevo, en estos esquemas. Digo, no hay nadie más feliz con una buena película de acción que yo. El problema de esta cinta es que se queda a medio camino entre la acción y una pesada reflexión que, a pesar de lo solemne, no deja de ser inocente. DeMonaco tiene un indudable talento para la violencia desparpajada y se nota que puede hacer argumentos interesantes. Ojalá algún día, tal vez fuera de este universo que ya está demasiado gastado, encuentre en dónde proyectar sus deseos de relajo de acción sin los límites de una pesada corrección política. Mientras tanto, sus cuestionables ideas políticas quedarán como un documento cultural intrigante sobre la tremenda confusión histórica de Estados Unidos en este anárquico año de elecciones.

https://www.youtube.com/watch?v=9rqIJcY9hMc

Título: The Purge: Election Year.

Duración: 109 min.

Director: James DeMonaco.

Elenco: Elizabeth Mitchell, Frank Grillo, Edwin Hodge, Mykelti Williamson, Joseph Julian Soria, Betty Gabriel, Terry Serpico, Raymond J. Barry, Kyle Secor.

País: Estados Unidos.

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