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Reseña: Cold Skin – Cuando Lovecraft sale mal

| 10 de agosto de 2018
Cold Skin es una película que se hizo con un enorme cariño, pero cambió todo el sentido trágico de la novela original.

Cold Skin (La Piel Fría) está pasando desapercibida en la cartelera mexicana. En general, en el mundo, pocas personas se fijaron en ella… una prueba es que sólo tiene 12 críticas en Rotten Tomatoes. Y, sin embargo, es una cinta hecha con ambición, amor y valentía.

No voy a decir, por eso, que sea una cinta perfecta. Lejos de eso, Cold Skin tropieza con sus propias intenciones y es un intento más fallido que logrado. Pero la película encierra los intereses ocultos de una gran novela realizada por el catalán Albert Sánchez Piñol y retoma, con extraordinaria inocencia, los sueños más queridos de los viejos lovecraftianos.

Es por todo eso que Cold Skin merece una reseña y merece verse, hablarse y debatirse. Es por eso que sigo creyendo que Xavier Gens es un director que, entre tropiezos, está creando una peculiar voz que ha caminado de la misantropía más radical a un humanismo emocionado.

(Imagen: Pontas Films)

Una roca, un faro, dos hombres

Cold Skin es una adaptación particularmente respetuosa de la novela La Pell Freda de Albert Sánchez Piñol. Xavier Gens muestra un enorme cariño por la prosa del escritor catalán y guarda métodos tradicionales para resaltarla. Así, al inicio de la cinta una voz en off nos introduce a la vida interna de un hombre que partió de tierra firme para buscar aislamiento en un rincón remoto del mundo.

Su destino es una isla en los confines del Atlántico Sur, al borde del continente prohibido de la Antártica. Esta isla, de apenas kilómetro y medio de longitud, está absolutamente deshabitada y sólo tiene dos construcciones: una pequeña cabaña derruida y un faro.

El hombre que llega al exilio aceptó un trabajo para monitorear los vientos durante un año lejos de toda civilización. Al llegar, sin embargo, algo parece estar mal en el lugar que lo recibe: la casa está completamente vacía y no hay señales del anterior oficial meteorológico; el faro, por su parte, parece una enorme fortificación llena de defensas extraordinarias.

(Imagen: Pontas Films)

En el interior del faro encuentra a un hombre desquiciado, desnudo y violento que le explica, a regañadientes, la muerte por enfermedad del anterior oficial. El hombre exiliado decide quedarse a pesar de la ominosidad repulsiva del lugar. Pero pronto descubrirá que las noches en la isla encierran un secreto peligroso: su cabaña es asediada por cientos de seres anfibios antropomórficos que parecen tener intenciones violentas.

Asustado, cansado y desesperado, el hombre tendrá que negociar con Gruner, el habitante del faro, para poder refugiarse en la vertical estructura de granito y sobrevivir así de la marea anfibia nocturna. Pero la convivencia tensa parece complicarse cada día. Sobre todo, por la presencia incómoda de una mujer anfibio a la que Gruner trata con desprecio… y, a veces, con demasiado cariño.

Ésta es la premisa básica de la novela de Sánchez Piñol y de la respetuosa película de Xavier Gens. De hecho, la película sigue puntualmente a la novela en casi todos los aspectos: mantiene la misma progresión, el mismo ritmo y la misma trama. Todo bañado de un ambiente nostálgico, oscuro y ominoso que recuerda las atmósferas de Lovecraft.

(Imagen: Pontas Films)

Estamos aquí ante el mismo impulso que guiaba al insigne escritor norteamericano: es principio de siglo, se siente la voluntad exploradora que guió al HMS Beagle de Darwin e infló las velas del Pequod de Melville, se siente el positivismo científico al borde de derrumbarse con la Primera Guerra Mundial, se siente el ansia colonialista europea y los albores de la antropología moderna.

Por eso es tan interesante la decisión de Gens de crear un ambiente un tanto falso, seteado, romántico y casi expresionista en la isla que enmarca su película. El diseño de producción logra dar así una sensación de claustrofobia teatral, de imaginación maqueteada por una portada de Julio Verne, de retrofuturismo que sueña con el Capitán Nemo, de los cuadros de David Caspar Friedrich.

(Imagen: Pontas Films)

El vestuario, los personajes, la decoración de los interiores, todo remite a la literatura gótica y fantástica de Lovecraft, de Shelley, del monstruo tragado por las nieves de la Antártida, los antiguos dioses y el imaginario de Galápagos. En este sentido, los enormes planos generales de Daniel Aranyó (Mr. Right) nunca difuminan la sensación claustrofóbica. La fotografía logra atrapar toda la atmósfera gótica y el retrato de la isla como maqueta expresionista, oscura y misteriosa.

Así, con su propio lenguaje, Gens volcó una enorme pasión en realizar respetuosamente la obra de Sánchez Piñol. Sin embargo, el respeto excesivo y la atención al detalle hacen que el director francés olvide algunas de las cosas más interesantes de la novela. Y ahí en donde se enfoca un enorme amor por el texto original, se tropieza la película con sus buenas intenciones.

(Imagen: Pontas Films)

El olvido del Rey Sacerdote

En un claro de bosque cerca de Roma se encontraba un árbol sagrado. Ese árbol representaba a la diosa Diana selvática y era la figura sagrada que protegía un Rey Sacerdote. Siempre armado, el Rey Sacerdote era el guardián del árbol sagrado y, también, su esposo. Porque, mientras él fuera el Rey del claro de bosque, Diana representada por el árbol, sería su esposa.

Como Rey Sacerdote, el garante de esos parajes tenía que estar siempre listo para el combate. Porque cualquiera podía disputar su lugar como guardián sagrado y esposo de Diana. De hecho, sólo podías convertirte en Rey Sacerdote matando al anterior Rey Sacerdote. Así, todo protector de ese árbol sagrado era, a la vez, un sacerdote, un rey, un asesino y un condenado a muerte.

La tradición real en el centro del enorme viaje erudito de James Frazer en The Golden Bough habla de la herencia de rituales antiquísimos a los que se fueron adaptando las distintas religiones que poblaron la región romana. El punto de esta anécdota para Frazer es trazar una relación entre estas viejas tradiciones greco-latinas y muchas otras similares en el mundo y mostrar cómo perviven hasta nuestros días. La pervivencia, pues, del pensamiento mágico-religioso en ciertos ritos modernos.

(Imagen: Pontas Films)

El rito que menciona Frazer viene al caso porque está presente en toda la novela de Sánchez Piñol. El cuidador del faro, en la novela, dice no saber de quién es el libro de The Golden Bough cuando lo encuentra el narrador en su recámara. Y, sin embargo, luego lo oculta entre sus sábanas para no compartirlo.

Hay algo que atrae al vetusto guardián del faro hacia el libro de Frazer, un sentido oculto tal vez, un propósito. Porque él, como el Rey Sacerdote tiene múltiples funciones como Rey, como Sacerdote, como asesino, como condenado y como esposo. Porque él, como el Rey Sacerdote, está condenado a ser un eslabón dentro del mismo ritual eterno de renovación para un propósito que no entiende.

Por eso el narrador no puede entender su vida y su postura al principio de la novela, por eso el nuevo oficial atmosférico, al final de la novela, no puede tampoco entender esta locura trágica. El faro no es un refugio, no es la salvación, sino que es un cárcel. Es el recinto sagrado que hay que custodiar, con todo y la diosa sirena que lo habita (Aneris), que hay que desposar, que hay que herir y proteger, por el que hay que morir para entregar una batuta eterna en un secreto eterno.

(Imagen: Pontas Films)

La idea de la eterna repetición de esta tragedia, en la novela, está acompañada, en paralelo, por el pensamiento bélico. Por un lado está la problemática independencia irlandesa que ha peleado el narrador (historia ausente en la película). Guerra inagotable que se repite al infinito. Por el otro, la novela está situada en la entreguerra después de una guerra cruenta que se peleó para poner fin a todas las guerras. La idea es que el relevo llegará y la infinita crueldad del hombre siempre pasará encima del amor, del deseo, del diálogo o de la aceptación: estamos condenados a repetir la masacre. El panorama de la novela es, entonces, desolador. Pero la cinta es muy distinta.

Xavier Gens mostró un tremendo odio y desprecio por la humanidad en The Divide y, claro, Frontière(s), pero se muestra muy diferente en Cold Skin. El cineasta francés me confesó hace un año, en el festival Mórbido, que su postura había cambiado radicalmente cuando tuvo un hijo. Y se nota: ésta es una interpretación optimista del pensamiento de Sánchez Piñol.

La primera modificación sustancial que hace Gens a la novela de Sánchez Piñol está en la interacción entre el narrador y Aneris. En la novela, después de descubrir los maratónicos encuentros sexuales entre el guardián del faro y la mujer anfibio, el narrador comienza a acercarse discretamente a ella hasta que, finalmente, cae en la tentación de su figura, de su animalidad, de su inocencia, de su mirada perdida. La relación entre especies, la violencia de los dos hombres y el sometimiento aterrorizado de Aneris dejan un muy fino límite a la interpretación del consenso y a la realidad de constantes violaciones.

En la película, en cambio, a pesar de que se insinúa la cercanía física entre el narrador y Aneris en una pequeña alberca natural, nunca se muestra la transformación de un hombre que clamaba la decencia civilizatoria en un violador en serie. De hecho, la apariencia física de Aneris en la cinta es muy diferente a las formas voluptuosas e irresistibles que se describen en la novela. Aquí, la sirena se animaliza, su canto no es hermoso y sus formas no pierden a los marinos.

(Imagen: Pontas Films)

¿Por qué importa este cambio?

Al cambiar la relación abusiva del narrador con Aneris se trunca también la relación entre el narrador y el guardián del faro. En la novela, se cierra el círculo del Rey Sacerdote con la progresiva transformación del narrador en el nuevo guardián del faro. Aquí, en cambio, el narrador es ligeramente “mejor”, moralmente hablando, que Gruner: no mata sino que humaniza, busca la comunicación y sus vínculos con Aneris son de amor platónico y no de tortura y violación.

El punto de Gens es que, progresivamente, la humanidad va mejorando, aprendiendo, superándose. Por eso la cinta no están enmarcada, como la novela, en la entreguerra sino al principio de la Primera Guerra Mundial. Queda un largo camino de guerras, parece decir Gens, pero eventualmente todo mejorará: el nuevo guardián del faro tal vez regrese a la civilización como Aneris regresa con los suyos en la última secuencia.

Esta idea nos lleva a la segunda gran modificación de la novela de Sánchez Piñol que es, justamente, el final. Aquí no vemos la crueldad del narrador ante el nuevo oficial atmosférico, no vemos cómo se repite el patrón del guardián del faro y cómo se declama la prisión eterna, la condena trágica del Rey Sacerdote. La importancia de esto no es menor.

(Imagen: Pontas Films)

Al olvidar la historia de Frazer -a pesar de mencionar The Golden Bough en la cinta- Gens dejó de lado uno de los aspectos sustanciales de la novela; a saber, su crítica profunda a la violencia humana como una necesidad trágica y el basamento mágico de la trama como la eterna repetición de un rito. No sabemos qué cosechas renueva, qué cambios trae, qué supersticiones alimenta o qué dioses aplaca, pero la condena del Guardián del Faro es un espejo del rito del Rey Sacerdote. Y por eso el libro es tan cercano a la magia de dioses antiguos, a los ritos paganos olvidados que tanto maravillaron a Lovecraft.

Al querer hacer un cuento más aleccionador hacia el humanismo, Gens diluye la fortaleza misma del libro. En el eterno respeto que le tiene a la novela, el director no pudo ver que su nueva visión optimista del humano no podía cuadrar en este relato trágico de la violencia como mal necesario.

Es por eso que la cinta se siente como algo desplazado, como algo malogrado, como algo que se quedó a la mitad de sus propias ambiciones. Por eso, también, a pesar de ser una de las mejores películas de Gens, a pesar de ser una cinta interesante, de estar hecha con amor y de querer abarcar un tema difícil con una verdadera inspiración en el diseño, Cold Skin se ahoga frente a la orilla. No hay forma de esconderlo: no se puede guardar el pastel y también comerlo; y no se puede condenar al humano mientras se rescata una inocente bondad del hombre.

(Imagen: Pontas Films)

Lo bueno
  • El diseño de producción.
  • La alegre inocencia de la cinta.
  • La actuación de Ray Stevenson.
  • El diseño de vestuario.
  • La apasionada dirección de Xavier Gens.
  • El amor patente a la novela de Sánchez Piñol.
Lo malo
  • Que la interpretación de la novela es algo inocente.
  • Que la actuación de David Oakes puede ser algo sobrada.
  • El diseño púdico de Aneris.
  • El score predecible
  • El olvido de la maldad humana del narrador.
  • El olvido del esquema del Rey Sacerdote de Frazer.
  • Que me gustaba más el Gens misántropo.
Veredicto

(Imagen: Pontas Films)

Cold Skin es una película interesante, ambiciosa, que se hizo con un enorme cariño. Pero, en su pasión por el libro de Sánchez Piñol, Gens plasmó una lectura demasiado personal de la trama. Así, cambió todo el sentido trágico que sustentaba la genialidad de la novela en el pensamiento de James Frazer. Se pierde el aspecto cíclico y la lectura terrible de la violencia humana. En vez de eso nos queda un bello retrato, casi expresionista de las ideas menos interesantes de la novela. A medio camino entre la aventura, la acción y un malogrado pensamiento humanista, Cold Skin es un hermoso intento que naufragó por quedarse en las aguas más tibias.

Título: Cold Skin

Duración: 1 hrs 48 min.

Director: Xavier Gens.

Elenco: Ray Stevenson, David Oakes, Aura Garrido, Winslow M. Iwaki, John Benfield, Ben Temple, Iván González y Alejandro Rod.

País: Francia y España.

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