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Reseña: Brightburn — Un decepcionante slasher sin superhéroes

| 22 de mayo de 2019
Brightburn es una de las grandes decepciones de este año: un slasher de superhéroes que no acaba por convencer.

Cuando vimos los primeros trailers de Brightburn todo era sorpresa y emoción. Parecía que, en una época saturada por películas de superhéroes, por fin íbamos a tener la contraparte que tanto se necesitaba; una contraparte que siguiera el legado de las adaptaciones de Bendis (Jessica Jones) y de Garth Ennis (The Boys), con una nueva cinta para cuestionar la bondad de Superman.

No había duda: con el nombre de James Gunn en la portada y las imágenes que veíamos en el trailer, todos sabían que esto sería un sorpresivo twist al género de superhéroes. O, al menos, que sería una película tejida en las complejas implicaciones de sus imaginarios. Sin embargo, para nuestra decepción, Brightburn no es, ni siquiera, una película de superhéroes.

La cinta de David Yarovesky es un ensayo fallido que toma un argumento comiquero como excusa para tratar de innovar en el género slasher. Y, así, a medio camino entre las ganas de innovar y de rendir tributos; entre el horror y las cintas de superhéroes; entre la reflexión sobre el poder y las ganas de recetarnos jumpscares, Brightburn se queda con muy pocas cosas entre manos. Esta película es un disparo ambicioso de bazuca para tratar de matar un mosquito.

(Sony)

La idea

Un buzón de entrada, una casa campestre, un lugar que no es exactamente Kansas, pero que no es exactamente distinto a Kansas, una pequeña nave espacial que cae del cielo, una pareja que recogen a un bebé extraterrestre y lo crían como suyo. Ustedes conocen la historia: éste es el origen eterno de Superman. También, es el origen de esta contraparte encarnada en un pequeño pueblo llamado Brightburn en el mismo Middle America en el que se crió Clark Kent.

Tori (Elizabeth Banks) y Kyle Breyer (David Denman) vivían una apacible pero frustrante vida: siempre quisieron tener un bebé y, por un poco de contexto visual en pilas de libros de fertilidad, sabemos que sus intentos ha sido vanos. Igual, son una pareja que se ama, que todavía se desea y que, de pronto, escucha un meteorito caer detrás de su casa. En el meteorito hay un bebé que adoptan, no sin antes esconder su nave espacial en un granero y pactar en que siempre mantendrían el secreto de su supuesta adopción.

10 años después, Brandon Breyer (Jackson A. Dunn) es un joven brillante que asiste a la secundaria. Todos lo ven como un bicho raro porque destaca, intelectualmente, frente a sus compañeros. También, porque es algo recluido y extraño. Nada inusual, pues, para un adolescente. Sin embargo, poco a poco, Brandon comienza a darse cuenta de que no es un niño normal en más de un sentido. En el descubrimiento de una descomunal fuerza, de piel capaz de parar balas, de capacidad de sacar rayos de calor por los ojos y de volar, Brandon cambiará su visión del mundo.

¿A fin de cuentas, qué le debe un Dios a los mortales?

(Sony)

Las influencias

Está claro que esta película fue hecha por un director aficionado al horror. Los encuadres en Brightburn, el movimiento de la cámara, las tomas abiertas en las que siempre se oculta algo al fondo, son típicas de un género bien conocido: el slasher. Es evidente que, con esta mezcla de mecanismos, Yarovesky quería hacer una cinta que rinde homenaje, directamente, al Carpenter de Dark Star (1974) y Halloween (1978) y al Wes Craven de A Nightmare on Elm Street (1984).

Del primero, Yarovesky toma los elementos típicos del slasher de una manera tan ramplona y evidente que el homenaje parece, más bien, un pastiche torpe. Los encuadres y los movimientos de cámara típicos de esos primeros slashers se repiten aquí sin el mismo éxito: por más formulaico que sea el género, tiene que haber algo de sorpresa en el estilo (algo que entendió muy bien Craven en su homenaje/parodia a Carpenter, Scream). El problema aquí con Yarovesky es que muestra directamente sus influencias sin nunca separarse de ellas, sin comentarlas y sin expandir sus posibilidades.

En el terreno formal, esto se ve con las tomas amplias en donde el asesino, insistentemente, aparece impasible en el fondo. Ese juego con la profundidad de campo que se convirtió en una verdadera firma en el horror de Carpenter, llega a aparecer en esta cinta sin ningún verdadero propósito. Es el juego formal por el juego formal. Como si Yarovesky estuviera más preocupado en mostrarnos que le emociona Carpenter que en jugar con el legado de su ídolo. Por otra parte, en los elementos de la trama y la construcción del personaje, el director aquí solamente intercambió elementos: Michael Myers tenía un cuchillo, este niño tiene rayos en los ojos; Michael Myers parecía invencible, este niño tiene piel a prueba de balas; Jason Voorhees parecía innecesariamente sanguinario, este niño tiene un gusto por el sadismo.

(Sony)

En esta transposición de elementos, uno a uno, notamos una absoluta falta de imaginación. Y esto es algo que hubiera podido cambiar, al menos, con el diseño. Porque, desde el lado de Craven, parece evidente que Yarovesky quiso homenajear aquí cierta paleta de colores ochentera en los mismos tonos de rojos y azules. El azul, claro, de la inocencia y la pureza; el rojo, claro, de la violencia y lo sobrenatural. Después de ver tantas repeticiones de la misma paleta con series producidas por algoritmo para complacer nostalgias (como Stranger Things) o películas críticas a la nostalgia (como Summer of 84´), el recurso parece fácil y gastado.

Aquí, la única originalidad está en el diseño de la máscara y del atuendo de Brightburn, a cargo de la esposa de Yarovesky. La máscara y la capa, creadas con los elementos mismos de la nave espacial parecen, realmente, la manufactura de un niño. Porque es una combinación de elementos a su alcance: su mantita, unas tijeras para hacer huecos en los ojos y unas agujetas de zapato. Al mismo tiempo, el resultado es completamente escalofriante y se entiende perfectamente con el personaje: esa cobija en la que llegó (la cobija de la infancia, un recuerdo siempre caluroso) es el mismo recuerdo de su absoluta falta de pertenencia en este entorno. Porque Brandon añora algo que no conoce, otro hogar, otra pertenencia.

Sin embargo, incluso este elemento original se arruina por el carácter intempestivo de la dirección. Aquí, parece que Yarovesky estaba más ocupado pensando en ideas divertidas de impacto visual que en realizarlas correctamente. Esta torpeza lo lleva a contextualizar las razones psicológicas detrás de las decisiones de sus personajes a través de evidencias contextuales: los padres de Brandon siempre quisieron tener hijos y lo sabemos por los quinientos libros de fertilidad que, amablemente, el director nos muestra en un paneo que termina con los padres, en el dormitorio, a punto de tener relaciones sexuales; la locura sociopática de Brandon no se puede desarrollar del todo (porque sus bullys son, tal vez, los bullys más inocentes del cine americano), entonces se complementa con una mirada intrusiva a cuadernos en donde dibuja sus asesinatos… la sutileza, aquí, no existe.

(Sony)

Estas torpezas resultan en un proyecto muy flojo de dirección: Yarovesky prefiere que los espectadores rellenen los huecos argumentales que deja por ahí con el mismo conocimiento de cultura popular que él tiene. Supone, pues, que todos pensamos los mismos lineamientos psicológicos que hacen a un sociópata por haber visto quince veces The Silence of the Lambs (1991). Y estas suposiciones podrían funcionar para hacer otra película de horror formulaica, llena de pastiches y de referencias mal emplazadas, con un diseño más o menos interesante aunque desperdiciado, si no fuera porque esta película, también, es una cinta de superhéroes. Aquí, amigos míos, nos metemos en otro jamón.

(Sony)

Las ausencias

No es nada más cuestión de anticipación. Y entiendo los horizontes de expectativa: esta película fue vendida al público como una cinta de superhéroes. En el póster estaba estampado el nombre de James Gunn y, de alguna manera, sus cómicas reflexiones sobre superhéroes en The Specials (2000), Super (2010) y Guardians of the Galaxy (2013) lo hacían el candidato ideal para reflexionar sobre un Superman malvado. Gunn lleva más de una década enfocándose en los aspectos ridículos, cotidianos, morales y grandilocuentes de los superhéroes y, ahora, después de su disputa con Marvel, todo parecía indicar una venganza.

Bendis entendió muy bien esta lectura a través de Alias, un cómic en el que se muestra otro lado, menos glamuroso, más anclado, de la vida de una superheroína que no quiere serlo. El noir nos lleva a pensar una reflexión inversa a Batman: ¿Qué sería de una superheroína que no quiere ser heroica, que odia su debilidad y que es una detective mediocre? En ese sentido también Garth Ennis desarrolló su genial The Boys; un cómic en el que se narra la creación de un grupo de “super policía” para paliar los daños colaterales que causan los superhéroes. ¿Recuerdan la destrucción que causó Batman en la primera cinta de Snyder? Bueno pues, The Boys hubieran intentado cobrarle los daños a cachetadas.

Con estos referentes -y tantos otros más- imaginamos esta película como una reflexión moral, social, filosófica, sobre las intenciones de un dios en medio de mortales. No dar por hecho, pues, que Superman es bueno, absolutamente moral (según la moralidad campirana de Kansas) y no puede ser tentado por un sentido de autoritarismo o de superioridad.

(Sony)

Superman quiere ser como nosotros y quiere que los humanos sean libres de decidir su destino. ¿Pero qué pasaría si no lo quisiera? ¿Qué pasaría si, más allá de ser comunista, Superman quisiera ser un líder autoritario? ¿Qué pasaría si nos odiara?

Lo decepcionante de Brightburn es que esta reflexión no nada más no existe, sino que no hay ninguna intención de realizarla. Aquí no vemos ni un atisbo de pensamiento sobre la idea de los superpoderes en nuestro mundo, no vemos ni siquiera una reflexión torpe sobre la idea de los superpoderes frente a los mortales (algo que la peor película de X-Men logra hacer con los ojos cerrados). No tenemos, ni siquiera, el intento de Chronicle pensando en Akira. Nada.

Brightburn tenía todos los elementos para establecer una reflexión sobre lo que nos hace ajenos cuando somos niños, lo que nos separa del mundo, cuando somos adolescentes y lo que nos hace entrar en el corral cuando nos descubrimos adultos. La absoluta extrañeza, violencia e imaginación que se mezclan en la infancia pueden ser extraordinarias como bien lo exploró Bill Watterson en Calvin and Hobbes. También tenía todos los elementos para explorar la idea psicológica, compleja y llena de peligros, de la influencia de la educación infantil en los adultos. Y, si no, ahí estaban a la mano exploraciones como la de Mark Millar en Nemesis para pensar en un contrapunto de Batman.

(Sony)

Yarovesky no quiso tratar nada de esto y su decisión es muy respetable. Lo que quería hacer, y eso es evidente, es una franquicia de horror basada en un nuevo tipo de slasher: el slasher de superhéroes. La idea era, entonces, utilizar el hype de los superhéroes para revivir el slasher de los setenta y ochenta con el fin de comercializarlo en franquicias de horror como sigue haciendo, una y otra vez, James Wan. De nuevo, su decisión es muy respetable. Simplemente, me parece mediocre. Frente a todas las reflexiones que pudo enarbolar, Yarovesky sólo utilizó la emoción de los fans de cómics para plantear una visión egoísta y autocomplaciente de sus propios gustos. Y lo quiso hacer para vendernos una franquicia.

El final de Brightburn muestra bien las intenciones de continuar la historia, de pensar en grande, de querer crear un universo antes de plantar una semilla. Y eso no nada más es apresurado, sino que es irrespetuoso. Como espectadores debemos aceptar, de entrada, que nos están vendiendo una cinta serializada, que tenemos que comprar una segunda parte si aceptamos ver la primera. ¿Cómo carajos funciona eso?

Mucho más allá de esto, con la prisa de crear un slasher de superhéroes, Yarovesky se olvidó de crear una buena película de horror. El elemento ominoso del hogar invadido o del cuerpo invadido que vimos en Á L’intérieur, Funny Games o Caché, en Rosemary’s Baby o The Tennant; la vivencia del odio filial de We Need to Talk About Kevin o Goodnight Mommy; la angustia paranoica de They Live, The Thing o Invasion of the Body Snatchers; todo se cataliza aquí en algunos jumpscares y usos torpes del lenguaje slasher.

Brighburn, con todas sus referencias evidentes, su diseño torpe y su narrativa a tropezones, puede ser un slasher divertido. Y, sin duda, puede ser una película de terror más o menos original que divierta a las audiencias. Pero hasta ahí llegan sus logros. Así que, si quieren ver una reflexión sobre superhéroes, sobre viejos preceptos de cómics, sobre poder, educación y traumas americanos, busquen en otros lados. Si quieren un par de jumpscares y algo de gore salpicado por aquí y por allá, si quieren ver una interpretación vacía y sin carisma del slasher, si quieren, finalmente, encontrar una película de superhéroes dirigida por alguien sin mucho interés en los cómics, llegaron al lugar adecuado. Esta cinta no es un total bodrio, claro, pero es imposible verla, desde la perspectiva de sus propias posibilidades, como algo más que la triste decepción de una buena anécdota que sólo se contó a medias.

(Sony)

Lo bueno
  • La enorme actuación de Jackson A. Dunn, un nuevo talento que observar.
  • Las secuencias de tortura de Brightburn con la mesera y su tío son bastante buenas.
  • El concepto y la idea detrás de la película.
  • El diseño del personaje (único lugar en dónde parece tener sentido el diseño).
  • Algunos momentos que hacen justicia al slasher.
  • Elizabeth Banks y David Denman que lo hacen bastante bien.
  • Que arriesgaron en un argumento difícil.
  • Que tal vez se creen más intentos, aunque fallen, como Midnight Special y esta película.
Lo malo
  • La dirección de David Yarovesky que es bastante limitada.
  • Que eligieron a un director que no le interesan los cómics para dirigir esta cinta.
  • La fotografía previsible y vana de Michael Dallatorre.
  • La banal paleta de colores que emplea.
  • Los movimientos previsibles de cámara.
  • El terriblemente predecible score musical.
  • La apuesta por un slasher previsible.
  • El homenaje fallido a Carpenter y Craven.
  • La absoluta falta de reflexión sobre el tema de superhéroes.
  • La oportunidad fallida.
Veredicto

Brightburn no es una película de superhéroes. Ésta es una cinta que utiliza elementos de la cultura de superhéroes para volver más transmisible, en esta época, sus ensayos sobre el slasher. Y, sería interesante si no estuviera tan torpemente hecha. Porque aquí no encontramos más que un slasher pasable que no tiene consideración por el gusto comiquero, el terror psicológico o la ominosidad del home invasion. Brightburn pudo ser muchas cosas… Pero acabó siendo algo perfectamente olvidable. Una lástima.

Título: Brightburn.

Duración: 90 min.

Director: David Yarovesky.

Elenco: Elizabeth Banks, David Denman, Jackson A. Dunn, Matt Jones, Meredith Hagner.

País: Estados Unidos.

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