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Reseña: Transcendence

| 26 de junio de 2014
Pregúntenle a Lars Von Trier: no sólo de ideas vive una película. Por ahora concedo algo a la duda y no me preocupo gran cosa sobre la profundidad, el interés o la inteligencia de esas ideas. Por ahora, hablando de Transcendence, me pregunto primero por los medios que usa, los foros a los que quiere llegar y la calidad de su transmisión comunicativa. Porque es una película llena de ideas, cierto, pero, como digo, no sólo de ideas vive una película.

La historia comienza con el envenenamiento radioactivo del científico más prominente en el campo de la Inteligencia Artificial (IA). Su esposa (Rebecca Hall), despechada, y con la ayuda de un cauteloso amigo (Paul Bettany), rompe toda regla de ética prudente y sube la conciencia del moribundo científico a un programa de computadora que puede asimilarla. Con este impulso, la IA se convierte en un organismo de pensamiento consciente con todas las consecuencias nefastas que esto puede tener.

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En la forma de comunicar con el público, la película parece por momentos bastante torpe. Esto es más un asunto de guión, cierto, pero la cinta pasa por una voluntad de ser preciosista que nada más se queda en el ensayo. De acuerdo, esta película es el debut en la dirección de Wally Pfister, el tremendo fotógrafo que hizo las locuras técnicas de Inception desde las genialidades claroscuras de Memento. Pero, justamente, reviviendo la agilidad narrativa y la maestría casi virtuosa de manejar tramas complejas de forma apasionante, vemos claramente que Pfister extraña aquí a Christopher Nolan. Y sí, esta cinta tiene momentos visuales espectaculares, sigue filmada en 35 mm y maneja a la perfección los elementos técnicos que le interesan, ¿pero con qué propósito?

Lo que hay detrás de todo el manejo técnico en la película es la voluntad de sumergirnos en un ambiente peculiar, con reglas propias, en un universo narrativo, y discutir ciertas ideas en torno al uso de la tecnología; en particular los dilemas éticos que se plantean con la IA consciente y la relación que pueden tener con el futuro de la humanidad –como tantos otros cuestionamientos científicos en física o genética. El ejemplo de la imagen de la gota puede servir para ilustrar este asunto. En la película se regresa con insistencia a imágenes de agua, elemento creador, principio y fin de la vida en el planeta tierra, lo que nos constituye en un 80% y lo que, finalmente, se pronostica, a través de todo nuestro cochinero contaminante, como nuestra perdición.

Agua contra vidrio, agua a contraluz, agua escurriendo de un tornasol, gotas cayendo en cámara lenta, separándose, agua en los charcos, nubes en el cielo. Y esta insistencia va a señalar que, a través de una interconexión total de nanotecnología avanzada a un punto demencial, una misma inteligencia podría transcender su propio alcance físico y regular básicamente todo en el mundo. Con nanopartículas en el agua, todos los elementos y todas las vidas biológicas de la tierra quedarían sometidas al ordenamiento de una misma conciencia deificada.

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¿Qué nos dice entonces la insistencia de mostrar visiones del líquido fundamental? Que la tecnología puede llegar a tal punto de crecimiento exponencial a través de la IA que lograría, no nada más comprender las fábricas de nuestro universo, sino manipular físicamente sus condiciones. Éste era, por ejemplo, el punto máximo de crecimiento científico que proponía Stanislaw Lem en La nueva Cosmogonía para mostrar que, si Dios no existe, estamos a merced de un juego cósmico entre seres superiores que aprendieron a manipular los fundamentos físicos del universo. De acuerdo, mensaje recibido Pfister, te seguimos en este punto, aunque es aquí también donde la cosa se pone peliaguda.

Lo que propone la película es, primero, lo completamente peligroso que sería dejar tanto poder en manos de una máquina incapaz de relacionarse afectivamente con el ser humano. La trascendencia peligrosa sería aquí un poco la de los miedos de Isaac Asimov, o la de la despótica HAL 9000: para protegernos de nuestra estupidez animal el único medio razonable es hacernos desaparecer o, en este caso, reemplazarnos por una inteligencia en colmena, volvernos zombis razonables. Por otra parte, si se logra juntar a esta inteligencia superior, inmensa, un cierto control humano a través de una conciencia –y no cualquiera, sino la de un científico responsable y enamorado– se podría llegar a un estado de desarrollo en el que la paz pudiera por fin reinar y el planeta salvarse de nuestra destrucción. Bueno, al menos, eso es lo que plantea la relación entre el personaje de Johnny Depp y el de Rebeca Hall: por circunstancias completamente fortuitas, la humanidad hubiera podido ser privilegiada en avances científicos por una inteligencia superior que ama, nos entiende y quiere cambiar, para bien, el mundo, una gota de agua a la vez.

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Entre estas dos soluciones radicales, está la crítica de Pfister al pensamiento conservador y retrógrado. Básicamente, la película muestra dos vertientes de las posibilidades científicas de la IA consciente (una temible y una utópica) –más dejadas al azar que a la realización consciente–, para oponerle a cualquiera de ellas la paranoia del humano que teme el cambio, que se resiste a lo que no conoce, que sueña con un mundo de comunicación “pura” en el que ninguna máquina medie nuestra interacción. La crítica de la película va sobre todo a este tipo de razonamientos y lo vemos desde el inicio cuando el personaje de Bettany dice que el Internet fue creado para hacer al mundo más pequeño, y que ahora, sin él, es cuando lo encontramos verdaderamente minúsculo. La película, entonces, busca más ridiculizar las posturas antitecnológicas que advertirnos del peligro de los avances científicos. Es en ese impulso que crea a los completamente desagradables, traumados, neo-hippies de ojos saltones que ponen bombas, envenenan y disparan a honestos investigadores.

Contra eso yo no tengo nada. El problema es que para resolver la cinta, al final, la empatía corre del lado de estos nuevos conservadores radicales y hay algo verdaderamente extraño y narrativamente inconsistente en hacerte tomar partido por la postura más ridiculizada. Todo es como un giro humano imbécil del que nadie parece darse cuenta: los terroristas causan todo el relajo, empujan la aceleración del conocimiento provocando la desesperación de la amorosa científica, luego lo tratan de resolver empeorándolo y al final, en su obstinación, terminan por privar a la humanidad de los bienes futuros de una inteligencia que nos rebasa y de los bienes presentes de una tecnología que ya poseemos.

Entonces, tenemos todo el derecho de preguntarnos después de todo este relajo rompe cabezas, ¿qué nos están diciendo con todo esto? El esquema narrativo crea empatía con lo que critica y todo finalmente parece indicar un ataque a las opiniones extremas en torno a los avances tecnológicos junto con una crítica discreta de sus peligros: no hay que tratar de crear un nuevo Dios consciente, no hay que tratar de destruir todo lo ya establecido, no hay que reaccionar con miedo a la tecnología, no hay que dejar de ser precavidos; el peligro son los neo-hippies y los científicos locos, la bestialidad humana que nos rebaja y nuestra capacidad sináptica que nos ensalza… Es decir, finalmente, todo y nada.

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En ese sentido creo que la película trató de crear una relación visual con las ideas que presenta, armar una historia de ciencia ficción que cuestionara grandes cosas, levantarse con ideas. Y si ya de por sí digo que una película no nada más vive de ideas, refuerzo que no puede tampoco prescindir completamente de ellas. Aquí todas las ideas se presentan como binomios en balance, contrapuestos sin riesgo, sin elección, sin opinión, y vaciando todo lo que la película trata de decir a su más sencillo significado, nos quedamos con un comentario sobre todo y nada, es decir, básicamente, con nada.

Fuera de sus pretensiones intelectuales, entonces, nos queda un thriller que no causa mucho suspenso, un pequeño terror que no intimida mucho con la cara de Depp en pantalla, una historia de amor que regresa a la premisa más cursi de un romanticismo gastado de tarjeta Hallmark, tipo “mi amor será la gota que riega la flor de tu vida” o algo horrible del estilo. Crear todo un cuestionamiento universal para regresar a una banalidad así y no ofrecer ninguna reflexión en contraste, me parece un viaje sin punto, un camino que acaba en una meta decepcionante. Después de leer todo esto es posible que se queden con la misma impresión que les daría la película: ¿cómo se puede decir tanto sin decir nada? Y no digo que no sea un buen intento: era la primera vez que el tremendo Pfister se lanzó a la dirección, rechazando así su participación con Nolan en la muy sonada Interstellar. Supongo que debe seguir intentando. Tal vez la próxima vez, después de más piruetas con logros técnicos y visuales, encuentre el valor de decir algo.

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Título: Transcendence

Duración: 113 min.

Fecha de estreno: 19 de junio de 2014

Director: Wally Pfister

País: Estados Unidos, Reino Unido, China

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