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Reseña: The Theory of Everything

| 9 de enero de 2015
Hacer una película biográfica no es cualquier cosa. Se levanta un monumento para alguien y eso tiende a decepcionar al realismo… o a la imagen que se tenía del hombre.

En el caso de Stephen Hawking la cosa se pone todavía más complicada. No es nada más el científico vivo más reconocido de Reino Unido, sino que es la figura más carismática y apreciada desde la divulgación científica para todos nosotros peatones, hasta las más altas esferas de la academia. Reconocido, culturalmente ovacionado –que ya salir en Los Simpson es más honor que ser nombrado caballero–, e inmensamente leído en todo el mundo, Hawking se convirtió, mucho más allá de sus teorías, en un ícono.

Y ese es también un problema para cualquiera que quiera retratar su vida. ¿Cómo se puede capturar la humanidad de un personaje tan mítico? ¿Cómo reducir a pequeños momentos familiares una vida que se extiende en constelaciones de fama y mito? ¿Cómo comprender las pequeñas circunstancias que unen la imagen que tenemos, a la persona que en realidad existe?

Un poco de barniz sobre el monumento

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The Theory of Everything no intenta, en realidad, responder a estas preguntas. Cómodamente situada en su nicho, la nueva película del comprobado documentalista James Marsh (Man on Wire, Project Nim) se escapa por la tangente de la ficción. La cinta está basada, es verdad, en las memorias de Jane Wilde, que fue esposa de Stephen Hawking durante más de treinta años y con la que tuvo tres hijos. Pero el intento sincero de retratar la relación de Hawking con su esposa y su ascenso al éxito con la terrible carga de la enfermedad neuronal, no tiene casi ninguna preocupación biográfica. Es decir, la película retrata con fidelidad los eventos cúspides de la vida del científico sin nunca preguntarse sobre detalles profundos de sus vivencias íntimas. Todo queda aquí bastante pulcro, lo suficientemente limpio, cronológicamente ordenado; todo flota por encima de las dramáticas suposiciones que podría hacer una biografía algo más inquisitiva.

En un momento, después de recibir su doctorado, encontramos en la película una escena descarnada y desgarradora: Hawking, desesperado por ver el movimiento fluido de los cubiertos con los que se alimentan felizmente sus invitados, trata de escapar a su cuarto arrastrándose con muchas dificultades por las escaleras. Cuando ve hacia arriba encuentra la mirada de su hijo pequeño que lo observa asombrado. Hawking regresa al estado de infante, y el niño ve, como imagen duradera de su padre, a un hombre arrastrándose por el piso.

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Esta escena daba a esperar algo más del resto de la película. Éste es el tipo de comentario biográfico que te hace reflexionar sobre la terrible condición del científico, con un tipo de introspección familiar que pega directo en la tripa. Pero muy pronto esta crudeza se olvida y todo pasa de forma alegre y luminosa: digo, hasta la escena en que cargan a Hawking para sentarlo en el escusado es sonriente y radiante. Se evitan escenas de sexo, se limita –muy a la inglesa– la sensualidad y el posible adulterio de Jane se pierde vagando en la sugerencia.

Nos quedamos entonces con un retrato ficcional de un ícono que no logra perforar realmente en su imagen mitificada. La leyenda se mantiene exactamente como leyenda y todo parece la escenificación muy cuidada visualmente de lo que más o menos todos sabemos de Hawking. No busquen aquí las entrañas de un ídolo como con el Jack LaMotta de Scorsese. Aquí no van a encontrar relaciones intensas entre la obra y el hombre como con el tremendo retrato de Thruman Capote por Seymour Hoffman. Ésta es una película sin pretensiones de profundidad que le pone otra capa de barniz a una iconografía ya bien pulida.

Y, sin embargo, el barniz reluce

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The Theory of Everything cae en varias ocasiones en la cursilería que uno espera: no hay mayor historia de superación actual que la de los 72 años, con todos los laureles, de Hawking; no hay mayor romance abnegado que el de la mujer que lo cuidó diario al tiempo que se encargaba de sus estudios y de los niños que procrearon. Pero, con todo, la falta de curiosidad biográfica y los clichés románticos de superación no opacan completamente los encantos de esta cinta.

La fotografía de Benoît Delhomme (Scent of Green Papaya) tiene sus momentos interesantes con evocaciones a la termodinámica en la retina de Hawking y un hoyo negro en una taza de café; con bailes ambientados bajo luz ultravioleta y una cámara lenta precisa en la primera caída del científico antes de su diagnóstico terrible; con planos inclinados y detalles interesantes de luz y colores. La dirección es cuidada y el guión, previsible en casi todo, logra mantener un sentido del humor ligero que le resta solemnidad al asunto inspirador y romántico.

Y por ese mismo lado va, tal vez, lo más interesante de todo el asunto en la actuación de Eddie Redmayne (que logra sacudirse el espanto de Les Misérables y que pronto veremos en Jupiter Ascending). Porque el joven actor logra retratar el sentido del humor del científico, la mirada sagaz y la cejita distintivamente traviesa. También recrea los movimientos de la enfermedad progresiva con una naturalidad pasmosa y cada paso en la degeneración corporal de Hawking queda retratado, en su personificación, con absoluta y delicada precisión. Es, en verdad, el pilar sobre el que se sostiene toda la historia y lo que, finalmente, rescata la falta de ambición biográfica de la cinta.

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The Theory of Everything es una película palomera, hecha para hacerte sentir bien, actuada con soltura, ligera, romántica, que busca ser inspiradora sin necesariamente tornarse solemne. El cuidado visual y las excelentes actuaciones no logran, sin embargo, superar la decepción que algunos pueden sentir –y entre ellos me incluyo- por su casi absoluta falta de cuestionamientos intrigantes. Relacionar la teoría de Hawking con su vida puede ser algo más interesante que terminar con una cronología en reversa para señalar sus teorías del tiempo o escenificar su amor a la vida con la constante búsqueda de una teoría unificadora del universo. En todo caso, quitada de ambiciones, la cinta, fría y lustrada, sólo es una loza más de bello mármol para un viejo monumento: no sobra pero, la verdad, tampoco falta.

Lo bueno

  • La extraordinaria actuación de Eddie Redmayne en particular, pero también los muy buenos papeles de Felicity Jones y Charlie Cox.
  • La fotografía pulcra y cuidada que pasa de sepias a ultravioletas, cámaras lentas y reversas grandilocuentes.
  • El sentido del humor.
  • Un par de escenas conmovedoras que logran captar algo más que lo superficial: la escena de la escalera en particular, y tal vez el momento de erotismo a medias con la revista Penthouse.

Lo malo

  • Que el guión es completamente previsible y no nos deja nada nuevo sobre la vida del científico.
  • Que la película sólo sirve para mitificar más a Hawking, para alejarlo más sin cuestionarlo mucho.
  • Que, por momentos, aunque tiene la ventaja de no ser solemne, cae en los clichés de romance y superación personal. Lo primero es aceptable, lo segundo es incómodo.

Veredicto

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The Theory of Everything es una película visualmente interesante, bien dirigida y extraordinariamente actuada. Tiene momentos de singular alcance y se aleja de la solemnidad por el tono general de alegría que siempre caracterizó al científico. Sin embargo, no es una película que investigue en profundidad la vida del enorme científico. En este sentido, la cinta se queda mucho en una superficie que ya todos conocemos; una superficie que lleva al reino bien pulido de la ficción y que sólo sirve así para añadirle un grano de arena al gran mar icónico que es Hawking.

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Título: The Theory of Everything

Duración: 123 min.

Fecha de estreno: 8 de enero 2015

Director: James Marsh

Elenco: Eddie Redmayne, Felicity Jones, Charlie Cox, Emily Watson, Simon McBurney

País: Reino Unido

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