Yorgos Lanthimos debuta en el mundo angloparlante con una conmovedora y divertida sátira sobre el amor y las relaciones.
¿Cuál es el sentido de las relaciones? ¿En qué nos convertimos sin el amor? ¿Es algo que podemos forzarnos a sentir o negarlo cuando está ahí? Esas son sólo algunas de las preguntas que sugiere Yorgos Lanthimos en su más reciente película: The Lobster.
Aunque su cinta pasada, Alps (2011), fue la primera coproducción con Estados Unidos, The Lobster es la primera en la que el idioma predominante es inglés y que además es grabada en un país angloparlante: Irlanda. De ese modo, nos encontramos con una película protagonizada por talentos británicos, como Colin Farrell, Rachel Weisz, Jessica Barden y Ben Whishaw, así como la actriz griega Ariane Labed, el actor estadounidense John C. Reilly y la francesa Léa Seydoux. Aunque se podría considerar cine irlandés, ciertos guiños de la herencia griega del director brillan a través de la música, como Apo Mesa Pethamenos.
El fin del mundo es la ausencia del amor
Así, para su sexto largometraje, Yorgos Lanthimos nos transporta a un futuro no muy lejano, donde abundan los perros, escasean todas las demás especies y las poblaciones urbanas se han reducido a unos cuantos millares. En esta sociedad distópica, la vida soltera es algo penado, por lo que los habitantes que concluyen una relación –o son incapaces de tenerla– son enviados a un hotel. Ahí son despojados de todas sus posesiones, se les pregunta por su orientación sexual y antecedentes amorosos, se les asigna un cuarto individual y se les prohibe masturbarse. Cada mañana, la atractiva mucama o el mozo excitará a cada uno de los inquilinos, pero siempre negándoles el clímax.
¿Cuál es el objetivo de encerrar a la gente en un hotel?
Ahí cada inquilino soltero tendrá 45 días para conocer y entablar una relación amorosa con una persona. Si lo hacen, se les permite más tiempo a bordo de un yate –si hay problemas les dan un hijo para “ayudar”– y si la relación persiste, son liberados de nuevo a la civilización. Hasta aquí no suena tan mal la pena por ser soltero. Sin embargo, aquellos que no logran conseguir una pareja cuando se les acaba el tiempo son convertidos en el animal de su preferencia y liberados a la naturaleza. Ahora, imaginen todo lo que implica que una persona tenga que funcionar en una sociedad con el requisito de tener una relación estable… Se puede imaginar cuántos otros ámbitos en su vida tienen que caer en su lugar para que esto pueda ocurrir.
Ese es el contexto al que nos arroja Lanthimos cuando conocemos al protagonista, David, un hombre triste que vive con su perro –hermano– y cuya esposa lo acaba de abandonar por otro. Así, este hombre será arrojado al hotel a padecer la soledad, la calentura y la desesperación por el miedo de que, si falla, lo conviertan en una langosta. Rodeado de otros personajes tan tristes y torpes como él, verá con impotencia cómo cada uno de ellos se acerca al final de su vida humana. Unos se arrojarán por la ventana, otros pretenderán ser cosas que no son. Sin embargo, tienen la alternativa de cazar a aquellos que huyen de esa sociedad para ganar más tiempo: los solitarios.

El protagonista es arrojado al hotel a padecer la soledad, la calentura y la desesperación por el miedo de que, si falla, lo conviertan en una langosta.
Tras una estancia apesadumbrada y el desencuentro con una pareja, este personaje huirá del hotel y se reencontrará con los solitarios. Es la libertad, sí, sin embargo, encontrarse con esta comunidad no es algo encantador tampoco. Mientras que la sociedad civilizada fuerza un amor institucionalizado, que en última instancia deriva en farsas y desesperación, los solitarios deben escuchar música electrónica –para bailar solos– y nunca, nunca, pueden entablar algún tipo de interacción o relación amorosa con alguien más. Como el gobierno de ese futuro hicieron al amor algo político, los solitarios, en un acto de disidencia, lo niegan: ya sean coqueteos, besos o sexo, deben de asumir su papel como los miembros de esa sociedad y aislarse del contacto humano.
Ahí, David conocerá a una mujer, sin embargo, las reglas de los solitarios no les permitirán más que llevar un amor secreto. Sí, en el primer escenario es la ausencia de las emociones, mientras que en el segundo es la supresión. Así, el personaje tendrá que encontrar la manera de sobrevivir, por segunda vez, a cada una de las circunstancias en las que se encuentra, mientras que nosotros, como espectadores, conoceremos cada vez más la desvirtud de un mundo en el cual el amor es algo que se piensa controlable.
La empatía, la sociedad y el animal
¿Qué nos distingue de los animales? Eso es algo que constantemente nos preguntamos ante las barbaridades cometidas por la humanidad. Recordarnos que somos animales es otra cosa recurrente: nuestro salvajismo, violencia e irracionalidad son manifestaciones de eso. “El lobo es el lobo del hombre”, dijo alguna vez un romano. Sin embargo, Ovidio es quien mejor se puede relacionar con el trabajo de Lanthimos.
Cabe aclarar que no deberíamos de descartar este tipo de referencias del trabajo del director, puesto que Kynodontas (2009), su tercer filme, es un trabajo que evoca al Castillo de la Pureza (1972) de Arturo Ripstein. En su estilo, así como su música y temáticas, sabemos que no se trata de cualquier cineasta que aprendió técnicas y recursos cinematográficos. Tampoco lo estoy llamando un genio, pero claramente es un cineasta que tiene un bagaje que enriquece sus trabajos.
Con eso en mente… Ovidio escribe La caída de Troya, donde habla sobre la tristeza y el dolor de Hécuba, la reina de Troya. Esta mujer se va de la ciudad ardiendo, y sólo le queda un último hijo, quien se encontraba en Tracia durante la guerra. A su llegada, descubre que fue asesinado y ella, con la ira y la tristeza mezclada, cobra venganza de esa traición. Tras matar al traidor y a sus hijos, Hécuba se convierte en un lobo.
¿Por qué es importante esta referencia? No somos los únicos, pero una de las características que definen al ser humano, es su necesidad de funcionar en sociedades. Entonces, nos encontramos ante una cinta donde se presenta un contexto en el cual si un ser es incapaz de amar –y entendemos que amar es la habilidad de ser empáticos con otros– se convierte en alguien que no puede pertenecer a una sociedad. Hécuba, al momento de perderse en la rabia y el dolor, se convierte en lobo y pierde cualquier capacidad de volverse a relacionar con los humanos. Eso es justamente lo que le ocurre a los personajes de The Lobster, sin embargo, se genera una disonancia con la misma naturaleza humana cuando empiezan a tener una injerencia las autoridades, tanto las del hotel como las de los solitarios.

Nos encontramos ante una cinta donde se presenta un contexto en el cual si un ser es incapaz de amar –y entendemos que amar es la habilidad de ser empáticos con otros– se convierte en alguien que no puede pertenecer a una sociedad.
De ese modo parece que la película funciona a modo de sátira de cómo funciona la sociedad de nuestros tiempo –y de qué sirve la ciencia ficción si no es para plantear reflejos de nuestra realidad–. Esta cinta nos muestra en varias ocasiones cómo el papel de las autoridades, que desean controlar “el amor” de los integrantes, lleva varias veces a la reproducción de modelos que resultan ficciones de algo que antes funcionó. Si algo hemos aprendido de la historia y la ciencia, es que aquello que se genera en entornos controlados corre el peligro de ser sintético.
Así, vemos cómo John, quien se define a sí mismo como “un hombre que cojea”, buscará que su pareja se enamore de él haciendo que su nariz sangre de manera recurrente (la característica con la que se define su pareja). Por otro lado tenemos a un hombre que sesea y que un día es penado por masturbarse en secreto; finalmente tenemos a David –y también John–, quien, a pesar de estar triste porque perdió a su pareja, es forzado a conocer a alguien y “enamorarse” en tan sólo 45 días.
Tenemos entonces una sociedad “correcta” que espera que sus integrantes ignoren sus sentimientos y reproduzcan un modelo bajo sus propias reglas. Luego tenemos a los solitarios, quienes, en su afán de sabotaje político –destruir ilusiones de amor y romper parejas– castigan lo que las autoridades gubernamentales premiarían, llevando, de nuevo, a las farsas: David y su amante luchando por convencer a todos de que no existe una relación. Si bien vemos que el hotel, que representa a una institución ética y lo socialmente correcto en el contexto –nosotros podemos no estar de acuerdo–, es cruel al exiliar a sus integrantes a una vida animal, los solitarios son quizá más crueles al contrariar con violencia justamente lo que en naturaleza están negando: el amor controlado. Ellos, sin quererlo, se convierten a sí mismos en un lobo, como le ocurre a Hécuba al rechazar lo último que le queda de empatía.
La cinta del director griego, nos arroja, así, a preguntarnos cuál es el sentido, no sólo de las relaciones amorosas, sino de la forma en la que nos relacionamos. El último acto de la película comienza cuando la amante pierde el elemento que la unió a David en un principio. Es ahí cuando vemos por primera vez las adversidades de una pareja en toda la película. David tendrá que luchar con esta discordancia y, al final, dejarnos con la siguiente pregunta, que me parece, es el punto que el director nos quiere dejar: ¿entonces en qué contexto se pueden dar el amor y la empatía?
Ahora sin lecturas
Bueno, si bien buena parte de la reseña se la dedicamos a interpretación y observaciones, por supuesto que les vamos a contar sobre los méritos y desaciertos cinematográficos. Para empezar, es una cinta cuyas actuaciones merecen reconocimiento: John C. Reiley, con su seseo y torpeza funciona adecuadamente con el sutil tono de humor que maneja la película. Por otro lado tenemos a Colin Farrell, quien demuestra una vez más su talento y seriedad, tal vez aun mejor que en la cinta de Martin McDonagh, In Bruges (2008). Por su parte, Rachel Weisz y Léa Seydoux rara vez nos muestran papeles que no sean valiosos –salvo por Weisz en The Mummy, que afortunadamente ya quedó atrás–: Seydoux con su personaje serio, oscuro y sin emociones, mientras Weisz con una personificación tímida y vulnerable, crea a un personaje redondo, desde su primera línea, hasta la última escena.
Por otro lado tenemos un estilo que de repente recuerda a Wes Anderson, sin embargo, no piensen que se trata de una fotografía y escenografía controlada y perfectamente arreglada, llena de detallitos que nos podrían anonadar a todos aunque sean insignificantes. Lanthimos presenta un estilo sobrio –que a veces recuerda a trabajos como Barry Lyndon (1975)–, donde vemos lo que tenemos que ver, trabajado y, cabe aclarar, sin caer en la corriente de los minimalistas: aquí sí pasan cosas. Es en momentos como cuando juega con la música de Beethoven y la cámara lenta que se hace más atractivo, pues se genera un efecto cautivador, que aunque ya hemos visto antes ese recurso trillado, permite que la película no pierda su tono humorístico y a su vez oscuro.
La música es parte de este estilo. Con piezas como Jeux Interdits, o trabajos de Nick Cave, Stravinsky y Shostakovich, contrastando los silencios y acompañando los colores apagados, generan un ambiente lúgubre que acompaña al contexto de la crisis de relaciones humanas que vemos a lo largo de toda la película.
Y bueno, la premisa es una cosa extraña. No es algo sencillo imaginar una distopía en donde el conflicto sea generado por la politización del amor, pues no se queda en un contexto cerrado, sino que a lo largo de la historia nos van arrojando detalles donde es evidente que los personajes están atrapados en algo más grande que su vida, el hotel, el bosque y la ciudad. Además, estos mismos personajes, conforme los vamos descubriendo, nos permiten entender los conflictos y se nos da un desarrollo que nunca es contradictorio: son lo que son y al conocerlos entendemos las decisiones y cuestiones que tienen que enfrentar.
Lo bueno
- El estilo lúgubre y propio de la película se contrasta con el manejo del tema y el humor.
- Las actuaciones están bien logradas, demostrando la versatilidad de cada uno de los integrantes.
- La cámara lenta es un recurso bien aprovechado.
- No cae en una historia trillada que explore “qué es el amor” ni da satisfacciones gratuitas a los espectadores.
- Personajes enteros, que si bien algunos no tienen mucho desarrollo, no les hace falta.
- Se queda en su mente y deja en qué pensar.
- Es una obra de ciencia ficción que refresca al género con una premisa imaginativa.
Lo malo
- El ritmo probablemente no sea para todos.
- Aunque su actuación es admirable y trae un bigote, Colin Farrell siempre será Colin Farrell para algunos.
- Lanthimos requiere que traigan los ánimos para lidiar con su debraye amoroso.
Veredicto
The Lobster es, sin duda, una de las películas de ciencia ficción y amor más sorprendentes e interesantes del año y probablemente también será una de las mejores cintas que lleguen a México este 2016. Y sí, aunque me tomé el tiempo para pensar lo malo que pueda tener esta película –como el ritmo, que es cuestión de los gustos, o la presencia de Farrell–, no hay motivos para hacer menos los méritos que se puedan encontrar, y justamente es por eso que a la película le puedo dar el 9.5.
Es divertida y trágica, y quizá tan asombrosa como otras cintas de ciencia ficción sobre el amor como Eternal Sunshine of the Spotless Mind (2004) o Her (2013) lo fueron en su momento. The Lobster, como las anteriores, brilla en su propia manera. Así como John C. Reilly pueda hacerlos reír, la película no está exenta de violencia y escenas bastante dolorosas, más después del excelente desarrollo de los personajes por parte de Lanthimos. Quizá el ritmo no sea del agrado de todos –que tampoco significa que sea lenta–, sin embargo, si esta cinta logra cautivarlos tanto como para que les guste, es un trabajo que se les quedará en la mente un rato y da pie a darle vueltas y verla más de una vez para ver que nuevo le pueden encontrar.

Título: The Lobster.
Duración: 118 min.
Director: Yorgos Lanthimos.
Elenco: Colin Farrell, Rachel Weisz, Léa Seydoux.
País: Irlanda.
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