Reseña – El Rey de la Fiesta, como Juego de Gemelas, pero con una crisis de identidad
Crisis emocional. Crisis por la pandemia. Crisis por la edad. Crisis de identidad. Vivimos una época dorada para sentir dolor sobre lo que somos, lo que queríamos ser y lo que vamos a terminar siendo. No podemos escapar del dolor o de la próxima crisis, pero, en ocasiones, tenemos la oportunidad de sacar ventaja a la más oscura de las situaciones. El Rey de la Fiesta de Salomón Askenazi llega a los cines mexicanos para retratar una crisis que juega entre la comedia y el thriller de forma emocionante, pero con un final que de la nada termina con toda la fiesta.
Héctor y Rafa (Giancarlo Ruiz) son dos gemelos idénticos, con personalidades tan opuestas como el día y la noche. Ambos tienen 50 años, pero Héctor ha vivido una vida ordinaria, siguiendo las reglas que marca la sociedad, mientras intenta controlar cada aspecto de una vida que cada día está más cerca de explotarle en la cara. Mientras que Rafa no se preocupa por el mañana, sigue viviendo con su padre y no está encadenado por el matrimonio o por un contrato que lo obligue a trabajar 8 horas al día. Mientras uno se enfrenta a la crisis de la mediana edad, el otro está por hacer un viaje de imprevisto a Hawaii sin preocuparse en qué pasará cuando regrese a México.
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Por desgracia, el viaje de Rafa termina en un fatal accidente y Héctor es el único que sabe sobre la muerte de su hermano. Confundido, en duelo y atormentado por sus problemas personales, Héctor decide tomar el papel de su hermano para vivir una vida que se ha negado desde hace años. Héctor le saca provecho a la situación para divertirse, drogarse y olvidarse de su hipnótica rutina. Pero su pequeño lapsus de felicidad se vuelve en su contra cuando descubre, a través de Rafa, todo lo que se ha perdido a lo largo de su vida, así como lo que su familia en realidad opina de él.
Salomón Askenazi apuesta por una trama fresca en el cine comercial mexicano, con toques de humor negro y algunas señales perdidas de un thriller psicológico, combinación que logra un buen ritmo, desarrollo de personajes y situaciones que invitan a pensar un genuino “qué haría yo en esa situación”. Las marcadas diferencias entre Héctor y Rafa proponen un escenario perfecto para que el intercambio de personalidades funcione de forma divertida, comenzando con los clásicos errores del impostor en los entornos cotidianos de su víctima, y llegando a las últimas consecuencias con las personas que forman parte de su círculo más cercano.
A pesar de que el thriller no parece más que un experimento del director, el desarrollo de la cinta es muy disfrutable, sin caer de lleno en la comedia y jugando muy bien con el drama y la idea inicial de la crisis de identidad. Giancarlo Ruiz consigue hacer creíble el robo de identidad, así como la dualidad entre ambos personajes, sobre todo a la hora de tomar decisiones e interactuar con su esposa, hija y padre bajo la identidad de su hermano gemelo. Giancarlo juega muy bien con la dinámica entre los hermanos, los combina perfecto cuando las escenas lo requieran y deja en claro la esencia de cada uno de ellos a través de sus movimientos y diálogos; por momentos se puede sentir un poco sobreactuado, pero en general la interpretación es convincente.
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A la par de Giancarlo encontramos diferentes colores, música y tomas que enfatizan al personaje que vemos en pantalla. Sin saturarnos de señales, la fotografía consigue su objetivo y nos permite adentrarnos con más profundidad en la psique de Héctor, pues es a través de él que conocemos a los dos hermanos. A nivel técnico mi única queja tiene que ver con el sonido, pues todas las voces se escuchan como si hubieran sido dobladas por los actores y colocadas sin tacto sobre la cinta.
Por otro lado, el desarrollo de los personajes secundarios, más allá de ser nulo, se siente irrelevante con la historia principal; como si solo estuvieran ahí para marcar (aún más) las diferencias entre los hermanos. La hija de Héctor, por ejemplo, tiene un par de escenas junto a su pareja que no llevan a ningún lado, y la interacción que tiene con su padre cerca del final funciona sin la necesidad de explorar su “rebeldía”; y esto mismo pasa con el papá de ambos, la esposa de Héctor y un poco con la pareja de Rafa.
De forma similar, el final de la cinta llega sin que se sienta que el arco principal tuviera un cierre convincente. Sin entrar en detalles, la cinta acaba de forma tajante en los últimos 10 minutos, una resolución que no solo es predecible, sino que además tiene una ejecución pobre y poco emocionante. Toda la construcción de Héctor se pierde en una conversación donde el personaje regresa al mismo lugar que tenía al iniciar la cinta… o al menos eso parece hasta que los créditos avanzan con un fondo que nos deja confundidos entre la realidad y los sueños rotos del protagonista.
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Lo bueno
- Una idea fresca que se desarrolla de forma convincente
- La actuación de Giancarlo Ruiz
- Un guion divertido
Lo malo
- El final
- El desarrollo de los personajes secundarios
- Las voces de los personajes en el corte final
Veredicto
El Rey de la Fiesta es una película divertida, que logra mantener su personalidad hasta el último momento y que apuesta por una trama que se siente fresca. Lamentablemente su final desentona con el ritmo y desarrollo del resto de la película, lo que sin duda repercute en el compromiso que llega a generar la historia; a pesar de que los finales suelen ser uno de los errores más comunes en el cine mexicano, este no es uno de los peores.
El Rey de la Fiesta se estrena este 20 de enero en Cinépolis.