Reseña: Huachicolero – La horrenda belleza de la tragedia cotidiana
Huachicolero es una película sorprendente. Edgar Nito logró afianzar su delicado y sensible ojo para el cine de género y lo plasmó en una realidad que ya invadió el territorio del horror. Porque las viejas leyendas y nuestro violento pasado ya no bastan para enfrentar la violencia cotidiana en México.
Desde sus, cortometrajes, Nito ha mostrado un amor único por el género trasladado a nuestro contexto. El revenge exploitation de Y Volveré… (2010) y, en una versión más ambiciosa en Masacre en San José (2015); las leyendas sobrenaturales en Jaral de Berrios (2014), La Dama de Rojo y El Colgado (2016). Con un sentido único de pertenencia, Nito siempre ha privilegiado el contexto de su nacimiento, de Guanajuato y los fantasmas que lo habitan. Y hoy, el horror, la violencia, la locura está en el mal sin rostro del narcotráfico en un territorio desgarrado por la lucha entre carteles.En este sentido, Huachicolero responde plenamente a la trayectoria de Nito y a la historia trágica de nuestro país.
Lo que es tan sorprendente de esta película es que, lejos de los exotismos más evidentes, de los diálogos acartonados del realismo mexicano y de la violencia más desaforada del exploitation, Nito logra hacer una película visceralmente honesta y cruda que no simplifica el robo de gasolina y el contexto que rodea el horror que genera. Aquí no hay un rostro del mal, no hay un jefe de cartel riéndose en caricaturas peligrosas á-la-Luis Estrada (i.e El Infierno, 2010). Tampoco hay un sentido maniqueo del bien y el mal, sino circunstancias y las personas comunes que las sufren. Porque las tragedias profundas de México no están en los grandes capos y los políticos encumbrados, sino en todos los que habitan este infierno y quedan en el fuego cruzado de las esperanzas rotas y las balas perdidas.
Una hermosa tragedia
Huachicolero es la historia de Lalito, un niño tímido, de extracción humilde, que se enamora de Ana, una chica con la que va a la escuela, a las afueras de Irapuato. Lalo sueña con regalarle un teléfono de última generación a Ana, una muestra palpable de amor, una prueba, también, de estatus. Pero su trabajo transportando bidones de gasolina no le alcanza para costear un celular de siete mil pesos. Desesperado, Lalito acude a un conocido que trabaja para un huachicolero de poca monta. Así, comienza su relación con un oficio peligroso, pero bien remunerado. Ahí, entre ductos y balas, Lalito va a aprender que todas sus decisiones tienen peligrosas consecuencias.
Una pradera que se incendia, el amanecer de un páramo desolado, una fuga de gasolina a contraluz, el atardecer en otra llanura. Huachicolero es una película llena de hermosos encuadres. La opera prima del director guanajuatense Edgar Nito es de un esplendor visual loable. Porque esta cinta fue hecha con amor perfeccionista… y se nota.
La fotografía de Juan Pablo Ramírez, con lentes viejos en horas críticas, con iluminación mínima o luz natural, con cámara en mano y vivencial, es simplemente impresionante; el diseño sonoro de Omar Juárez Espino es una locura que completa la profundidad realista de la cinta; y la dirección de Nito encamina excelente actuaciones y pacientes tomas de horrenda belleza. Todo esto nos muestra el amor por un paraje plagado de horror. Y este contraste es absolutamente desgarrador… porque es honesto.
Así, Huachicolero es una hermosa tragedia que mezcla la eficiencia técnica de los realizadores con la experiencia narrativa del director para un resultado cautivador y enérgico. Nito aplica su aprendizaje del cine de horror que tanto ha cultivado. Los planos más violentos de esta película se mantienen con paciencia, las tomas más tensas saben alargarse y, en general, se juega más con un ambiente de peligro que con el peligro mismo.
Como resultado, Huachicolero logra transmitir un mensaje desolador sin nunca perder la atención de un público cautivo. Y, si la música llega a ser emocionalmente efectista, la proeza del director está en nunca moralizar, nunca ser lacrimoso, nunca permitir un diálogo choteado y nunca dejar que los actores se salgan de una paciente construcción de personajes.
Una común tragedia
Huachicolero es una tragedia cotidiana. Aquí no se trata de generalizar hasta la caricatura el mundo del crimen organizado (como tantas veces se ha hecho), sino de mostrar sus alcances en un universo cotidiano. Como en Heli, de Amat Escalante, esta cinta muestra las consecuencias crudas de un ambiente generalizado de violencia. Y, como en Heli, hay algo incómodo en el realismo, algo artificioso que lo vuelve más visceral. Aquí no están las típicas líneas de diálogo de actores entrenados, porque el gran peso de la trama cae en un maravilloso actor primerizo, Eduardo Banda. Incluso los actores más experimentados, como Fernando Becerril y Leonardo Alonso, se mantienen en un registro contenido, directo, crudo, en el tratamiento de sus líneas.
Todo esto se traduce en un sentido mucho más elegante de realidad. Un realismo que no quiere enfocarse en las grandes épicas de canallas y héroes, sino en la vida cotidiana, fatal, en México. Por eso es tan pertinente que la película se centre en una historia de amor adolescente; en el deseo que apenas se asoma como bigote aguamielero en la esquina del labio puberto.
En esa primera inocencia ya se gesta la violencia porque, advertida o inadvertidamente, Nito hizo también un cuento sobre el machismo posesivo. Aquí la tragedia no es una gran disputa, sino la más vieja disputa entre machos encañonados: ¿quién gana en la posesión del ser amado? Y, en esta disputa, ¿quién sigue pensando en el ser amado?
La lucha entre hombres, trabados en formas de querer anquilosadas, en sueños de posesión de otra persona como si fuera un premio, un objeto, un trofeo; en medirse frente al otro por estatus, poder y violencia, es el subtexto que recorre la película. Porque Lalo, en su obsesión por conquistar a la chica con la que sueña, termina olvidando los deseos de la chica con la que sueña. Y todo degenera en un enfrentamiento entre amantes rivales que nunca llegan a ser amantes reales.
Aquí no mata el crimen, mata la pobreza y mata el machismo; matan los sentimientos trabados en el pecho de los hombres y la necesidad de demostrarse frente a otros hombres. No se trata de grandes capos, de policías encumbrados y gobernadores corruptos; no, ésta es la escala común y miserable de un negocio piramidal tan enorme como oscuro, de una cultura fundada en el reconocimiento del más cabrón, de los sueños rotos de tantos. El verdadero poder de los que mueven hilos, existe sólo detrás de un halo de misterio absoluto (como, en otra escala, también ensayó Denis Villeneuve con Sicario). Aquí, los que mueren, como siempre, son los soldados de poca monta y los niños trabados en un machismo que siempre se renueva.
Huachicolero es un debut que promete cosas enormes. Nito se afianza como una voz original y valiente y esta cinta se propone como un documento histórico de contexto cultural necesario. Con esta película, los espectadores de cine mexicanos podrán probar que no sólo se vive de melodramas absurdos y comedias románticas ridículas. Porque nuestra realidad puede decirse de tantas otras maneras… Una película esencial para este horrendo principio de siglo; una película con madera de culto; una película que, finalmente, seguirá dando de qué hablar para prohibir que, frente al horror cotidiano, nos sigamos callando.
Lo bueno
- La enorme fotografía de Juan Pablo Ramírez.
- El diseño sonoro impecable de Omar Juárez Espino.
- La dirección siempre apasionada, honesta y talentosa de Edgar Nito.
- La actuación reveladora de Eduardo Banda.
- Las sólidas actuaciones de reparto.
- Que fue una película hecha con medios modestos y excelentemente aprovechados.
- Que el diseño de producción es una lupa de realidad.
- Que no es un retrato moralizador o maniqueo.
- Que las subtramas de la violencia machista y las aspiraciones frustradas son poderosas y sutiles.
Lo malo
- Que se puede confundir su fatalidad con moralidad fácil.
- Que no se ha estrenado comercialmente.
- Que no se hagan películas tan valientes en México.
- Que el realismo nos traba en los mismos cuentos, como demuestra esta excepción.
- Que se puede pensar, erróneamente, que esta cinta explota un fenómeno mediático.
- Que no se hagan películas tan valientes -económica y propositivamente- en México.
Veredicto
Huachicolero es una historia finamente tejida, hermosamente filmada y certeramente dirigida. Una cinta técnicamente eficaz y narrativamente encantadora que da un giro diferente a la forma en que retratamos la violencia en México. Un cuento de amor frustrado, de deseo que nunca se consuma, de machismo generalizado y de la violencia que se cuela entre las grietas de nuestros ladrillos comunes, del adobe, de las casas sin pisos y las secundarias rurales. Una tragedia común que demuestra que se puede hacer mucho cine con muy poco y que nuestra adormecida percepción de la violencia siempre puede volver a sentir este horror al que nunca debimos acostumbrarnos.
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