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Color Hormiga #9: La importancia de llamarse Akira

Akira le mostró al mundo de lo que era capaz la animación japonesa, ¿pero qué hay detrás de la obra maestra de Katsuhiro Ōtomo?
Color Hormiga Akira

Es el año 1988. La ciudad de Tokio luce impasible con sus grandes edificios rodeados por valles que enmarcan al monte Fuji en el fondo. De pronto, una esfera de oscuridad absoluta se alza en el centro de la ciudad y, en un instante, lo devora todo. Eso es Akira.

La película de Katsuhiro Ōtomo es una explosión que uno sólo puede sentarse a admirar y luego dejar que le pase por encima. Akira es una cinta compleja, espectacular y transgresora que en 1988 rebasó todas las fronteras de la animación, tanto de forma como de fondo.

Ōtomo se atrevió a llevar a la pantalla grande su genial –y en ese entonces incompleto– manga con una sola condición: el absoluto control creativo del proyecto. El resultado fue una obra seminal del ciberpunk que, además, sirvió para mostrarle al mundo de lo que era capaz la animación japonesa y de paso impulsar una nueva ola de anime en occidente.

Hablar de Akira sin superlativos es imposible. Y con justa razón: se trata de una película que trascendió el cine de culto para convertirse en un referente obligado de la animación y la ciencia ficción. Pero para tratar de evitar una engorrosa lluvia de adjetivos, en este capítulo de Color Hormiga nos sentamos a hablar de lo que hay detrás de la obra maestra de Katsuhiro Ōtomo: del misterio que encierra Neo-Tokyo.

A 30 años de su estreno, Akira sigue tan vigente como entonces, recordándonos que la destrucción de todo es también el inicio de algo nuevo.

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