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Alguna vez mandamos cartas: un ensayo sobre escritura, lectura y tecnología

El mundo de la escritura y la lectura ha cambiado mucho en las últimas décadas, y eso no es necesariamente malo.
Un hombre lee en las escaleras
(Hernán Piñera)
Me cuentan que una vez hubo telégrafos, que la gente se escribía cartas y que circulaban, en las escuelas, unos formatos que permitían crear clubes de amigos por correspondencia, la gente escribía cartas y las perfumaba, se consideraba que una carta escrita a mano era personal y no se podía enviar a la madre o al amigo una carta mecanografiada, pero la manuscrita era de mal gusto en los negocios. Me cuentan que hubo un mundo así, donde la letra dominaba. Luego, parece, desapareció.
Tomo mi teléfono y veo aparecer decenas de mensajes en Twitter, correos electrónicos, whattsapps —o, como en buen español deba decirse— y me pongo a pensar si es verdad que aquella costumbre de escribir desapareció. Es evidente que no, es cierto que, si hace quince años me hubieran dicho que los adolescentes se iban a comunicar por escrito, no lo hubiera creído. Pero así es, el hecho es que no se escribe como antes ni se lee como antes y no han sido los actores de Hollywood ni los políticos los que han hecho el cambio, han sido los tecnólogos.
La lectura digital nunca me ha atrapado del todo, pero sí recuerdo que, cuando los primeros esbozos de la tecnología aparecieron, las más negras profecías se abalanzaron sobre el papel. Lo acusaron de anti-ecológico, sucio, poco económico, lento, poco interactivo y, terrible pecado, ser lento y ocupar espacio. Los profetas de la electrónica querían atribuir al texto impreso todas las notas que se atribuyen al ámbito digital. Desde luego, el libro no tenía la capacidad de cumplirlas, pero la biblioteca de papel subsiste y parece que así seguirá, porque corresponde a otros satisfactores y a otras circunstancias, pero ahí como lo vemos, impasible desde el siglo XVI, después del libro digital ya no es el mismo. Las revistas sí parece que se despiden, los periódicos y algunos libros efímeros, una y otra tecnología han aprendido a convivir y a satisfacer deseos diferentes.

Leer y escribir en un mundo digital

(José Antonio Alonso)

Cada renovación tecnológica enfrenta varios debates, tradición contra modernidad, servicio contra precio, ubicuidad contra presencia y libertad contra propiedad. Algo así como que, en cada nuevo gadget y en cada nuevo avance, nos jugáramos el futuro de la humanidad. El hecho es que no podemos ya vivir sin la tecnología, porque al determinarse los nuevos formatos que nacen de la tecnología descubrimos, en lo individual, poderes que antes no teníamos, y ello determina el lugar que cada uno nos atribuimos a nosotros mismos en el mundo y en el tiempo. Hoy todos los usuarios de la red somos productores de contenidos y por lo tanto somos críticos y suponemos que eso nos da poder, un poder distinto del tradicional, que no produce satisfacciones inmediatas, pero sí un fuerte atractivo masificado y difuso.
Desde luego, nuestros formatos de consumo también variaron y se transformaron sobre bases antes difíciles de imaginar. Se acabó el mundo de la economía del bien escaso, muchos satisfactores se mantienen en el mundo digital y no es la oferta y la demanda lo que determina su precio, sino la capacidad y disponibilidad de lo que cada uno puede pagar. La antigua publicidad desapareció y la inteligencia artificial encuentra el mensaje correcto para el consumidor exacto en el momento adecuado; eso nos hace creer que somos únicos y que nuestras necesidades y deseos están bien cubiertos.

Tecnología es sociedad

(d26b73)

Alan Key decía que la tecnología sólo es en realidad tecnología para quienes nacieron antes de que la inventaran, es decir, el internet siempre será para mi “nueva tecnología”, pero para mis hijos no será más que un artilugio más de su tiempo, como el teléfono fijo fue para mi generación o la radio para mi padre; ellos no tendrán los dilemas que me monto yo sobre mi privacidad, ellos habrán aprendido a dominar el entorno como yo aprendí a dominar a los amenazantes del camión del transporte escolar, sus roles sociales estarán determinados por sus entornos y eso, no hay quien lo cambie.
Durante muchos siglos, pensábamos en la tecnología como un apartado de la sociedad, algo que sucedía para hacer la sociedad más cómoda, hoy sabemos que tecnología es sociedad y que todo cambio en los aparatos y medios que usamos es un cambio en la estructura y el comportamiento de la sociedad. Hemos transitado del viejo discurso que se tenía, al presente como centro para desplazar nuestros ojos a un discurso futurista, utópico y nos la pasamos planeando sobre la manera en que los cambios nuevos nos afectarán aún sin haber asimilado los que ya tenemos. Ello subestima lo viejo y sobrestima lo nuevo. Nos da hambre constante de transformaciones y, entonces, veo a los niños que se aburren del juego en la red y toman un libro y se ponen a leer.
No es necesario vivir en el espejismo, la tecnología va entrando, como lo hizo la imprenta, el motor eléctrico o la energía nuclear, en el orden natural de las cosas, las que ahí están pasando sobre nuestra conciencia porque —como presupuesto— contamos con ella.

Es inevitable ser modernos

(susanjanegolding)

La tecnología nos ha enseñado, por ejemplo, que el poder es una relación y no un atributo, que empoderamos y privamos del poder a alguien cuando lo sacamos de la conversación y de la relación de comunicaciones. El papel del líder se transforma en ese sentido, y gran parte de la desgracia y el drama de los políticos contemporáneos es no haber aprendido a lidiar con esta realidad. El tiempo, vieja escuela, va acomodando las cosas y hasta lo más moderno se volverá antiguo y la marcha de las cosas seguirá, como siempre, con los cambios y las nuevas estabilidades.
Sin embargo, el punto sin retorno se manifiesta no sólo en relaciones políticas y laborales, sino en las más puramente sociales; como la vuelta al mundo de los escrito, el desplazamiento de los políticos y la necesidad de evitar el aislamiento como una muerte civil decretada por nuestra propia ansiedad de presencia.
Escucho decir que ya nada es igual, pero eso ya lo habían dicho en la Biblia; escucho que hay que estar a la vanguardia, pero Baudelaire había dicho que era preciso ser moderno; escucho decir que mañana habrá que levantarse temprano, trabajar, comer, amar y dormir, y me pongo a pensar que si el formato tecnológico habrá cambiado, este viejo mundo adorable y atormentado, podrá sobrevivirlo y nosotros con él.
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