logo-codigo-espagueti

Sense8: bonito empaque y poca sustancia

Sense8 es una serie hecha especialmente para el formato de Netflix y en eso se gasta toda su energía: ¡de verdad!
personajes de peliculas sense8 netflix
Imagen: Netflix

¿Qué tal está la nueva apuesta de los Wachowski que ahora llega a Netflix?

Ya que todos tuvieron algún tiempo para ver la primera temporada completa de Sense8, la nueva serie de los Wachowski, queremos hacer aquí unos cuantos comentarios sobre lo que nos pareció esta polémica propuesta. Voy a procurar tratar con aspectos más generales de la serie para evitar spoilers, pero, de todas formas, les recomiendo a todos aquellos que sigan intrigados, que regresen, después de acabar la serie, a leer estos párrafos.

Un logro sin precedentes

 

En realidad creo que mi anterior advertencia de spoilers es algo irrelevante: Sense8 es una serie hecha especialmente para el formato de Netflix y en eso se gasta toda su energía. No se trata aquí de una serie que podría pasar cada fin de semana, éste es un programa que necesita consumirse de un sentón, literalmente, como una película de 12 horas. Para todos aquellos que ya la vieron, esto no les parecerá una sorpresa: la lentitud de los primeros tres episodios y el acelere por llegar a la conclusión en los últimos dos muestra con claridad que los Wachowski pensaron esta temporada como un todo orgánico con dinámica de película. Todo queda bien delineado en introducción, desarrollo y conclusión, lo cual presenta, sin duda, algunas ventajas y algunos inconvenientes.

Muchos espectadores perdieron la paciencia desde el primer episodio, algunos otros no llegaron al cuarto en donde, bajo el mando creativo de J. Michael Straczynski (Babylon 5), la serie parece despegar con acción más concreta. Pero también muestra algo de la capacidad que tuvieron sus creadores para hacer una serie verdaderamente adaptada al formato continuo de Netflix (cosa que está pasando cada vez más, como lo mostraron las últimas temporadas de House of Cards, Orange is the New Black, o la revelación que fue Daredevil). La serie, en este sentido, no se acompleja con su formato y busca explotarlo en todos los sentidos: la libertad creativa que dan los estrenos de temporadas completas en Netflix está aquí muy bien desarrollada. Todo esto para decir que si no ves esta serie de corrido te puedes perder en sus meandros y se pueden diluir algunas de sus búsquedas más emotivas.

Desde este aspecto técnico hay muchas alabanzas para Sense8… y con razón. La producción es una cosa completamente demente: los Wachowski, junto a Straczynski, James Mcteige y el habitual colaborador Tom Twyker (Run Lola Run, Cloud Atlas), lograron una hazaña nunca antes vista en televisión al filmar la serie en 4 continentes y 9 ciudades distintas. Para cuando acabaron la filmación –que sólo duró un año–, el equipo de producción había recorrido más de 160,000 kilómetros, pasando por remotas locaciones de complejidad logística considerable: una escena de lucha libre en la arena Naucalpan, una persecución filmada entre calles y helicópteros en Kenya con más de 700 extras, coreografías tipo Bollywood y una festividad a Ganesha en Mumbay…

Y todo esto por las necesidades narrativas del guión trazado por los Wachowski y Straczynski. La serie cuenta entonces la historia de 8 completos desconocidos que nacieron en el mismo momento, en diferentes lugares, alrededor del globo. Por cierta casualidad en su desarrollo genético, estos individuos dispares adquieren la capacidad de expandir sensaciones más allá de su cuerpo sintiendo en carne propia la vivencia de los otros sujetos de su grupo (o cluster). En el primer episodio vemos el nacimiento de este fuerte vínculo entre ellos creado por el misterioso personaje de una Darryl Hannah perseguida que se pega un tiro ante la presión fantasmagórica de dos fuerzas opuestas: el malvado Whispers (interpretado con adecuada rigidez de Gorgona ominosa por Terrence Mann) y el amoroso Jonas Maliki (creado por el conocido rostro de Lost, Naveen Andrews). Antes de suicidares, Angelica Turing (Hannah) da nacimiento al cluster de sensates que integrarán estos 8 personajes.

Así, de pronto, quedan conectados irremediablemente Will (Brian J. Smith), un policía de Chicago que trata de superar la reputación caída de su padre; Nomi (Jamie Clayton), una transexual que mantiene una relación lésbica en San Francisco; Lito (Miguel Ángel Silvestre), un actor mexicano de películas de acción que esconde su homosexualidad; Capheus (Aml Ameen), un optimista conductor de camiones en Nairobi que admira locamente a Jean-Claude Van Damme; Sun (Bae Doona), una brillante economista en Seúl relegada del imperio bancario de su padre por el machismo empresarial imperante; Wolfgang (Max Riemelt), un ladrón de origen ruso en Berlín que carga con los traumas de un padre abusivo; Reily (Tuppence Middleton), una famosa DJ islandesa en Londres que se aleja de una tragedia pasada a través de las drogas; y Kala (Tina Desai), una científica que trabaja en una farmacéutica de Mumbay y que está a punto de casarse con un hombre que no ama por cuestiones de presión social.

La trama se desarrollará siguiendo los pasos de estos personajes mientras confrontan, cada vez más compenetrados, los problemas de cada uno y la inminente persecución de una malvada organización (la BPO o Biologic Preservation Organization) que quiere encontrar a todos los sensates y lobotomizarlos. Si esta trama les quedó algo confusa, no se preocupen, es normal. La ambición de los Wachowski por representar una amplia gama de culturas hace que este programa no sea, en realidad, una serie de ciencia ficción dura (como muchos esperábamos) sino más bien un drama humano entre culturas y sus posibilidades de conectividad mediante una excusa pasajera de tientes cienciaficcionosos. Lo que en verdad se quiere retratar aquí es la siguiente pregunta: ¿qué pasaría si, de pronto, 8 sujetos completamente distintos compartieran pensamientos y aptitudes, empezaran a sentir las mismas emociones y pudieran hablar entre ellos como si estuvieran en el mismo cuarto?

Así, el interés de la serie se centra más en el espectáculo de la interconectividad que en el misterio que la origina. Y el impacto que transmite se logra en pantalla por ágiles movimientos de cámara, secuencias increíblemente coreografiadas y una edición que merece reverencias (considerando también que, en un mismo episodio, podía contarse con la presencia de cuatro directores diferentes). Muchos momentos memorables de la serie no dependen entonces de la agilidad en la trama ni del suspenso que crea el misterio de las capacidades evolutivas de los personajes sino en el drama de sus relaciones complejas de distancia íntima: tenemos por ahí una espectacular escena de sexo entre los ocho sensates; un karaoke compartido que resalta la línea de la extraña hermandad entre los hombres del clásico noventero What’s up? de 4 Non Blondes; secuencias de pelea en las que se alternan, en una misma locación, diferentes personajes para el intercambio de golpes callejeros y artes marciales con machetes y pistolas; conversaciones íntimas a distancia; momentos cómicos e incómodos de gente viendo a personajes besar el aire o venirse, desprevenidos, en un gimnasio…

Ésta es la verdadera fuerza de la serie: la historia individual de los personajes y la forma en que su interconectividad los ayuda a resolver problemas cotidianos, viejos traumas y serios dilemas morales. Pero ahí también está toda su debilidad: los Wachowski quisieron hacer un drama con tintes filosóficos para hablar de nuestro momento histórico en el que crece la paranoia de la incomunicación entre humanos en la era de las tecnologías de la información. Y con esto también quisieron proponer un giro político en toda su propuesta mostrando, con bastante poca sutileza, una agenda específica de ideas demostradas en pantalla en torno a la sexualidad, la bondad, la maldad, la violencia y la cercanía entre culturas dispares. Todo esto, en principio, hubiera podido funcionar con un enfoque menos abrupto si, tal vez, junto con la impecable coreografía y la edición prodigiosa, la serie hubiera invertido más en su historia de fondo para que no pareciera todo una excusa de templete filosófico ligero y gusto por el melodrama añejo.

Reflexiones dudosas

 

Sé que para este punto, en el que quiero hacer una crítica de la serie en cuanto a su propuesta reflexiva, muchos se sentirán molestos por mis comentarios. Y lo entiendo, esta serie divide radicalmente opiniones: mientras unos la amaron, otros detestaron sus premisas. Sin embargo, mientras admito sus logros técnicos y los aciertos emocionales que logra, no puedo dejar de señalar los aspectos que, en lo personal, me molestaron. Esto no tiene nada que ver con la apreciación general que se pueda tener de la serie; éste es un programa polémico porque hay tantas formas de detestarlo como las hay de adorarlo. Y es por eso que me parece importante discutirlo, en la medida de lo posible, quitados todos los pelos de la lengua.

Hay que decirlo de una vez: en esta serie encontramos momentos de gran belleza además de encuentros únicos para la televisión que, generalmente, es mucho más recatada. Hay escenas de sexo entre hombres, descripciones de sus relaciones, burlas de la comunión cristiana a través de la imagen de sus felaciones; hay también escenas de sexo entre mujeres (con el añadido de que una de ellas es una mujer transgénero interpretada por la actriz y modelo transgénero Jamie Clayton) que se complejizan más de lo que normalmente vemos; hay desnudos frontales en ceremonias religiosas; se representa una amplia gama de culturas que, generalmente, quedan de lado en las concepciones hollywoodenses; hay drogas variadas desde el potente DMT hasta el inocente hachís; hay violencia gráfica bastante explícita, brazos cercenados con machetes y balazos en la cara… Y en el marco de las nuevas libertades que permite Netflix a sus creadores, todo esto se agradece.

El problema es que, con todo el intento de romper barreras y mostrar lo que antes no se mostraba, los Wachowski caen en los mismos pecados que condenan. El retrato de una gama más amplia de posibilidades sexuales no busca aquí tratar con fluctuaciones complejas que hubieran podido surgir desde la premisa misma: ¿cómo siente un hombre el  orgasmo femenino (y viceversa)? ¿Cómo se compenetran las relaciones sexuales entre personas que experimentan sensiblemente las vivencias de otros? ¿Cómo se puede vivir la penetración en una compenetración psíquica? ¿Qué tanto fluctuarían entonces nuestros deseos? Y el asunto se queda entonces en una reivindicación de la diversidad sexual que pasa por canales bastante concurridos y, según mi forma de ver, poco originales. En este sentido pienso que, al querer hacer una demostración política que se manifiesta desde el primer episodio con fuerza (en particular a través de las dificultades que sortea Nomi, la transexual que tiene muchos aspectos autobiográficos de Lana Wachowski), se resalta la diversidad como un esquema fabricado, ficticio, justamente, demostrativo. Y ahí se pierde, al señalar con el dedo nuestras diferencias, la naturalidad que las vuelve evidentes, reales, tangentes y vivenciales para transformarlas en un paseo educativo que, digámoslo, es innovador para lo que están acostumbradas las audiencias americanas, pero que no tiene el mismo impacto de mostrar, con normalidad, las luchas cotidianas que todos experimentamos.

Por otro lado, si vemos las diferencias culturales que quiere mostrar la serie como elementos distintivos que no logran diferenciarnos completamente en lo que nos hace humanos, encontramos también algunos problemas. De entrada está el muy criticado uso del inglés en toda la serie: ¿por qué, si ya lograron ir a locaciones tan variadas, tan complejas, no hacer hablar a los personajes en sus propios idiomas? ¿Por qué, si todos van a hablar en inglés, darles un acento característico para distinguirlos? ¿Por qué, también, meter algunos momentos de swahili y de coreano, de alemán y de hindi, en medio de la normalización de todo en un idioma único? Este aspecto puede parecer tangencial pero es bastante importante: la idea de que podemos comunicar entre culturas a pesar de diferencias constitutivas en nuestras concepciones del mundo y de nuestra separación lingüística se derrumba aquí con el código compartido de un idioma. Vean, por favor, como contraejemplo, la hermosa escena que logra Jim Jarmush en Ghost Dog entre el personaje de Withaker y el personaje francés con el que discute: cada uno en su idioma, sin entenderse, llega a comprender profundamente al otro.

Finalmente, el problema aquí es que esta serie muestra la diversidad –que quiere levantar como bandera – desde el punto de vista de una normalización bastante cómoda. Todo parece reducirse al exotismo y a la normalidad contrastante: de México tenemos el Zócalo, la lucha libre y a Diego Rivera; de Kenia tenemos las guerras tribales, el hambre, la pobreza, el SIDA y cierta apreciación cultural vista con condescendencia (como si el hecho de que tu ídolo sea Van Damme mostrara un cierto vacío de cultura; como si el cine sólo sirviera para hacernos salir del gueto y educarnos, con preceptos hollywoodenses, a ser mejores); de India tenemos el politeísmo, el fanatismo religioso, el cine de Bollywood y todos sus exabruptos; de Berlín, los restos de un resentimiento por la caída del muro y el recuerdo del holocausto entre villanos rusos y usureros judíos; de Londres, la escena electrónica, las drogas (con un personaje que es como Pete Doherty en sus mejores) y los pubs; de Korea las artes marciales y la organización económica; y claro, de Estados Unidos, la libertad, las fuerzas del orden y el día de la independencia con sus orgásmicos fuegos artificiales.

Dentro de la maravillosa posibilidad de variaciones en el decorado y los increíbles logros de la producción para buscar locaciones inesperadas, el discurso político de la maravillosa variedad del ser humano queda limitado a una versión diluida de las culturas que se retratan desde un punto de vista muy hollywoodense: todo es muy bonito desde el ojo turístico de la normalidad y de la diferencia, del paseo mágico por lo exótico y del regreso cómodo a un mismo punto de vista, desde Estados Unidos, con todo hablado en inglés. Hay algo en todo esto que se siente fabricado, planeado, falso; como si se creara un complejo entramado de producción para mostrar un punto que no es necesariamente el de la trama y que se diluye en un mensaje político que no resulta muy interesante. Es reconfortante pensar que todos nos podemos entender en un mismo lenguaje si ese lenguaje es el propio y si todo el impacto de la diferencia se normaliza bajo el filtro de lo exótico frente a una normalidad estable. Finalmente, todos los personajes son lo suficientemente bellos, físicamente, para salir en un anuncio de Benetton e inspirar una diferencia de catálogo que resalta lo bello en todas sus formas y que niega, con lo feo, la profunda complejidad de las relaciones entre culturas, entre deseos y entre idiomas.

Una premisa inconsistente

 

Con todo lo que acabamos de mencionar y a pesar de momentos de genuina fuerza emocional, las historias de los personajes son considerablemente dispares en su profundidad y terminan mostrándose como pasos para la creación de un superhéroe que mezcla diferentes aptitudes. De Will y Capheus tenemos el heroísmo de lo correcto y la bondad del corazón desinteresado, la capacidad del policía y la habilidad del conductor; de Nomi, el poder de hackear absolutamente todo y la lucha por la dignidad; de Sun, las artes marciales y la decisión abnegada; de Wolfgang, el abrir cerraduras mecánicas, pelear como demente y la capacidad de asesinar sin contemplaciones; de Riley el don de la música y el poder de renacer frente a tragedias devastadoras; de Kala la espiritualidad y la ciencia en una misma mente; de Lito el arte de la mentira. Mientras que las historias que se van desarrollando (y muestran la disparidad de los intereses entre los creadores, porque no es lo mismo la profundidad de Nomi que la unilateralidad de Will o de Capheus o de Kala), vemos que todos sus trasfondos son solamente una excusa para crear un personaje múltiple que puede zafarse más o menos de todo. La premisa de la primera temporada muestra que todo esto fue para liberar a cada uno de los personajes de sus conflictos personales y unirlos en su enfrentamiento contra un mal incierto. Entre todos forman una unidad invencible que, después de derrotar los conflictos interiores, puede enfrentarse a los problemas externos que la acosan.

Ahora bien, esta unilateralidad de algunos personajes crea relaciones maniqueas entre bondad dadivosa y violencia sin compasión, entre “golpeados” y “golpeadores”, entre los “fuertes de corazón” y los “fuertes de cuerpo”, entre seres inocentes y seres más perversos, entre ángeles y monstruos, entre personajes pasivos y personajes activos. Y el balance completo entre estas dicotomías resulta en personas más equilibradas, más felices, menos humilladas en el mundo: todos se ayudan para sacar a los pusilánimes de sus conflictos, de sus clósets o de sus matrimonios indeseados en vista de crear personas más equilibradas, más felices y menos humilladas por un mundo intolerante. Como si todo se redujera a que podemos ser más felices, más capaces y menos buleados en este mundo si abrimos nuestras mentes a los demás y vemos, en los contraejemplos culturales, lo afortunados que somos, lo valientes que podemos ser y las capacidades que encontramos apoyándonos en los demás.

Pero aquí la premisa falla en su propia concepción porque si se trata, en efecto, de una excusa para hacer un planteamiento político, lo que se señala es que es imposible defenderse por uno mismo, por más que se tenga corazón, si no estás conectado a distancia con una experta en artes marciales o un policía de tremenda agilidad con la 9 mm. La idea de que necesitamos una relación normalizada con diferentes culturas a través de un lenguaje común para funcionar mejor, cada uno en su propio mundo, no tiene mucho sentido como propuesta de reflexión. Y es ahí en donde se ve que las lecciones políticas o morales de la series vienen de otro lado y no se juntan, en lo absoluto, con la premisa misma. Son, en ese sentido, añadidos creados sobre la excusa de una trama de tintes filosóficos que cae muchas veces en el sinsentido.

De la misma manera, el planteamiento de que los sensates son una especie diferente a los humanos, de que proceden de otra cadena evolutiva anterior, es bastante flojo. Porque si los humanos perdieron la capacidad de sentirse conectados para matarse más fácilmente entre ellos, entonces no queda nada claro cómo es que los sensates se agarran a machetazos y le disparan a la gente cohetes y balas en el rostro sin mover un bigote. En este sentido, el asunto evolutivo es bastante confuso: no es la falta de compasión o de conexión al otro lo que nos hace más violentos; de la misma forma en que el odio radical es una relación sensible muy fuerte entre los hombres –sublimada para bien o para mal. Resulta entonces difícil rastrear la violencia del hombre, el mal que nos producimos, solamente según nuestra creciente falta de compasión. Y no es porque no podamos sentir los orgasmos de alguien que está a kilómetros de distancia que no podemos imaginarlos o compasivamente sentirlos en la ficción. Cosa que justamente demuestra la capacidad de la creación humana para imaginar vínculos imposibles; cosa que justamente demuestra la premisa de esta serie, volviendo completamente ilógicos sus demás planteamientos de propuesta moralizadora.

Todo esto para decir que Sense8 se puede disfrutar plenamente como drama de acción pero que no resiste, en ningún momento, a una reflexión más profunda sobre su premisa de ciencia ficción. Como pasó con las últimas películas de los Wachowski, se siente como si la ciencia ficción, en Sense8, fuera sólo una excusa para hablarnos de algo más (la bondad de los actos en el tiempo para Cloud Atlas o la perversidad del capitalismo salvaje en Jupiter Ascending, por ejemplo). Y el resultado es que uno puede maravillarse con los logros de esta serie, encontrar momentos de profundo logro emocional –más cercano al drama y al melodrama que a otra cosa– y sentirse completamente defraudado por una propuesta que no llega a ninguna parte.

Es posible que esto sea porque, en la primera temporada, se quiso desarrollar un esquema de personajes sin tocar mucho la trama cienciaficcionosa que quedará para las siguientes entregas (se dice que los creadores pensaron en un esquema narrativo para cinco temporadas). Tal vez. Pero, en todo caso, después de los primeros 12 capítulos, nos quedan más dudas que certezas, además de un profundo vacío en el desarrollo de la premisa. Por todo lo demás, se puede disfrutar mucho de este programa si uno acepta suspender completamente una gran cantidad de incredulidades latentes. Y bueno, lo sigo diciendo, frente a las locuras recientes de los Wachowski, un bonito empaque no asegura nunca la calidad de la sustancia.

ANUNCIO
logo-menu-codigo-espagueti