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Reseña: El Incidente

| 11 de septiembre de 2015

¿Estamos frente a una de las películas mexicanas más interesantes de los últimos años?

Vimos El Incidente hace algunos meses cuando empezó a llamar la atención de festivales internacionales y a levantar mucho ruido sobre el regreso de la ciencia ficción al cine mexicano. Como es evidente, nos entusiasmamos y logramos conseguir la película para verla una y otra vez esperando, con ansias, el momento de reseñarla. Como, por fin, se estrena en México la película, ya no nos aguantamos para hablar de sus logros y de sus deficiencias, de los momentos perfectamente escalofriantes que logra, de las reflexiones que conlleva, de la complejidad de su trama y la estética sencillez de su realización.

Una propuesta de ciencia ficción metafísica

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Suena completamente pretencioso hablar de ciencia ficción metafísica y, en realidad, no lo haría si no tuviera un punto. La metafísica, en general, es la vieja tradición filosófica que se encarga de lo que va más allá de lo físico, del mundo de las ideas, de lo que hay detrás de la realidad que observamos diariamente. Y bueno, esta película conjunta, justamente la ciencia ficción psicológica en el desarrollo tortuoso de sus personajes, con una propuesta final que busca explicar los hilos secretos detrás de nuestra vida, el destino que nos lleva de la mano, los engranajes de energía cósmica que hacen que seamos felices o infelices en la realidad cotidiana.

La cinta se divide en dos historias que, en un principio, no parecen estar relacionadas. La primera historia se enfoca en dos hermanos con serios problemas económicos que se ven arrinconados, de pronto, por un policía corrupto que busca extorsionarlos. La segunda sigue los pasos de una familia que, en medio de problemas maritales y berrinches infantiles, está preparando un viaje vacacional en carretera. Las dos historias parecen pertenecer a un cotidiano bastante reconocible, a la banalidad violenta de nuestro día a día. Sin embargo algo ocurre, un incidente, una grieta de sonido en el espacio y el tiempo, un evento trágico que fractura las dimensiones y atrapa a estos personajes en un círculo infinito de repetición claustrofóbica: los hermanos quedan encerrados en una escalera infinita con el policía; la familia está condenada a repetir, una y otra vez, el mismo trayecto de eterna carretera.

Por alguna extraña razón, la comida chatarra de algún dispensador de comida en las escaleras y los víveres de una estación de gasolina en la carretera reaparecen con frecuencia. De la misma forma, muchos objetos vuelven a producirse conforme pasan los días de encierro, como si las cosas se repitieran en el tiempo como se repiten en el espacio. Nunca se hace de noche. Los personajes tienen sustento para vivir, comida y agua, espacio y compañía pero no pueden salir de su encierro. Pasan los años y se modifican las relaciones, algunos personajes caen en la decadencia más absoluta, otros comienzan a establecer extraños rituales cotidianos, las corduras se tambalean, las vidas se tensan. Y todo sigue girando en su mismo eje asfixiante, sin salida, sin descanso, sin respuestas, hasta que, después de treinta años de encierro, algo del misterio por fin quedará revelado…

Y bueno, hay que decirlo, esta premisa es bastante original y funciona en muchos niveles. Por un lado la tensión psicológica entre los personajes encerrados es verdaderamente loable en la recreación de las transformaciones físicas, en las mutaciones del entorno y en la representación de la mente de los protagonistas. Con un presupuesto reducido el director Isaac Ezban logró darle un peso importantísimo al departamento de arte, que trae a la vida de forma impresionante las escaleras atestadas de los mismos objetos, la carretera llena de chatarra, la piel tatemada por el Sol de la pareja de ancianos que llevan conduciendo treinta años por el mismo camino, los extraños ritos litúrgicos de un joven que le reza al cadáver de su hermano con una bolsa de papel sobre la cabeza, la decrepitud de todos.

Filmada con sencilla elegancia, la película logra su cometido de traer a la vida un ambiente particularmente claustrofóbico que comienza a mermar la mente de los protagonistas. Y no importa mucho si el segundo escenario es una carretera al aire libre: la repetición de los espacios está perfectamente señalada, el Sol se convierte en un personaje hostigante, el cansancio se hace palpable, la merma del asfalto abrazador del día eterno consume todo el ambiente. Todo el peso psicológico del encierro muestra bien que Ezban no quiso hacer, en nuestro país, una cinta de ciencia ficción de ambiciones futuristas o efectos imposibles (¿vieron, por ejemplo, la malograda 2033?) sino que intentó recrear un entorno imposible para ver, minuciosamente, los efectos de la repetición eterna en la frágil mente de sus personajes. Así interviene como símbolo final y centro temático de la película la imagen de un hámster corriendo en su rueda: feliz como puede estarlo un animal, entretenido en la eterna repetición de su jaula, el hámster no sufre de la misma manera que un humano la consciencia de su encierro.

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Filmada con sencilla elegancia, la película logra su cometido de traer a la vida un ambiente particularmente claustrofóbico que comienza a mermar la mente de los protagonistas.

Y es aquí en donde interviene la reflexión de la película por las preguntas que plantea: ¿somos en realidad todos, como el pobre hámster, seres atrapados en una rueda eterna sin darnos cuenta de nuestra terrible condición? ¿Acaso repetimos siempre los mismos gestos, en el mismo entorno, con los mismos efectos y las mismas consecuencias? ¿Somos, como individuos, esa definición de locura: buscamos siempre distintos resultados repitiendo las mismas rutinas?

Todas estas preguntas surgen de ver El Incidente porque finalmente, la película busca explicar todo su concepto con una cierta concepción de las energías que alimentan nuestro mundo: al final la idea es que los seres atrapados son la contraparte de sus doble humanos, lo que ellos sufren en su encierro se canaliza y en la vida real sus doble sufren, lo que ellos viven plenamente, sus doble, en el mundo que conocemos, lo resiente. Y así, todos tendríamos, a partir de un incidente peculiar en nuestra vida, contrapartes nuestras, dobles atrapados en un infierno sin salida que generan las energías para alimentar nuestro cotidiano.

En este sentido, interpretada desde cierto punto de vista, la película es una alegoría sobre las dinámicas que aprendemos de niños y que terminamos repitiendo como adultos. ¿Nunca han escuchado decir a alguien, a los 18 años, que nunca se van a casar, que nunca van a repetir los errores de sus padres, que va a hacer algo distinto? ¿No han visto a esa misma persona caer en las mismas rutinas después, acceder al engranaje del mundo, consumirse en la nostalgia infeliz de una adolescencia idealista que nunca cumplió sus cometidos?

Este aspecto fatalista de la existencia como repetición, del destino como la fuerza invisible que nos lleva a tropezar con la misma piedra es parte de la propuesta filosófica de la película; la parte, sin duda, más productiva en preguntas insistentes y que nos muestra que todo el mecanismo de ciencia ficción aquí desplegado es, en un primer momento, un cuestionamiento sobre nuestra existencia repetitiva, sobre las esperanzas de la juventud y las decepciones de la vejez. Es por eso que toda la cinta se enmarca en medios de transporte, en construcciones creadas para llevarnos de un lugar a otro, en escaleras, caminos, balsas, elevadores: estas son las manifestaciones espaciales de nuestros desplazamientos temporales, lo que construimos para llegar de un lado a otro, las metáforas de la vida y del transcurso del tiempo, de lo que queremos entender como un plan programado de nuestra existencia y que no siempre resulta como lo planeamos.

Sin embargo, es también en la propuesta filosófica de la cinta que encontramos sus principales tropiezos y que podemos elaborar una crítica más profunda de sus ambiciosas pretensiones. Porque la lectura de El Incidente no puede quedarse en este primer momento interpretativo: la complejidad buscada de esta cinta nos deja todavía mucho hueso que roer.

Los pecados de una cinta ambiciosa

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En 1944, el filósofo francés Jean-Paul Sartre montó por primera vez su obra A Puerta Cerrada en París. La obra cuenta la historia de un grupo de desconocidos que se despiertan, después de su muerte, en un cuarto extraño, sin la posibilidad de cerrar nunca los ojos, encerrados, confrontados a sus recuerdos, a sus pecados, a las responsabilidades de su vida pasada. La idea de Sartre, como ocurría con gran parte de sus obras literarias, era la de demostrar un punto filosófico propio: todos debemos hacernos responsables por nuestras acciones en el mundo, todos somos culpables de lo que hacemos frente a los demás humanos, el infierno son, finalmente, los otros.

Tomando mucho de esta premisa, El Incidente quiere establecer su propuesta en la idea final que elabora: mientras nosotros vivimos nuestras vidas, felices en la juventud, tristes en la vejez, otros, nuestros dobles en alguna otra dimensión, sufren y ríen por nosotros. La energía de nuestra vida se cultiva por algunos arquitectos desconocidos a través del encierro de nuestros dobles en un laberinto del que no pueden escapar. Mientras los jóvenes soportan este encierro de manera estoica, encuentran la felicidad en las pequeñas cosas –desde dibujar con un plumón en la pared hasta cocinar nopales frescos–, los viejos son profundamente infelices en su encierro, no encuentran sentido, se deprimen y sufren culpas pasadas.

Pero esta idea queda poco elaborada y al final parece una explicación demasiado simple y demasiado retorcida para toda la trama. La película trata de mostrar una explicación alternativa de nuestra felicidad y nuestra rutina, elaborar una teoría de ciencia ficción sobre lo que nos hace felices en la juventud y miserables en la vejez. El punto es ambicioso, aunque no siempre es certero. La idea generaliza demasiado y al final no entendemos si la trama trata de individuos particulares o de la humanidad entera. En el caso de que hable de individuos particulares estaría describiendo un cierto tipo de infierno como Sartre: un accidente provocado, un error, un asesinato, un incidente, condena a nuestros dobles al encierro en donde producirán las energías positivas y negativas que alimentan nuestra vida. En el caso de que hable de la humanidad entera estaría cayendo en una generalización torpe: hay vejeces extremadamente felices, como hay juventudes perfectamente miserables; no podemos decir, con todo rigor, que toda infancia es más feliz que cualquier edad adulta.

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El Incidente quiere establecer su propuesta en la idea final que elabora: mientras nosotros vivimos nuestras vidas, felices en la juventud, tristes en la vejez, otros, nuestros dobles en alguna otra dimensión, sufren y ríen por nosotros.

En este sentido, la película se queda corta en sus explicaciones más profundas y falla en concretar un final que dé sentido certero a toda la complejidad de la película. Y esto es, en parte, porque El Incidente intenta explicarnos todo. La gran fuerza de esta cinta estriba en la extrañeza de su premisa, en la sorpresa que causa el primer escenario que nos presenta, en el miedo que provoca la idea de que esto le sucede a personas cualquiera, en un lugar cualquiera y que bien podría, en el mágico traslado que opera el cine, ocurrirnos a nosotros. Nos ponemos en los lugares de los protagonistas porque no tienen nada de especial, porque son como cualquiera, porque son la vida recurrente de los espectadores.

Al explicar la trama, al final, con la propuesta de que toda la energía de nuestras vidas se gesta por el sufrimiento de nuestros dobles en una prisión paralela, la cinta pierde algo de su fuerza propositiva. Porque ya no hay manera de identificarse con los personajes atrapados en la dimensión claustrofóbica, porque estos seres ya son radicalmente otros, porque, finalmente, nuestra única relación posible con ellos es la culpa de estar viviendo un mundo abierto mientras ellos sufren su encierro.

Esto provoca, finalmente, la idea de que nuestra vida no nos pertenece, que nuestro sufrimiento no nace de lo terrible que puede ser este mundo, de la hermosa crueldad de nuestra realidad, sino de otro lado que nunca veremos. Y si lo viéramos ¿qué nos queda?: culpa por el otro atrapado, desilusión por nuestra vida falsa. Como el truco de magia que cita la película, el famoso Mutus nomen dedit cosis del matemático francés Edmé-Gilles Guyot, toda la sorpresa y la magia de este mundo no sería más que una ilusión creada por otros seres, por algún arquitecto superior que, uniendo universos por pares, haciendo cálculos secretos de correspondencias, nos quita toda responsabilidad, dicta nuestros destinos y firma nuestras sentencias. Aquí el planteamiento sería entonces completamente opuesto a la idea de Sartre: no somos responsables por nuestras acciones, hay alguien más, algún ser supremo, que dicta nuestro destino y no podemos hacer gran cosa al respecto más que sentir la culpa del sufrimiento de nuestros dobles y aplacarnos frente a la inevitable tristeza de la vejez.

Como pueden ver, esta propuesta filosófica de la cinta muestra una reflexión mucho más oscura, mucho más desesperada y mucho más alejada de la realidad que la simple alegoría del paso de la infancia a la repetición de las rutinas adultas. Y creo que esta propuesta es, por su retorcido nihilismo, por su terrible aspecto derrotista y trágico, algo que rebasó completamente las pretensiones de la cinta en un pensamiento opaco y oscuro de la vida. Cada quién dirá qué interpretación quiere tomar y si puede adherir con esta propuesta nihilista que se perfila, insidiosa, entre líneas.

Un buen incidente para el cine nacional

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A pesar de todos los errores que podamos encontrar en algunas incoherencias peculiares, a pesar de que las actuaciones de los actores jóvenes no son, en realidad, muy logradas (en particular las primeras escenas de Fernando Álvarez Rebeil son bastante acartonadas), a pesar de que el mensaje filosófico de la cinta queda ambiguamente dividido entre una lectura cruda de la realidad y una propuesta metafísica más oscura y derrotista sobre el destino secreto del mundo, esta cinta es un verdadero logro para la ciencia ficción en México. Lo digo sin tapujos, El Incidente puede ser una película tan discutida porque, justamente, se atrevió a romper los moldes de un género completamente estancado en nuestro país.

Si El Incidente tiene toda la madera para ser una cinta de culto es porque su guión retorcido, sus largos planos claustrofóbicos, las tomas inclinadas ominosas, las increíbles escenas repulsivas de sexualidad desesperada, el cuidado del arte y la música logran causar una impresión duradera y un efecto certero en el ánimo del espectador. En realidad ésta es una cinta que puede ser polémica en sus propuestas pero que logra completamente su cometido de retratar un universo diferente, el encierro claustrofóbico y la locura progresiva de sus personajes. Con esto muestra que no se necesitan enormes presupuestos para hacer propuestas complejas, elaboradas y ambiciosas de ciencia ficción; que la ciencia ficción no versa solamente sobre naves espaciales o ambientes futuristas desorbitantes; que el terror psicológico y la profundidad de una reflexión pueden generar grandes argumentos con elementos mínimos.

En general, podemos decir que esperamos, con todo anhelo, que se sigan produciendo cintas de este tipo, que el cine de género siga teniendo un auge en México, que no se pierda la valentía de realizar propuestas que parecen irrealizables y que arriesgan la perplejidad o el rechazo del público. Isaac Ezban ha logrado mucho con la promoción de esta cinta, con la búsqueda de festivales internacionales para proyectarla, con todo el trabajo de distribución y comercialización de su creación. Este conocimiento intrincado de la realidad del cine nacional nos muestra que todavía es posible, entre las mayúsculas trabas de financiamiento y de exhibición, entre la terrible burocracia, los compadrazgos y la falta de oportunidades, hacer películas arriesgadas que se avientan con el pecho abierto a la crítica y a la sorpresa renovada de cada espectador.

Lo bueno
  • Las actuaciones de los personajes mayores que son muy buenas.
  • La enorme realización del departamento de arte que es increíble.
  • La sencilla elegancia con la que logra establecer una ambiente crudo y claustrofóbico.
  • La idea de que puede ser una alegoría de la rutina y la repetición de patrones en nuestra vida.
  • El enorme trabajo de promoción de la cinta para lograr una exhibición digna.
  • En general, la ambición valiente de la cinta.
Lo malo
  • Que algunas actuaciones (sobre todo de actores jóvenes) son terriblemente acartonadas.
  • Que el final intenta explicarnos todo y confunde los mensajes filosóficos de la cinta.
  • Que podemos encontrar algunas incoherencias que es difícil explicar al final.
  • Que no es común encontrar este tipo de cintas en el cine nacional.
Veredicto

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El Incidente es un acontecimiento peculiar en la escena del cine mexicano. Hace tiempo que no se veía una propuesta tan seria de ciencia ficción en nuestro país, una idea tan elaborada, realizada con valentía y acorde a sus medios, con buenos logros y, claro, algunas decepciones. Porque la película es completamente intrigante hasta que, en un final que quiere ser demasiado explicativo, confunde los mensajes posibles y abre la posibilidad a interpretaciones incoherentes o de una cruda derrota nihilista frente al universo que propone. Con todo, El Incidente es una película que tienen que ver ustedes mismos para formarse una opinión propia; es una película que fomenta la discusión y que, ciertamente, por su complejidad abigarrada y su polémica interna, tiene madera de culto. Sólo podemos desear, finalmente, que de aquí en adelante encontremos más propuestas originales de este tipo y que el cine mexicano de género pueda cosechar los éxitos de El Incidente. Porque, finalmente, en la producción nacional, nuestra única salida es seguir avanzando.

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Título: El Incidente

Duración: 100 min.

Fecha de estreno: 10 de septiembre 2015

Director: Isaac Ezban

Elenco: Raúl Méndez, Humberto Busto, Hernán Mendoza, Nailea Norvind, Fernando Álvarez Rebeil

País: México

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